En el Jardín Infantil Blanca Nieves, a más de 100 niños y niñas les enseñan sobre procesos de siembra, vida saludable y más, para que como comunidad educativa puedan aportar una cultura ecológica para todo el entorno.
En el medio del desierto de Atacama –al norte de Chile–, conocido como el más árido del mundo, está inmersa la comuna Diego de Almagro. Ahí se encuentra el Jardín Infantil Blanca Nieves, donde hacen algo que pareciera imposible: plantar, forestar y cultivar la tierra de la zona. Una forma de enseñar desde la infancia, que un futuro sustentable es posible.
Se trata de una iniciativa que llevan a cabo el equipo educativo y cerca de 100 niños y niñas del jardín. Gracias a esos procesos de siembra, aprenden una cultura ecológica que busca impactar en el resto de la comunidad.
Con este proyecto, el establecimiento de administración directa de JUNJI Atacama –Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) – fue seleccionado por el Departamento de Calidad Educativa como uno de los 17 centros de colaboración para la innovación pedagógica a nivel nacional.
El equipo educativo trabaja desde hace más de 20 años por promover y fortalecer el desarrollo de un estilo de vida saludable y una educación para la sustentabilidad. Lo han hecho siempre pensando en cómo innovar a lo largo del tiempo.
¿Cómo innovar para trabajar por un futuro sustentable?
“Pensábamos que innovar era hacer algo excepcional y único, pero gracias a la capacitación de la JUNJI con el Centro de Sistemas Públicos de la Universidad de Chile nos dimos cuenta que la innovación se acerca más a cómo renuevas y cambias lo que has venido haciendo en tu propio centro educativo”, cuenta Elena Bugueño, directora del establecimiento (en la imagen de arriba).
En cada una de las dos aulas de sala cuna y tres de niveles medios hay huertas donde las niñas y los niños aprenden desde sus primeros años sobre educación para el desarrollo sostenible en contacto con la naturaleza, una forma de pensar en un futuro más sustentable. Así, han podido sembrar y cosechar una variedad de productos tales como: lechugas, papas y zanahorias; que ellos mismos luego preparan como alimentos junto al equipo educativo.
Como con la niñez, el gran trabajo está en sembrar todas las semillas con amor
“Al igual que la niñez, las plantas para crecer y desarrollarse de manera óptima necesitan de amor, cuidados, dedicación y conocimiento de sus características particulares”, considera la directora.
Para este trabajo han extendido la colaboración con redes como la Corporación Nacional Forestal (CONAF) y empresas del sector, gracias a las cuales el invernadero cuentan actualmente elementos de jardinería y una gran variedad de semillas. Este manto verde no solo se ha extendido por las inmediaciones del jardín, también ha llegado a casas de reposo de adultos mayores de la comuna. Viejos y niños han intercambiado lazos en torno a la forestación y plantación de especies autóctonas.
Además, este equipo educativo fue distinguido para participar en unas pasantías internacionales en Toronto en 2019, lo que trajo consigo el replanteamiento de la reflexión pedagógica y practicar una mentalidad de crecimiento.
“Aprendimos a potenciar la reflexión, la documentación y registro de las experiencias. Fue muy significativa esta pasantía y cambió muchas cosas dentro del equipo. Hemos revisado todos los conceptos en educación inicial y dialogamos acerca de cómo verlos de una manera diferente y construir colectivamente. En la interacción con las niñas y niños nos mostramos como profesionales que potenciamos la curiosidad propia de la niñez y buscamos transmitirles amor por el aprendizaje”, explica Elena
Así, el ejemplo de este jardín demuestra que gracias al trabajo colaborativo, es posible crear grandes instancias de aprendizaje y con un foco verde, lo que le agregar a la educación de la niñez un valor público para la comunidad y sociedad en general. Un forma de trabajar por un futuro sustentable.
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