Ángela María Herrera Márquez, una educadora infantil en Chipiona, España, impulsó una iniciativa de recaudación de fondos para los refugiados. Sus estudiantes, los más pequeños de la escuela, lideraron un proyecto que involucró a toda la comunidad.
Como educadora infantil, Ángela María Herrera Márquez soñaba con impulsar un proyecto solidario en el colegio donde trabaja desde hace 5 años. Pensaba en algo grande, una actividad que involucrara a toda la comunidad educativa y que tuviera un impacto importante en la formación de niños y niñas. Para esto, unió fuerzas con su colega Alexandra Laynez y pidió el apoyo del equipo directivo de su establecimiento –el C.E.I.P Los Argonautas de Chipiona, España–. No era la primera vez que, como escuela, se animaban a lidear una iniciativa de carácter social, sin embargo, esta vez imaginaban algo diferente, realmente trascendente y a gran escala.
Una búsqueda en Internet les dio la pista que necesitaban para orientar su esfuerzos en esta misión.
Navegando por la web, descubrieron que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, estaba invitando a las comunidades educativas a participar en un festival “loco” con el fin de recaudar fondos para los refugiados. “No dudamos en ponernos en contacto con ellos y les mostramos nuestro interés. Entonces, nos mandaron un video en el que explicaban su labor como organización y evidenciaban cómo los refugiados llegan a la situación de precariedad en la que viven. Enviaron también otro video en el que preguntaban si queríamos ser ‘locos de ACNUR –locos por cambiar el mundo– para aportar un granito de arena”, cuenta Ángela.
Formalmente, esta iniciativa llamada ACNUR Loco Festival es un proyecto educativo impulsado por el Comité español de ACNUR que busca concienciar a los estudiantes sobre la situación de las personas refugiadas y la importancia de implicarse activamente en la defensa de los Derechos Humanos.
Este festival funciona en tres fases: la de sensibilización, la de acción-cooperación y la de reflexión.
En la fase de sensibilización, se entregan una serie de recursos y actividades para que los participantes se pongan en la piel de las personas refugiadas y desplazadas. En esta etapa también se conoce la labor que realiza ACNUR para ayudarles a restaurar sus derechos. En la fase de acción-cooperación, diferentes comisiones y equipos de trabajo llevan a cabo una acción de concienciación social en el entorno mediante la organización de un evento solidario. En la última fase se reflexiona sobre la experiencia vivida, los logros obtenidos y la importancia de involucrarse en la protección de los derechos humanos. En Loco Festival pueden participar centros de educación formal y no formal, escuelas de música, asociaciones y entidades socioeducativas.
Tras descubrir esta iniciativa y entenderla un poco mejor, como comunidad decidieron compartir el proyecto con todos los alumnos. La idea era motivarlos e inspirarlos a participar.
Para hacerlo, se les mostró la información que ellos habían recibido por parte de ACNUR. Como el video que habían recibido no les parecía adecuado para todos los niveles, decidieron adaptarlo según las edades con el fin de involucrar a todos los estudiantes, incluso la os más pequeños, entre ellos, los alumnos de Ángela, quienes tienen entre 3 y 5 años. “Los cursos superiores lo vieron el video completo, a los cursos intermedios de primaria se les presentó con algunas partes cortadas y para infantil sólo utilizamos el anuncio del Loco Festival y les explicamos un poco cuál era la situación que teníamos que enfrentar”, explica la educadora.
Además de las tres fases, la participación en Loco Festival implica tres cosas: registrarse y descargar un material didáctico para trabajar con uno o varios cursos de una comunidad educativa, vincular la experiencia educativa con algún momento del año y finalmente, concluir el trabajo de reflexión en torno a la problemática de los refugiados con un evento solidario (concierto, recital, exposición, jornada…).
Entonces, “una vez motivados, hablamos del tema y les dimos la opción de organizar un festival de música en el colegio para recaudar dinero y dárselo a las personas que lo necesitan más que nosotros. La decisión estaba en las manos de los alumnos, sin duda todos aceptaron el reto y comenzó la magia”, dice Ángela.
El proyecto se propuso en septiembre de 2018 y en octubre del mismo año empezaron con
las tareas. El primer paso fue hablar con las familias y todos los miembros de la comunidad que serían parte de este proceso solidario de aprendizaje. Los más pequeños del colegio lideraban el proyecto, entonces, vía e-mail se comunicaron con ACNUR, quienes respondieron de vuelta preguntando qué tipo de actuaciones habría en su festival. “Los pequeños lo tenían claro y decidieron que querían escuchar grupos de música ‘de verdad’”, dice la educadora.
