Gracias a los consejos de su profesora, la protagonista de este cuento aprende a expresar sus sentimientos, sus inconformidades, sus molestias. Aprende a gritar muy fuerte.
“Pues cuando alguien te hace algo que no te gusta, tienes que decirle que pare. Y si no para, entonces GRITAS muy fuerte hasta que vengan a ayudarte. No tienes que dejar que te hagan tanto daño”. Este es el consejo que la maestra Conchita le da a su alumna Estela, la protagonista de este libro escrito por Isabel Olid e ilustrado por Martina Vanda. La historia de Estela puede parecer en principio algo cruda o triste, sin embargo, es una mirada a la infancia muy necesaria y sobre todo, una reflexión acerca de la cotidianidad de muchos niños que se enfrentan a situaciones difíciles dentro y fuera del aula. El cuento habla de una niña tímida quien se refugia en su imaginación para lidiar con algunos momentos tormentosos, como cuando su amiga Lucía la pellizca y ella, en lugar de defenderse, imagina que es un ave y escapa. O como cuando imagina que es una nube de azúcar que huye por la ventana cuando su tío Anselmo le hace “unas cosquillas raras por todo el cuerpo, incluso por sitios escondidos que ni ella conoce”.
Sólo después de que la maestra Conchita le enseña a Estela a “gritar fuerte”, ella se empodera y saca la voz que necesita para exigir respeto y denunciar actos absurdos.
“–Tío Anselmo, lo que me haces no me gusta nada. Déjame en paz”, dice Estela. El tío Anselmo no le hace caso y Estela nota cómo de dentro le sale un grito enorme. Un grito tan fuerte que se escapa por la ventana y viaja mar adentro, resuena por China y por Australia, y se unen los pingüinos del Polo Sur y las jirafas de África. Y entonces, toda ella se convierte en el grito, y nota cómo tiemblan las hojas de los árboles de la selva, cómo los caracoles esconden sus cuerpos, cómo los perros corren a esconderse debajo de las camas y todas las nubes se ponen a llover”.
Estela no solo grita fuerte para denunciar a su tío, también se atreve a decirle a su madre que sea más cuidadosa al peinar su pelo, pues a veces le duele. La niña denuncia grandes y pequeños actos y descubre, por ejemplo, que hablar con su mamá, tiene resultados positivos.
El libro definitivamente instala una reflexión importante.
En el caso de Estela, la acción de su profesora fue fundamental para que ella entendiera la importancia de expresar sus sentimientos con respecto a cosas que le están haciendo daño. Y aunque el cuento no pretende delegar toda la responsabilidad a los docentes, sí evidencia el importante rol que cumplen ellos en la vida de los niños. Además, saca a la luz una realidad frente a la cual, todos los adultos responsables del desarrollo saludable de los niños, deberían tomar serias acciones.
“La intención final de estas temáticas es no hacer ojos ciegos y oídos sordos a una realidad que, como tantas otras, es más común de lo que creemos, o queremos creer. Invertir tiempo en niños felices, sanos y seguros es también tarea de los libros y su promoción”, dice la asesora de Bibliotecas SIP, Bernardita Bravo, en una publicación de la Fundación Había Una Vez.
En esta misma publicación, Bernardita sugiere que este tipo de libros sean mediados a través de una lectura adecuada y lúcida, lo que sin duda es desafiante, más no imposible. Esto permitirá que el mensaje principal de esta delicada historia, se instaure de manera positiva y saludable en el proceso de aprendizaje social y emocional de los niños.
El reconocimiento de niñas y niños como sujetos de derecho, junto al derecho de la familias de ser la primera educadora de los hijos, debe ser un principio fundamental en el ejercicio de la docencia. No hay nada más importante que trabajar para que cada persona sea libre y capaz de razonar, discernir, valorar y actuar de forma responsable. Porque los niños también son sujetos de derecho.
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