Justo después de la Segunda Guerra Mundial, Malaguzzi tuvo una visión que cambiaría por siempre la forma como muchos niños aprenden.
Loris Malaguzzi nació en Corregio, Italia en el año 1920. Creció en la Italia fascista, un periodo que en sus palabras (Artículo Mayo, 2001, Early Childhood Today), “engulló su juventud”. Motivado por su padre, se inscribió en un curso de formación docente que concluyó en plena Segunda Guerra Mundial (1939) y en el 46, el famoso educador italiano se matriculó en el primer curso postguerra de psicología en Roma, hecho que marcaría una aventura llamada Reggio Emilia, la cual empezó en un pequeño pueblo llamado Villa Cella, al norte de una región de Italia llamada Reggio Romana.
Tras el caos económico y político que dejó Segunda Guerra Mundial en Italia, los aldeanos de este lugar, incluidos los padres y niños, recolectaron piedras, arena y madera para construir una escuela. El rumor de esta gestión llegó a oídos de Malaguzzi, quien decidió ver eso con sus propios ojos. Se acercó en su bicicleta e impresionado por esa escena decidió quedarse.
“Estas mujeres estaban limpiando ladrillos cerca del río, así que les pregunté qué estaban haciendo”, recordó. ‘Estamos haciendo una escuela’, respondieron ellas, y así comenzó todo. Las mujeres me pidieron que cuidara a sus hijos… ‘Nuestros hijos son tan inteligentes como los hijos de los ricos’, dijeron con orgullo, pidiéndome que les enseñara a sus hijos lo suficiente como para darles una mejor oportunidad en la vida. Les dije que no tenía experiencia, pero prometí dar lo mejor de mí. Aprenderé a medida que avanzamos y los niños aprenderán todo lo que aprendo trabajando con ellos”.
Esta primera escuela fue financiada con la venta de un tanque alemán, nueve caballos y dos camiones militares.
Y según el educador, esta fue “la primera victoria de las mujeres después de la guerra, pues la decisión fue de ellas”. Esta primera escuela, que en 1963 asumió el financiamiento de muchas escuelas preescolares, aún existe a 20 minutos de la ciudad Reggio Emilia. Ahora bien, ¿cómo dio lo mejor de sí Loris Malaguzzi en aquella escuela forjada por las madres que abrieron sus puertas al educador? Su filosofía, hoy conocida como “Reggio Emilia” está basada en la creencia de que los niños son seres humanos poderosos llenos de deseos y habilidades que les permiten crecer y construir su propio conocimiento. En otras palabras, la filosofía plantea que el niño no sólo tiene la necesidad, sino el derecho a interactuar y comunicarse con otros, especialmente con adultos respetuosos. Por eso, en la filosofía Reggio Emilia, los niños son protagonistas del aprendizaje, los profesores son guías, las familias son claves, el arte es una herramienta de expresión vital y el espacio es algo así como un “tercer maestro”.
Pero si bien las ideas educativas de Malaguzzi afectan muchos aspectos, el mayor foco del Reggio Emilia es la observación y la documentación.
Los profesores de manera rutinaria toman notas y fotografías, graban discusiones en clase y filman el juego. Se encuentran todas las semanas y se enfocan en su observación, y tanto profesores como directores, analizan la documentación centrándose en rescatar los mayores intereses que surgen de las ideas de los niños. Luego, utilizan lo aprendido para planear actividades que se centren realmente en los intereses de los niños y en el desarrollo de sus personalidades individuales. La visión de Reggio Emilio evoluciona de manera constante, sin embargo, hay algo que es constante en esta visión y Malaguzzi lo resume en una frase:
“Lo que los niños aprenden no se da como resultado automático de lo que se enseña. Más bien se debe en gran parte a la acción de los niños como consecuencia de sus actividades y de nuestros recursos”.
Malaguzzi logró instaurar una visión que hoy, muchos profesores y expertos han estudiado y aplicado.
Esta filosofía que depende en gran medida de las relaciones entre el hogar y la escuela, abogando por una asociación entre padres, profesores y miembros de la comunidad educativa, ha permitido a sus defensores, crear una intrincada trama de relaciones que solo favorecen el aprendizaje del niño y por supuesto, el de los profesores. “Debemos atribuirle al niño un enorme potencial y los niños deben sentir esa confianza. El profesor debe renunciar a todas sus ideas preconcebidas y aceptar al niño como un co-constructor”, dice Malaguzzi quien complementa diciendo que sólo al cuestionarse las habilidades y el conocimiento propio de una forma humilde, se puede escuchar al niño e iniciar una búsqueda común… la de “educarse juntos”.
Eres un figura. Muchas gracias Saludos