Esta decisión detonó otro desafío: los niños tenían que decidir cuáles serían los grupos invitados y sobre todo, debían buscar la manera de contactarlos. La primera opción siempre fue preguntarle a las familias. Para ello, elaboraron trabajos escritos y llevaron a casa algunas preguntas. Los docentes aprovecharon la situación para explicar bien la idea a los familiares y pedirle ayuda como intermediarios con algunos grupos de música locales. “A partir de la ayuda de las familias conseguimos hablar con dos grupos, les comentamos la idea, y les propusimos participar en ella. En ese momento, ya sabíamos que contábamos con dos grupos y a los pequeños/as les parecía suficiente. Pero volvió a surgir otro reto: nos preguntaron cómo íbamos a poner el sonido para que sus instrumentos y voces sonaran bien”, explica Ángela.
Por fortuna, el año previo al festival, Ángela y sus alumnos habían estado en la “Escuela de Ruido”, el estudio de un músico de la localidad.
Allí, los niños habían tocado instrumentos de forma libre (guitarras eléctricas, mesas de mezclas, baterías… ), así que al recordar esta experiencia lo llamaron para concertar una cita en la cual le pidieron ayuda. “Sin duda, nuestro amigo aceptó nuestro reto. Después de esto estuvimos estudiando los instrumentos que llevaría cada grupo, y jugando a hacer conciertos; así aprendimos cosas importantes, por ejemplo, que nos hacían falta micrófonos para cantar. En ese tiempo se unieron dos grupos musicales más”, cuenta la educadora.
Después de aclarar quiénes tocarían, qué tipo de música tocarían y qué instrumentos llevarían, ACNUR envió información con diferentes tareas que debían llevar a cabo para que todo saliera bien. Como eran varias y diversas tareas, fueron repartidas en todos los cursos de primaria, quienes elaboraron entradas, hicieron un video para divulgar la información por grupos de WhatsApp y el Facebook del colegio, presentaron a los grupos y se encargaron de la decoración. Mientras tanto, los niños del nivel infantil crearon un cartel para anunciar el evento.
Después llegó el momento de vender las entradas.
Los alumnos se encargaron de esta gestión divulgando el evento, vendiendo entradas a las familias, llevando el recuento de ventas y aunque el dinero no pasaba por sus manos, tenían que hacer cuentas. El rol de las familias fue vital, no sólo en la compra de entradas, sino a lo largo de todo el proceso, pues no sólo contactaron a posibles grupos, sino que también lograron conseguir una barra con comida y bebida que estuvo presente durante el concierto. Además se encargaron de ser voceros del evento, motivando a amigos y vecinos a ser parte de esta iniciativa. Algunos, con pequeñas empresas, incluso financiaron con algunos materiales y elementos más técnicos.
¿Y el rol de Ángela y otros docentes a lo largo de todo el proyecto?
“Nuestro rol como maestras empezó mucho antes de que los alumnos supieran algo de lo que estábamos tramando para ellos. De hecho, la organización y programación que hay detrás de todo lo que ellos van descubriendo, aprendiendo y viviendo durante el proceso no se deja nunca al azar”, explica la educadora. “Todas estas decisiones, asambleas, listas de tareas, llevan implícita una labor docente que deja paso a las ideas de los pequeños, sin descuidar la necesidad de una planificación real y efectiva, por lo que la tarea no es sencilla”, agrega. Desde los encargados de ACNUR y las familias, hasta los grupos musicales… cada elemento del festival musical impulsado por esta comunidad, pasó por manos de los docentes que lideraron el proyecto. El objetivo era lograr un equilibrio entre permitir a los niños jugar en su rol de organizadores y ejecutar un evento real.
Los niños, por su parte, aprendieron infinitas cosas a lo largo de todo el proceso. Por ejemplo, que son capaces de mucho y que la actitud, el interés y la motivación son elementos fundamentales a la hora de alcanzar grandes objetivos en la escuela y en la vida misma. “Pero el valor más relevante de este proyecto, sin duda, fue conocer el valor de la solidaridad, la solidaridad con otras personas a las que no vemos ni conocemos, pero con las cuales tenemos un vínculo emocional y de empatía”, afirma la educadora. “Si algo rescatamos de todo esto, es que gota a gota se llenan estanques, así que nosotros seguiremos aportando todo lo que podamos, por insignificante que parezca, para construir un mundo mejor”, concluye.
El festival de música de los niños de C.E.I.P Los Argonautas finalizó con éxito.
Asistieron cuatro grupos, uno de ellos formado por adolescentes. Todos participaron sin ánimo de lucro. Alumnos, amigos, familiares, profesores y vecinos asistieron al evento para disfrutar una tarde de música. Los niños particularmente estaban orgullosos y no podían creer todo lo que habían logrado y lo más relevante fue haber impulsado tanto por una gran causa.
“La edad de mis alumnos es perfecta para abrir la ventana de un pensamiento crítico y reflexivo sobre la sociedad y el papel que podemos desempeñar en ella”, dice Ángela. Por eso, todos los años , ella se reinventa ideando iniciativas que sean trascendentales para la comunidad y sobre todo para sus alumnos, niños de 3 a 5 años que gracias al rol de educadoras como ella, se están formando desde ya, como líderes de su comunidad.
Leave a Reply