“El maestro, esencialmente, debe aspirar a ser artífice, despertador espiritual, un transformador de fuerzas en capacidades precisas de acción”, Amanda Labarca.
Es difícil sintetizar la vida de Amanda Labarca en unas cuantas palabras. No sólo porque representó a las mujeres y defendió sus derechos, sino porque desde muy joven se dedicó a la educación desde distintos frentes. A sus 15 años, Amanda se graduó de Bachiller en Humanidades y trabajó como profesora de primaria en el Santiago College donde también fue secretaria asistente de la dirección. En esa misma época, y junto al escritor Guillermo Labarca Huberston (su futuro marido), ingresó a estudiar Castellano al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y con sólo 18 años obtuvo el título de profesora. Un año después fue nombrada subdirectora de la Escuela Normal Nº 3.
Amanda completó sus estudios en la Columbia University de New York y en la Sorbonne de París.
Fue justamente allí donde se “contagió”, en el mejor sentido de la palabra, de las ideas feministas que estaban dando vueltas por Europa y decidió participar activamente a través de la educación impulsando tertulias que más adelante darían forma a el Círculo Femenino de Estudios. A lo largo de toda su vida, Amanda se ganó el respeto y el reconocimiento de sus pares, alcanzando logros que en ese contextos no eran simples para una mujer. Por ejemplo, ser directora del Liceo Nº5, cargo otorgado por el Presidente de la República, Juan Luis Sanfuentes.
Además de publicar numerosas obras como La educación secundaria, Labarca siguió perfeccionándose durante toda su vida.
De hecho tomó una cátedra de Psicología Pedagógica en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y entre 1927 y 1931, fue la jefa de la Dirección General de Educación Secundaria del Ministerio de Educación. En ese periodo, se le nombró como profesora extraordinaria de Psicología y se convirtió en la primera mujer en dictar una cátedra universitaria en América. Un año después pasó a formar parte de la Facultad de Filosofía y Humanidades. En esa misma institución impulsó la creación de la Escuela de Educadoras de Párvulos –antes inexistente– y fue también fundadora del Liceo Experimental Manuel de Salas.
Ser comisionada para dar a conocer la educación pública de Chile en Ecuador, Colombia y Panamá; organizar las Escuelas de Verano en la Universidad de Chile; ser directora del Departamento de Extensión Cultural; y ser miembro de la Academia de Ciencias Morales, Políticas y Sociales del Instituto de Chile, son otros de sus logros más importantes. Pero, aunque su currículo es notable y muy impresionante, lo que más valdría la pena rescatar de Amanda es su visión y rol como educadora.
“El maestro, esencialmente, debe aspirar a ser artífice, despertador espiritual, un transformador de fuerzas en capacidades precisas de acción”.
Además de crecer profesionalmente y dedicar su vida a la educación, Amanda Labarca trabajó en función de la educación como un hecho social, como un servicio a la población y sus diversas realidades. Por eso dictó diversos cursos y seminarios por todo el continente donde dejó clara la importancia de los profesores como motores del impulso de la sociedad. Según se publicó en la Revista de Educación, su antiguo jefe, el ex rector de la Universidad de Chile, Juvenal Hernández, la describió en 1975 así:
“Es una de las mujeres de más talento que ha producido este país… fue historiadora de la educación, gran maestra, profesora de Filosofía y de Psicología, escribía en la prensa permanentemente, intervenía en el Partido Radical, recibía en su casa. No había profesor eminente que llegara a Chile que no estuviera en la tertulia de Amanda Labarca… Es una mujer extraordinaria. Yo espero que la historia de esta mujer tendrá que hacerle justicia en la forma que merece”.
Sus últimos años los dedicó a la escritura de numerosos estudios relativos a la educación y la mujer, dejando así un gran legado e imprimiendo un sello a través de su pensamiento pedagógico progresista y democrático que apuntó al progreso de la educación en Chile.
“Su interés está en hacer que la educación en Chile sea más democrática, es decir, se universalice, especialmente la educación secundaria; que haya experimentación educativa en el país para mejorar las metodologías de enseñanza; que los estudiantes reciban una sólida formación moral libertaria y laica. Para comprender mejor lo anterior recurre a la historia de la educación -tanto en Chile como en Estados Unidos- y aspira a que gracias a la educación la sociedad se fortifique en los ideales democráticos, sea más colaboracionista y que sus miembros, al estar más educados, sean agentes de progreso en fraternidad social, cooperativa y solidaria y alcancen un desarrollo físico y moral íntegro. Postula que el fin de la educación es la consecución de la felicidad colectiva”, afirma Jaime Caiceo Escudero en su texto Amanda Labarca, Irma Salas y Mabel Condemarín, tres educadoras laicas y feministas del Siglo XX en Chile.
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