En el capítulo “When Change Happens to Good Teachers” de su libro Passionate Learners: Giving Our Classrooms Back to Our Students, la profesora Pernille Ripp, cuenta cómo hace unos años, se dio cuenta de que tenía que encontrar la manera de reparar un daño que había causado. Se sentía culpable… culpable porque sentía que algunos de sus estudiantes que habían entrado a su aula amando la escuela, se habían desilusionado. Aquellos que amaban las matemáticas ya no las disfrutaban por culpa de sus largas clases teóricas que los confundía y los aburría. Aquellos que disfrutan la lectura, ya no lo hacían por el exceso de pautas de su guía de evaluación. “Tuve que responsabilizarme por lo que había hecho”, explica Ripp en su libro. “No había nadie más a quien culpar”. La profesora debía asegurarse de que sus futuros alumnos se fueran de su aula con amor, apasionados por la curiosidad y sin miedo a probar cosas nuevas.
Ripp hace clases en 5º grado y cuando sus alumnos pasan los niveles previos y llegan a su aula, ya tienen una lista de materias que odian. La matemática encabeza la lista, después siguen los estudios sociales, y hay unos que incluso detestan la lectura (aunque son capaces de leer muchos libros fuera de la escuela). La mayoría de ellos, explica la profesora, confiesan su amor por el recreo, el arte, la música, la educación física y a veces también por la ciencia. “No culpo a los estudiantes”, dice Ripp. Ella está convencida de que el sistema escolar les ha enseñado a sentirse de esa manera y aunque muchos podrían juzgarla por decirlo, se atreve a hacerlo por una razón: ella era ese sistema. Su clases de matemáticas se enfocaban en los sermones y en mostrar cómo resolver un problema una y otra vez. Luego, uno o dos estudiantes pasaban al frente y trabajaban un problema similar mientras el resto de la clase observaba. Finalmente, les pedía que practicaran solos, generalmente a través de la tarea. “No teníamos mucho tiempo para discutir, y mucho menos para explorar más”, dice la profesora.
“Así que cambié. Y si tú quieres cambiar, pero aún no lo has intentado, confía en mi palabra: también puedes hacerlo”, afirma Ripp. “No soy tan especial; muchos maestros están cambiando la forma en que enseñan y cómo se hace la escuela. Muchos no esperaron un permiso sino que se transformaron por su cuenta. Si deseas el permiso de alguien, entonces tienes el mío. Adelante, comienza a crear tu propia clase de estudiantes apasionados” agrega. Ella sabe bien que a pesar de ese cambio, no todos sus estudiantes se enamoran de la escuela, sin embargo, se ha propuesto llevarlo por el camino de un aprendizaje que se basa en el amor, pero sobre todo, se ha esforzados por hacerse responsable de sus acciones pues sabe bien que cualquier cosa que haga o deje de hacer, puede marcar una diferencia. Ripp cree que la escuela debe cambiar, pero ese cambio debe darse desde adentro y debe incluir la voz de los estudiantes, pues ellos deben experimentar la escuela y poseerla.
Bajo esa lógica, esta profesora se propuso devolverle el aula a sus alumnos y hasta el día de hoy, ha sido su principal misión. Pero no ha sido fácil y hay estudiantes y padres que se resisten porque no entienden por qué no reciben suficientes tareas o calificaciones. Incluso hay otros profesores que la han juzgado por “no preparar suficiente trabajo”. Sin embargo, si se quiere un cambio, dice Ripp, se debe luchar por las propias creencias. Pero, ¿cómo dar el primer paso para cambiar? Esa es la pregunta que muchos profesores le han hecho a Ripp. La respuesta de ella siempre es: “empieza donde estás”, pues una vez que se acepta la idea de que puede haber algo mejor, entonces el camino es el correcto.
“Haz un balance de lo que te hace funcionar y de lo que te detiene. ¿Qué te agota y sobre qué tienes poder? Hay muchas cosas que desgastan mi alma que no puedo controlar. Entonces trato de enfocarme en las cosas sobre las que puedo tomar decisiones. ¿Qué hay en mi control? Tareas, calificaciones, castigos, formas en que se presenta la información, la construcción de la comunidad, la propiedad compartida. Luego me enfoco en las pocas cosas en las que siento que estoy lista para cambiar en ese momento. Nunca me caso con una idea; lo calendarizo. Año tras año, mis ideas deben evolucionar para adaptarse a mi creciente comprensión y experiencia. No me voy a atascar. Sólo necesito concentrarme en mi objetivo final: que los estudiantes amen la escuela. El cambio puede ser siempre una constante, y estoy en paz con eso”.