Fuimos a una clase de Iván Antonio Cortés Núñez, un profesor general de básica que canta, baila y hasta se disfraza para que sus estudiantes aprendan sílabas o conceptos matemáticos.
Son las 11:45 AM en el Colegio Providencia, ubicado en Antofagasta -una ciudad al norte de Chile- y el profesor general de básica Iván Antonio Cortés Núñez está vestido elegante. Zapatos de cuero, pantalón y chaqueta azul, camisa blanca y una corbata morada. “Se supone que iba a venir de contador, pero me faltaron cosas, así que vine de caballero”, dice entre risas el docente.
No es común que este profesor, mejor conocido en el colegio como Antonio, venga vestido con tanta formalidad. Pero ese día se disfrazó, al igual que todos sus estudiantes de primero básico, quienes están aprendiendo a leer. Antonio suele pedirles que se vistan en alusión a cada cosa que aprenden, y ese día eligieron personajes como cocineros, carabineros, cajas de sorpresa, calaveras, conejos y caperucitas, para vivir la experiencia de ser cada letra o sílaba que aprenden.
Hoy es el turno de las sílabas, Ca, Co y Cu. Para esta clase el profesor canta con ellos y junto a una fonoaudióloga, Fernanda Aguilar, les explica cómo suena cada una, cómo se siente el pecho y cómo se posiciona la lengua. También conversan con ellos sobre todas las palabras que existen con la letra C.
Para Antonio, dar clase es como estar en la tarima de una obra de teatro o en un show musical. Y cada uno de sus estudiantes disfruta como si así fuera. Se ríen, levantan la mano, cantan cada frase que el profesor se inventa y todos quieren pasar a la pizarra para unir la imagen con la palabra.
El baile no puede faltar. A la clase llegó una niña vino vestida de caporal, un traje típico de las danzas folclóricas de Chile y Bolivia. Entonces, al profesor se le ocurre poner una canción y bailar con la alumna. Después, comentar que la palabra cueca, baile popular chileno, también empezaba con la sílaba Cu. “Así que deberíamos cerrar esta clase con una cuequita”. Acto seguido todos los estudiantes se levantan de sus asientos y empiezan a bailar rodeando al profesor.
“Mi misión como profesor es que vivan la experiencia y ser inspirador. Siempre hay que tener en cuenta que no todos son iguales y que hay que tener diferentes formas de enseñar para que aprendan mis 38 estudiantes”.
Esa es la premisa con la que Antonio ya suma seis años trabajando en las salas de clase. Tiempo en el que además ha entendido que la educación emocional también es clave para el aprendizaje. Por eso, antes de que todos estuvieran viviendo la experiencia de aprender a leer palabras con Ca, Co y Cu, el profesor los puso a dibujar y a hablar de sus cualidades.
Son las 10:00 AM y los estudiantes tienen ya un rato dibujando o escribiendo palabras dentro de la silueta de un cofre. La instrucción es que describan, en ese espacio, lo que consideran que es su mejor atributo. Al finalizar, empieza a preguntarles si se consideran amorosos, talentosos o amigables, entre otros adjetivos. En tanto, todos están en círculo alrededor del profesor, mientras se gritan entre ellos cada adjetivo y se abrazan.
“Hay muchos estudios que dicen que hay que emocionar a nuestro cerebro para aprender. Por lo tanto a mí me ha funcionado conectarme mucho con mis estudiantes, no solamente a través de las actividades, sino ser una persona importante para ellos y que ellos sientan que son importantes para mi. Para enseñar hay que amar y por eso, si nosotros nos conectamos de una manera emocional, van a aprender mucho más”, dice Antonio.
Además de las emociones, para este profesor son importantes las experiencias. Para él, la finalidad de que los niños vayan al colegio no es para que se lleven un montón de conocimiento, porque ahora todo está a la distancia de una buena búsqueda en Google. “Pero aquí hay que trabajar para que sean personas felices con lo que hacen y lo que saben (…) que el aprendizaje sea una experiencia. Esa es mi visión”.
