Paola Santibáñez, profesora de Historia y Directora Ejecutiva de la Fundación Desarrollo Educativo, nos cuenta cómo han llevado a este país, un proyecto centrado en el “aprender jugando”.
“Hoy existe un boom entre los haitianos de que es necesario mandar a los niños a las escuelas. Pero hay una despreocupación sobre la calidad de éstas”, cuenta Paola Santibáñez, profesora de Historia y Directora Ejecutiva de Fundación Desarrollo Educativo. Paola llegó hace unos meses a Haití, y allí ha podido percibir importantes vacíos a nivel educativo. Por ejemplo, si bien los haitianos destacan la importancia del acceso a la educación, no existe actualmente un ministerio de educación fuerte que establezca estándares mínimos para los colegios y hay otros problemas, como sueldos bajos y una escasa formación pedagógica. “Hay una falta de técnicas y metodologías acorde a estos tiempos. Todavía usan la pizarra con el profesor escribiendo en ella y los alumnos repitiendo, memorizando”, explica Paola.
Movidos por esta realidad, la Fundación Desarrollo Educativo, junto a la organización Fútbol Más, puso en marcha un proyecto que busca aportar a la mejora escolar, entregando una metodología de aprendizaje centrada en el juego y en el deporte.
El proyecto se empezó a ejecutar en 2017 y nació de la necesidad de llevar a Haití la metodología del “aprender jugando”. Fútbol Más ya tenía experiencia en algunas escuelas de este país, habían implementado un proyecto anterior centrado en el aprendizaje socio deportivo. A esta experiencia se sumó el aporte de la fundación con un enfoque más centrado en el juego como herramienta pedagógica al interior de las salas de clase y ligado al aprendizaje de diferentes materias como la matemática, el lenguaje o la ciencia.
El proyecto, llamado Ayiti Jwe, (que significa “Haití Juega”), ha sido financiado con el apoyo de Fondo Chile, –una iniciativa conjunta del Gobierno de Chile, a través de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AGCID), y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD Chile)– y está siendo implementado actualmente en tres escuelas: la Escuela Du Vas Canaan (275 estudiantes y 8 profesores), la Escuela Divina Providencia (281 estudiantes y 8 profesores) y la Escuela San Charles de Borromé (299 estudiantes y 9 profesores).
Los tres establecimientos están situados en la periferia de Puerto Príncipe, algunas, en poblaciones que nacieron después del terremoto de 2010.
Según describe Paola, todas son muy diferentes, aunque comparten elementos comunes. Por ejemplo, dos de las escuelas son de administración extranjera, específicamente de congregaciones religiosas que montaron colegios allí. En cambio, la Escuela Divina Providencia es de administración haitiana (también de una congregación religiosa). En esta en particular, la infraestructura es mucho más precaria. Hay muchos niños en las salas, el patio escolar es sólo tierra y no hay lugares de sombra donde los estudiantes se puedan refugiar.
A pesar de eso, ambas organizaciones han podido implementar este proyecto para fortalecer las tres comunidades educativas de Puerto Príncipe. Esto también ha sido posible gracias al apoyo de unas figuras claves de la iniciativa: monitores haitianos. Son ellos quienes ejecutan el proyecto día a día, mientras Paola y otras personas del equipo de Fútbol Más, ejecutan la planificación, la gestión y visitan las escuelas para ver las clases y compartir con los niños y los profesores. “Quienes están día a día son los monitores haitianos y si bien no son profesores, son personas muy interesadas en el área de educación y con ciertas habilidades que fueron potenciadas a través de capacitaciones durante un año”, explica Paola.
En cada escuela, hay dos monitores; uno se encarga de la clase socio deportiva y el otro de la clase lúdica.
Las clases socio deportivas se hacen una vez a la semana y están centradas en el fútbol, aunque van mucho más allá del deporte en sí mismo. Además de la técnica, hay dinámicas para potenciar cosas como el trabajo en equipo. Con respecto a las clases lúdica, Paola explica que funcionan principalmente a través de juegos de mesas que se aplican al contexto y se hacen según las materias que ven en la semana. Por ejemplo, si a tercero le toca los lunes en la tarde lenguaje, entonces todos los lunes tiene una actividad de Ayiti Jwe.
