En un espacio con vista a la Cordillera y mucho verde, se desenvuelve día a día la escuela Francisco Varela, donde tanto niños como profesores, apoderados y trabajadores del establecimiento, se encuentran y se reconocen como personas de cambio a través de mantras, respiraciones, minutos de silencio y posiciones de yoga.
Son las 10:30 AM de un viernes en la escuela Francisco Varela, ubicada en la comuna Peñalolén (Santiago, Chile) y como pasa cada 15 días, en la cancha techada del colegio comienza una clase grupal de yoga. Esta vez, la de los niños y niñas de 3 a 5 años. En ese espacio se libran de sus zapatos para seguir todas las instrucciones de la educadora de párvulos Andrea Millones Bascuñan y la educadora diferencial Marta Barrueto Herrea, ambas dedicadas a ser instructoras de yoga infantil y juvenil desde hace más de cinco años.
El primer ejercicio de la clase es frotar las manos frente al pecho, mantener piernas cruzadas y espalda derecha. Así, más de 40 niños empiezan a entrar en calor mientras afuera la temperatura marca 8º C. Pero en esta cancha, se siente la calidez mientras los niños van siguiendo las instrucciones y las posiciones de yoga siendo guiados por canciones infantiles que hablan de naturaleza y animales. Algunos mantienen sus ojos cerrados mientras llevan su espalda hacia atrás y la pelvis pegada al piso, otros ríen cuando es el momento de cantar uno de los mantras pero todos se quedan en su lugar, observando y tratando de seguir todos los pasos, que ya se saben casi a cabalidad.
Clases similares se hacen de lunes a viernes a todos los cursos del colegio en un domo que está en uno de los patios traseros de este lugar con vista hacia la Cordillera. En ese domo donde predomina el blanco y destaca un mueble de color rojo que funciona como un pequeño altar a los maestros espirituales de Andrea y Marta, se hacen siempre clases de 45 minutos a todos los estudiantes y está abierto para que todos los que conforman la escuela Francisco Varela, vayan a conectarse desde lo espiritual.
La importancia de la meditación
En esta escuela que ya tiene casi seis años de historia -por lo que hasta la fecha sólo tienen estudiantes hasta tercero medio-, es considerada la única escuela de inspiración budista en Santiago y le debe el nombre a Francisco Varela (1946-2001), científico chileno y compañero de Humberto Maturana, que se asoció al Dalai Lama en las primeras reflexiones de esta mirada del mundo que tiende puentes entre la ciencia occidental y la espiritualidad oriental. Bajo esa premisa se promueve la meditación y el yoga, y algunas de sus estrategias están basadas en la filosofía Reggia Emilia.
“Esta inspiración budista se debe a la inspiración de querer desarrollar el espíritu, eso es lo que está muy presente, eso es lo principal. Porque nos interesa que los niños sean felices, por eso para nosotros es importante, por ejemplo, respetar los tiempos de aprendizaje de cada niño. Esa era la idea principal del educador Leopoldo (Muñoz), uno de los creadores de esta escuela. Y muchas de esas cosas se logran a través de esa mirada desde la meditación, el yoga y también trabajamos mucho desde las cosmovisiones de los pueblos originarios de este país. Por eso lo principal debe ser entender el proceso emocional de cada niño y niña, para que enfrenten los procesos educativos”, dice Pamela Berríos, la coordinadora pedagógica del establecimiento.
“Lo que hacemos nosotros es tomar este gran paradigma que tiene que ver con la espiritualidad con una visión integradora. Dentro de esto, tomamos algunos elementos de lo que es la filosofía budista, la práctica budista y lo llevamos al ámbito educativo. Porque si vemos la historia del budismo, cómo se ha practicado, es un sistema educativo. El Dalai Lama suele señalar que es la educación de la mente y el corazón”, explica Fernando Williams, quien es desde hace 5 años y medio el encargado del área de espiritualidad.
De esa manera, el punto central en este sistema es el poder educar la propia mente, tomando en cuenta que hay un mundo exterior y uno interior, y los dos son necesarios e influyen entre sí en cualquier proceso de desarrollo. El entorno, la comunidad y el respeto hacia éstos, es otro tema que se trabaja mucho desde esta práctica.
