“Mientras desde más chiquititos trabajemos esto, más le queda a ellos en su memoria emotiva. Cuidar el medio ambiente va a ser su diario vivir…”
Un jardín infantil con cuatro salas, 104 niños, 3 educadoras, 12 técnicos en educación parvularia y 3 manipuladoras de cocina, están cambiando desde el año 2012 la realidad de Puente Alto, una de las comunas más vulnerable de Santiago. Lo hacen trabajando la educación medioambiental, no sólo con los niños, sino con las familias y su entorno.
La premisa en el Jardín Infantil y Sala Cuna Ingeniero Luis Falcone es educar tomando en cuenta la importancia de cuidar el medio ambiente. Por eso, en todas las salas entre los juguetes hay hojas secas, envases reciclados, cajas y muchas plantas para cuidar y regar. También tienen, en la parte trasera de cada sala, varios huertos colgantes y algunos, hasta una mascota como una hámster. Tampoco faltan, en cada aula, tres bolsas para separar y reciclar vidrio, latas, botellas plásticas, papel y cartón.
Para integrar a la comunidad, son diversas las actividades que realiza el establecimiento. Como dejar en la puerta del jardín varios envases plásticos, para que los vecinos traigan el aceite que usan y que luego las encargadas del jardín entregan a empresas especializadas. También invitan a todos a que participen en las ferias que se hacen en el jardín, donde los niños junto a sus familiares venden hierbas de sus huertos, aceites aromáticos que realizan e invitan a traer todo el material reciclable que tengan en sus casas.
“Mientras desde más chiquititos trabajemos esto, más le queda a ellos en su memoria emotiva. Cuidar el medio ambiente va a ser su diario vivir, porque ellos ahora son una esponja y aquí, les estamos dando un sentido a lo que les enseñamos (…) Así estamos trabajando para que ellos cuiden el medio ambiente, porque creo ya mi generación no lo hizo”, es la premisa de Carolina Olivares, técnico en educación de párvulos y encargada de todas las estrategias y actividades con foco sustentable.
Desde lo sensorial
El espacio que ya tiene el sello medioambiental del Ministerio del Medio Ambiente y es parte del Sistema Nacional de Certificación Ambiental de Establecimientos Educacionales, (SNCAE), fue construido pensando desde el primer día en la sustentabilidad. Es un centro de la Protectora de la Infancia que terminó su construcción y equipamiento en febrero de 2012, gracias a aportes de la Junji, la Cámara Chilena de la Construcción y la Constructora Icafal.
Pensado con una orientación eficiente, sus salas están ubicadas hacia el lado norte, para permitir el mayor paso de luz y calor ambiente. Además, el agua se calienta con energía solar gracias a unos paneles fotovoltaicos que tienen en el techo y la caldera que utilizan trabaja con pellets, que contamina en menor medida en comparación a la leña y la parafina.
En el patio los balancines también son sustentables: se hicieron con neumáticos y maderas que sacaron los familiares de un microbasural que se encuentra cerca del establecimiento. Con muchos más neumáticos, crearon una montaña donde los niños pueden escalar y unos animales que son parte de un parque en donde lo niños siempre piden fotos.
Eso es apenas una parte de la experiencia de la educación sustentable, que en la sala cuna mayor y menor -de seis meses a 1 año- las educadoras la trabajan todos los días desde lo sensorial. “La intención es que siempre estén en contacto con lo natural, que se familiaricen, que sea parte del día a día”, cuenta Camila Godoy, una de las educadoras de las dos salas cunas.
Desde las 8:30 de la mañana es normal ver que un niño llegue gateando hasta unas de las áreas de la sala y comience a jugar con hojas secas. También que otro tome unos paquetes sensoriales -que son saquitos de tela, que dentro tienen plantas aromáticas como el orégano o tomillo- y se los lleve a la cara. “Para nosotros es muy importante trabajar con ellos desde la exploración y que sean libres de tocar, oler, mirar y probar (…) Aunque en esta parte también es importante el trabajo con los padres, porque a algunos les causa pudor que jueguen con tierra, hojas, pero esa es una forma de crear anticuerpos, de jugar y de conocer el entorno”, considera Camila.
Todos contra el “Sr. Derroche”
En la otras dos salas, donde están los niños de 1 a los 4 años de edad, una de las actividades se centra en un cuento que tiene como villano al Sr. Derroche. “Miren qué triste se pone el sol, el cielo y la cordillera cuando el villano Derroche gana. Cuando logra que los niños malgasten el agua y boten las latas al piso. ¿Qué debemos hacer para derrotar al Sr. Derroche?”, pregunta una educadora mientras señala un dibujo donde se ve un personaje que parece un robot gigante y morado, que es el gran villano de todos los cuentos.