“Hay juegos que vienen con muchas instrucciones, son muy complejos y traducirlos en créole es una barrera”, explica la directora. Entonces, muchos de estos juegos se adaptan y no se utilizan necesariamente con las reglas o instrucciones originales. Lo más importantes es que los monitores aprendan a jugar muy bien, por eso, antes de llevarlos al aula, los exploran, los juegan mucho y entienden cómo podrían aplicarse en las clases. De esta manera se modifica para que el juego tenga un contenido asociado a las distintas materias.
Hay muchos juegos que utilizan, uno de éstos se llama Ikonikus, una caja con 120 tarjetas con dibujos lineales de objetos comunes como un corazón, un botiquín, una ampolleta etc.
Es un típico juego de fiesta y en un contexto común las personas deben describir a través de las tarjetas, cómo se sentirían si, por ejemplo, se quedaran sin papel higiénico en el baño. Todos los jugadores eligen la carta que les ayuda a representar el sentimiento o la emoción de la situación. “En Haití, el juego se usa para trabajar el pensamiento simbólico, abstracto, la capacidad de seleccionar, entonces, los monitores hacen preguntas de las materias y los estudiantes deben decidir cómo representar algún concepto en creole”. ¿Por qué utilizar Ikonikus u otros juegos de mesa? Porque el juego debería ser siempre una herramienta esencial del aprendizaje. “El juego no es relevante sólo en Haití, el juego es relevante en cualquier contexto porque es nuestro primer acercamiento al aprendizaje. Desde pequeños estamos jugando y esto facilita que el aprendizaje sea una experiencia positiva, una experiencia que se recuerda”, explica la directora. “El juego, además, permite desarrollar habilidades sociales en el contexto escolar, en la familia, en la vida”. En ese sentido, es un instrumento para formar estudiantes con una opinión y conocimientos.
Ayiti Jwe está llevando el juego a las aulas de Haití a través de los monitores, pero además, el proyecto busca capacitar profesores para que integren el juego en sus clases.
Esta iniciativa se llama “La ruta del profesor” y busca que los docentes no sólo abran un espacio de su clase, sino que también sean capaces de utilizar la metodología sin depender de los monitores. Este año, la fundación acordó con las escuelas tener momentos de formación con los profesores para que puedan entender, desde la teoría, por qué es importante llevar a la práctica el “jugar para aprender”. El objetivo es instalar la metodología para que sea un proceso sostenible en el tiempo y para que utilicen unas ludotecas que la fundación dejará en las escuelas. “Ellos ya vieron un año de resultados, ahora se tienen que aproximar y y tienen que empezar a jugar. Deben hacerse responsables del juego en su sala de clase en una “ruta del profesor” que es gradual: primero conocen la teoría, después participan de la planificación, después son parte de una actividad y finalmente aprenden a aplicar ellos mismos”, afirma Paola.
Además de formar profesores, Ayiti Jwe también forma “jóvenes líderes”, estudiantes de 6º, 7º y 8º que participan de las clases lúdicas y además los viernes, al finalizar las clases, se quedan con los monitores y se capacitan con la metodología completa. La idea es empoderar a esos estudiantes líderes para que ellos puedan transmitir esos conocimientos en sus escuelas, generando una participación activa de los estudiantes en un contexto que es muy tradicional.
No ha sido simple encantar a los profesores, pero muchos reconocen el impacto del juego en sus estudiantes. Sobre todo con respecto al desarrollo de habilidades sociales.
Como directora de la fundación, Paola ha tenido la oportunidad de estar en reuniones de evaluación con directores de colegio; ellos rescatan que los niños han podido desarrollar una identidad particular con la comunidad, que han aprendido a reconocerse como parte de un colegio y que además quieren compartir eso. También destacan la capacidad que han desarrollado de jugar como diversión y no competencia, eso significa que han aprendido a jugar colaborativamente y con ello, han desarrollado habilidades de comunicación, de expresión, de convivencia.
Ahora, el objetivo es que el proyecto tenga continuidad, y que entre los años 2019 y 2020, las escuelas puedan ejecutar el proyecto sin depender de nadie. Ese es el sueño y el objetivo de un proyecto que evidencia que enseñar de una manera diferente para proporcionar una educación de calidad, sí puede ser posible.
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