Para lograrlo, Fernando cuenta que el trabajo nunca se centra únicamente en los estudiantes. Los profesores, encargados del aseo, los que trabajan en la cocina, el personal administrativo y familiares son parte del entorno que colabora en el proceso de aprendizaje de los alumnos, razón por la que se realizan distintas actividades de meditación con ellos. Desde clases particulares de yoga hasta una rueda de meditación inicial que se realiza todas las mañanas a las 8:30 con todos los estudiantes junto a sus familiares.
Gracias a este trabajo, en los casi seis años de trabajo en la escuela, Fernando dice que más de una vez algunos de los alumnos se han convertido en la voz mediadora de la familia. “Son los que después de un día difícil le dicen a la mamá o al papá que respiren, que no es tan grave y son los que ayudan a los padres a tomar consciencia (…) Ese es parte del trabajo y lo que demuestra es lo que aprenden aquí, no se queda sólo en la escuela y en el conocimiento, sino que va mucho más allá”, cuenta Fernando.
El yoga como herramienta de reflexión
Andrea, educadora de párvulos que llegó a tener un alto cargo en un jardín infantil estaba buscando algo más. Quería una vida más tranquila y estaba esperando una señal, la cual fue cuando la llamaron para trabajar unas horas en la escuela Francisco Varela hace un poco más de cinco años, para ser una de las profesoras de Yoga Kundalini, que es el llamado yoga de la consciencia y es el que en este establecimiento se práctica todos los días. “Al menos este yoga es muy potente y entrega muchas herramientas, te hace estar en otro escenario, en otra vibración. Aquí los niños y adolescentes han sido los grandes maestros”, dice Andrea.
En tanto, Marta llegó porque en la escuela en la que trabajaba, como educadora diferencial, el yoga siempre fue una herramienta utilizada por los profesores para lidiar con su estrés, pero ella siempre decía que el yoga no era para ella, hasta que se necesitó una instructora de yoga en la escuela y ahí ella decidió tomar esa tarea, ya que nadie más quería asumirla. Al empezar a estudiar cada aspecto del yoga desde lo teórico a lo práctico, decidió cambiar de rumbo.
Tal cual fue el cambio, que entre ellas se llaman por sus nombres espirituales, que le fueron designados por sus maestros de yoga. Andrea es Siri Amar Dev Vcour y Marta, Harsanjog Kaur. “Ha sido para nosotros un cambio muy significativo, porque ahora no sólo educamos desde una perspectiva únicamente curricular, por decirlo de alguna forma, sino que lo hacemos también desde lo más profundo, desde el espíritu”, dice Andrea.
“Como lo que nosotros practicamos es el yoga de la consciencia, lo primero que ellos aprenden es a ser conscientes de ellos mismos, de lo que son, personas pensantes que se tienen que cuidar, valorarse, que tienen que convivir con otros, valorar al otro, amarse, a conocer y valorar el entorno”, explica Marta.
Desde el aspecto más pedagógico, ambas consideran que el yoga y la meditación son el pilar fundamental en la escuela Francisco Varela , no hay consideración de éstas prácticas como una herramientas para manejar el estrés o obtener mejores niveles de concentración. Más bien hay un proceso completo de consciencia individual, comunitaria y universal. Eso permite que el niño entienda de autorregulación, del trabajo en equipo, de la importancia de la participación con el entorno y de la disciplina mental necesaria, no sólo para la práctica del yoga, sino para todos los aspectos de la vida.
“Gracias a la particularidad de este colegio, todos estamos alineados en lo mismo. Además, permite que ellos se sientan queridos y valorados por sus profesores. Entonces, al tener este lazo afectivo la educación va fluyendo de una forma más amigable, más amorosa”, dice Andrea. De esta forma, en este colegio han encontrado, hasta ahora, una fórmula perfecta para alinear el contenido con el entorno a través de mantras, respiraciones, minutos de silencio y posiciones que permiten mirarse hacia adentro y encontrarse, más allá de lo intelectual.
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