Las particularidades del Museo Artequin, han permitido que los objetivos de muchos profesores converjan en un espacio que es llamativo desde todos los puntos de vista.
Vas caminando por la Avenida Portales en Santiago de Chile. De repente, una estructura de hierro y zinc con llamativos toques de color azul, amarillo y rojo sobresalen junto a una cúpula que se impone de forma armónica sobre todo lo que la rodea. El edificio, que parece una toma perfecta de alguna película del director Wes Anderson, fue construído en Francia, en 1889, con el fin de representar a Chile en la Exposición Universal de París en la que se celebró el Centenario de la Revolución Francesa. El arquitecto francés Henri Picq fue el responsable de darle vida a esta obra (Monumento Nacional trasladado desde París a Chile), que desde 1993 se convirtió en un proyecto educativo difícil de ignorar: el Museo Artequin.
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Hoy, después de más de un siglo de su creación, atravesar la puerta principal de esta gran obra arquitectónica, significa encontrarse con más de 90 piezas que representan los diferentes movimientos que han marcado la historia del arte occidental.
Todas estas piezas, escogidas con la ayuda del historiador de arte Romolo Trebbi, tienen una particularidad: son fieles reproducciones de las obras originales que se encuentran distribuidas en distintos rincones del mundo. Esta peculiaridad es probablemente el eje de este espacio inspirado en metodologías lúdicas e interactivas de enseñanza del arte, que se han ejecutado en museos como el Fine Art Museum de Boston, o Centro de Artes Paul Getty de Los Ángeles. Pero, ¿cuál es exactamente el beneficio para niños, familias y profesores de vivir una experiencia artística que está lejos de la cualidad distante y hermética de un museo más convencional?
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En el Artequin, las disposición espacial de algunas piezas está pensada de una forma más accesible, hay un cuadro vivo, las fichas técnicas no son como otras –en éstas se grafica la escala del niño frente a la obra original– hay espacios de creación, hay pinceles y pinturas en distintos rincones, hay sonidos, olores, pantallas y mediadores (profesores e historiadores) que se encargan de liderar una experiencia sensorial artística diferente, sin romper con la esencia de lo que significa estar presente en un museo como un espacio cultural social. La primera experiencia en el Artequin, dice Yennyferth Becerra, Directora Ejecutiva del museo, es la provocación que surge de la observación, “después viene una segunda parte que tiene que ver con la experiencia educativa”, la cual parte con proyecciones audiovisuales, seguida de una conversación donde los participantes cumplen un rol de críticos frente a lo que vieron y finalmente concluye con el hacer algo.
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El museo, añade Yennyferth, es un espacio social que si bien está disponible para toda la comunidad, se ha convertido en una herramienta importante para profesores de básica, educadores de párvulos y estudiantes de pedagogía.
Esto se ha dado porque el Artequin ofrece una metodología práctica, palpable y sensorial. Una metodología que es perfectamente aplicable en las salas de clase. De hecho, podría entenderse éste espacio como un gran aula donde la experiencia es vital para generar aprendizajes realmente significativos. El objetivo de los profesores y el objetivo del museo convergen en este lugar, cuyo propósito, además de generar una experiencia artística completa, es cumplir un rol social dentro y fuera de la escuela.
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En un mundo donde los niños están sobre estimulados por el exceso de información, el Artequin busca ser un espacio que va más allá de la teoría. Por eso, ha creado rincones como los laboratorios, unas cajas que aparentemente son cuadros, donde niños, jóvenes y grandes ingresan a través de un marco para experimentar determinada obra a partir de distintos estímulos, como los videos y las plantas. Pero lo mejor de esta experiencia, es quizás el hecho de que el museo se ha convertido en un espacio donde más de una asignatura se integra.
“En materia educativa, el museo es un espacio transversal no sólo para aprender de las artes plásticas, sino también para percibir cómo el arte conversa con otras materias y disciplinas que se abordan en la sala de clase; cómo se vincula el arte con la astronomía, la física, la matemática, el lenguaje, la historia”, añade Soledad Sandoval, encargada de comunicaciones del museo.
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En ese sentido, cuando los profesores visitan el Artequin, pueden ver al niño en el marco de una educación formal, pero además en el marco de una educación integral, incluso desde un aspecto emocional que les permite generar vínculos con sus estudiantes.
De hecho, además de visitas guiadas, el museo ofrece talleres gratuitos diseñados para profesores que además de enriquecer la experiencia artística dentro del aula, buscan fortalecer el desarrollo integral de los estudiantes. “Es una herramienta tremenda para que los profesores puedan entender a sus alumnos. La forma como el niño pinta o se relaciona con los distintos materiales, habla mucho de los niños, de la personalidad, de sus desafíos, de sus fortalezas”, agrega Soledad.
El museo, dice la directora, es “una herramienta que permite al profesor, el niño y la familia generar sociedad”, una sociedad basada en el respeto, en la integración, en la mirada colectiva e individual, en el aprendizaje, en la historia y en el arte como un elemento transformador y pertinente para todas las áreas. Y en ese rol transformador, los profesores cumplen un papel fundamental. “Los profesores son el nexo directo entre el museo y los estudiantes que nos visitan”, por eso, el foco está puesto en ellos, en sus necesidades y en la búsqueda de nuevas herramientas que les permitan generar un diálogo post visita, trascender la imponente estructura de colores y llegar a las salas de clase.
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