Hay que constantemente recordar lo buenos que son, que ellos pueden y tener un par de reglas, como por ejemplo, jamás decir ‘no sé’, jamás decir ‘no puedo’, pero siempre decir ‘lo voy a intentar nuevamente’. Porque ellos pueden y cuando se dan cuenta de que pueden, genera una emoción tan grande ver sus caras. Eso es lo que mantiene todos los días con ganas de ser profesor”.
Para la estrategias de Antonio, ha sido clave haber estudiado cuatro años de psicología antes de querer seguir el camino de su madre: el de la pedagogía.
“Decidí dejar la psicología cuando me faltaba un año para terminar y lo que pasó fue un poco loco (…) Mi mamá es profesora y pasaba que cuando yo llegaba maravillado de mis clases de psicología, ella llegaba diariamente muy maravillada de su trabajo. Entonces yo veía su emoción cuando un niño aprendía, especialmente algo que le había costado mucho y yo lo conectaba con la psicología. Entonces en ese momento me pregunté cómo me veía yo en diez años más y ya sabes la respuesta. Yo veía que la sociedad necesitaba un cambio urgente en la educación y probablemente mi aporte, aunque sea un granito, puede ser desde esta área y aquí la psicología me ayuda mucho, la ocupo diariamente”, asegura,
Algo que destaca Antonio de sus años como estudiante de psicología fue que le dejó claro cómo el aprendizaje pasa por las emociones. Por eso, ha trabajado siempre pensando en que sus estudiantes se emocionen con el conocimiento y por esa razón, en 2017 se atrevió a combinar su gusto por la música con la enseñanza. Fue entonces que re-escribió Despacito, la famosa y tan sonada canción de Luis Fonsi, pero con conceptos geométricos.
“Yo tenía un tema con el reguetón. A mí me gusta el metal, así que siempre era muy crítico con el reguetón, hasta que me tocó un curso completo que se sabía toda la letra de Despacito. La cantaban todo el día y la ponían en la radio del colegio. Entonces dije, si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Decidí tomar el ritmo que era sencillo; eso es lo bueno del reguetón, que si tu le pones cualquier letra va a quedar bien, porque lo importante es el ritmo, no la letra, ni la rima. Así logré que todo un curso se aprendiera de inmediato conceptos geométricos que suelen ser difíciles”, cuenta.
Tras esa experiencia ha tratado de llevar siempre la música a su clase. Sea tocando ukelele o guitarra, los pone a cantar conceptos o cuentos. Porque no son pocos los estudios que señalan que la música libera dopamina, que es un neurotransmisor que transmite felicidad y eso hace que los estudiantes disfruten al aprender y esa experiencia quedará siempre como un buen recuerdo en cada niño y niña. Un buen recuerdo de aprendizaje.
“Pienso que si aprendemos a compartir en sociedad, nos sentimos parte. Y si somos aceptados y queridos, aprendemos mejor”.
Otra de las premisas de Antonio, es que en la sala de clase él no está enseñando solamente cómo leer o conceptos matemáticos, sino que les está enseñando a ser parte del entorno, a convivir con sus compañeros y a entenderse entre ellos. Por eso, para él también es importante trabajar en equipo no sólo con sus estudiantes, sino con sus compañeros del colegio.
“Hay que ser enfático en que este trabajo no es sólo mío, hay un equipo al lado mío, al menos yo me apoyo mucho con el equipo PIE (Programa de Integración Escolar), porque hay especializaciones que yo no tengo y todo el equipo PIE trabaja en conjunto para que todos los estudiantes aprendan. Y no me llevo todo el peso de una clase, sino que compatimos el trabajo. Ser profesor requiere de mucho tiempo, es agotador pero es menos agotador cuando trabajamos en equipo. Así los logros también se comparten”.
Así es como este profesor trabaja por el cambio. “Ser profesor significa ser la inspiración para quienes de repente no tienen en su alrededor una gran inspiración. Por otra parte, enseñar contenidos de manera alegre, es cambiar un poco el paradigma sobre qué es aprender”.
Leave a Reply