“Acompaña el desarrollo de la pedagogía no sólo desde lo intelectual, sino a través del cuerpo, a través de la belleza, a través del trabajo”, dice la encargada del taller de arte en este establecimiento.
Son las 10:30 de la mañana de un lunes y Natasha Karachov comienza su clase de arte. Está en una sala chica, donde hay nueve mesas de madera y en cada una, dos sillas. Los estudiantes están repartidos por toda la sala. Sentados en el piso, en las sillas, sobre las mesas y parados en las sillas. “Recuerden que hoy nos dividimos, unos van al huerto y otros van a continuar con su trabajo de greda”, advierte Natasha, mientras cada alumno sigue en su propia actividad.
En total, 12 alumnos se quedan en la sala para continuar su trabajo de realizar un jarrón de greda, una labor que deben hacer desde el inicio. Es decir, que ellos mismos deben moler la roca de greda hasta convertirla en una masa moldeable. Unos lo llevan más avanzado, otros apenas están empezando a amasar la greda y al menos dos, no han realizado ni el boceto de lo que quieren hacer. Porque la autonomía es parte central del Colegio Rudolf Steiner, ubicado en la comuna de Peñalolén (Santiago), donde se trabaja la pedagogía Waldorf desde el jardín infantil hasta cuarto medio.
La pedagogía Waldorf está basada en las ideas del alemán Rudolf Steiner, quien tenía como pilar fundamental la comprensión del humano como un ser espiritual. Lo que se traduce en desarrollar respeto por los ciclos de la naturaleza, la vida y el aprendizaje a través del juego y una permanente exploración del arte. Con esa base, se trabaja después el pensamiento abstracto, con el fin de no enseñar conceptos tempranamente a los niños y niñas.
Por esa razón, el currículum Waldorf -que ha sido reconocido por la UNESCO-, se basa en la comprensión del desarrollo evolutivo del ser humano, desde la niñez a la primera juventud, teniendo en cuenta la progresiva aparición de capacidades vinculadas al ámbito del querer, del sentir y del pensar. “Es decir, nuestra pedagogía busca educar la totalidad del niño, equilibrando el trabajo práctico con sus manos, con el progresivo desarrollo de la voluntad individual, la imaginación y las capacidades intelectuales. (…) La pedagogía Waldorf distingue distintos momentos anímicos en que se acentúa el desarrollo de diversas capacidades, basándose en el estudio de la biografía humana a partir de septenios (períodos de siete años)”, se lee en el sitio web del Colegio Rudolf Steiner.
El arte permanentemente
En este establecimiento donde los estudiantes no tienen uniformes, no llevan libros según la materia que recibirán, no hay pizarras de plumones -todas son de tiza- no hay ordenadores ni están permitidos los celulares, hay arte en varias esquinas. Desde esculturas en piedra o madera hasta lámparas hechas con papel y envases de vidrio, todos creados por los estudiantes.
Natasha, quien da clases en el colegio Rudolf Steiner desde 2006, -y es ex-alumna-, explica la importancia del arte en este currículum: “Acompaña el desarrollo de la pedagogía no sólo desde lo intelectual, sino a través del cuerpo, a través de la belleza, a través del trabajo. Complementa y aporta de una forma en que los alumnos entran y entienden muy rápidamente y ayuda en las distintas personalidades. Además, el arte es terapéutico, trabaja lo espiritual, el carácter y la voluntad que es indispensable para tener personas que sean autovalentes. El arte es fundamental en esta pedagogía”.
Junto a la música, otra área central en esta pedagogía, el arte existe en conjunto con todas las otras materia al menos en los ocho años de básica del currículum Waldorf. Por ejemplo Natasha, es la encargada de dar todas materias, mezclando siempre con arte, además del ramo exclusivo para trabajar las habilidades artísticas. “Así el alumno integra la materia desde distintos puntos de vista”, cuenta Natasha.
Además, según Natasha el arte también genera vínculos al entender todos los procesos, y es por esa razón que siempre durante el mes de diciembre los estudiantes hacen sus cuadernos para el año escolar que empezarán en marzo. “Así no les gusta ni arrancar una hoja, cosa que quizá no pasa con un cuaderno que podrían comprar en cualquier lado. Aquí, gracias al proceso, entienden el valor”, explica la docente.
Lo artístico en los quehaceres cotidianos
Son las 11:30 de la mañana y en un taller lleno de sierras, cinceles, martillos y muchas maderas, está Guillermo Ojeda quien es el encargado de los talleres de carpintería, forja y tallado de escultura en piedra. Ahí le acompañan varios niños y niñas de quinto básico que deben realizar unos discos y unas jabalinas para unas olimpiadas que tendrán en un campamento donde participarán otros colegios.
“En este caso la carpintería es el apresto de todo lo que viene después, para el uso de maquinarias, de herramientas, del lenguaje de taller, del movimiento, al menos en la básica. Ya en la media, se trabaja con una guía mucho más exacta (…) La intención es siempre que entiendan el proceso de las cosas. Además, con mi trabajo lo que hago mucho es rescatar las cosas que han aprendido con otros profesores, desde el arte, la matemática. Con esto también se les enseña el pensamiento práctico, para la vida”, dice Guillermo.
Con esa intención, Guillermo ya con los alumnos de enseñanza media trabaja conceptos como el cuerpo humano y la construcción de herramientas a partir de la piedra. “Todo, desde la carpintería hasta al arte, junto a las otras materias, le enseña a los estudiantes finalmente a pensar, a resolver”, considera Guillermo.
Experiencias como estas nos recuerdan la importancia del arte en la pedagogía. ¿Qué otras experiencias conocen ustedes?
Leave a Reply