“¡Debemos cuidar el agua, pedir que no la malgasten!”, responde una de las niñas. Esto después de una actividad en la que se habló sobre el agua, su importancia, cómo cuidarla y la necesidad de reciclar los envases en los que se puede tomar este líquido. “Todos los días trabajamos con algún elemento y les explicamos la importancia de cuidarlo y su efecto para esta casa común, que es el medio ambiente. Pero siempre lo trabajamos desde el juego, para que sea siempre sea una experiencia grata para ellos”, explica Carolina.
Otras formas de fusionar aprendizaje y reciclaje es mediante unos títeres que se convierten en el eje central de varias actividades. Pero éstos deben ser creados con puros materiales de reciclaje que traigan los niños. Por ejemplo, en una de las salas están construyendo un gran perro con botellas plásticas, periódico y tapas de bebidas.
Como la mayoría de los cuentos y actividades tienen como finalidad una lección sobre el cuidado del medio ambiente, en un rincón se pueden encontrar algunos libros realizados por los niños juntos a sus familiares, que son la creación de un cuento propio o transformación de relatos conocidos como la “Caperucita roja”, pero con el cuidado del medio ambiente como bandera. En esta versión, la caperucita es una niña que le pide al lobo que la ayude a limpiar una playa llena de basura.
El cuidado de todo el entorno
Cada sala tiene un huerto, con maceteros hechos con envases de agua y decorados a gusto. Todos los niños y niñas tienen la posibilidad de cuidar esas plantas, que van desde apio hasta acelgas. “Así ellos van viendo como todas las matas crecen, siempre que se cuiden, se traten bien. Y que muchas de esas plantas, se pueden transformar en grandes árboles, como los manzaneros que tenemos o el limonero, que cuando llegamos a este jardín, eran unas matas pequeñas, unos palitos apenas. También les mostramos y les enseñamos todas las comidas y cosas que se pueden hacer con esas plantas. Por ejemplo, casi todas las tardes ellos se hacen un té de hierbas con matitas que sacan de sus huertos o se comen una manzana de uno de nuestros árboles y se dan cuenta que gracias al cuidado, la tierra les dio alimento”, cuenta Carolina.
Pero el cuidado no se rige sólo con las plantas. En unas de las salas tienen una hámster, que se llama Galleta -nombre que ganó por votación- y con él aprenden la importancia del cuidado de otros y del entorno, que vas más allá de una plata. “Saben que tienen que cuidarlo, limpiarle la jaula, tratarlo bien. Y siempre tratamos de que el fin de semana se vaya con el niño que mejor se portó durante la semana, el que hizo todas sus actividades y fue buen compañero”, explica Karla Alegría, la directora del establecimiento.
La familia como principales colaboradores
En todo esta estrategia de aprendizaje cuyo eje es el cuidado del medio ambiente, es clave la participación de los familiares. Por esa razón, un espacio del jardín está destinado al uso libre de los apoderados. Se trata de un patio donde se encuentra la compostera -donde las manipuladoras de cocina y educadora van echando todos los desechos de frutas y verduras- y también muchos maceteros de cauchos con pimentones, tomates, apios y mucho más. Todo esto junto a una mesa y un pequeño techo de madera.
“Nosotros le decimos el quincho, aunque no es un quincho. Pero es un espacio donde los familiares pueden venir a realizar actividades, que ya se han hecho. Desde talleres de yoga hasta reuniones familiares. También es un espacio al que pueden venir a buscar unos pimentones si necesitan, por ejemplo”, cuenta Karla.
Se trabaja de esta forma, para que los familiares se sientan parte de una comunidad junto a sus hijos y entiendan la importancia del reciclaje y del cuidado del medio ambiente. “Además, ellos son la clave aquí, porque son ellos los que ayudan a nuestros niños a recolectar latas, cajas, son los que nos han traído los cauchos, los que han armado muchos de los materiales que tenemos en las salas (…) Y uno se siente realmente pagado cuando un padre viene y te dice que llegó tarde porque su hijo lo hizo pararse para recoger una lata. Por esas cosas, no importa que lleguen tarde. Cuando te enteras que un niño está educando a otros sobre el cuidado del medio ambiente, especialmente en una zona tan vulnerable, ya uno se siente pagado”, cuenta Carolina.
Para trabajar con las familias, Carolina es la que dirige un comité sustentable junto a varios apoderados -más o menos dos por sala-, que son los encargados de estar atentos a los materiales que deben llevar y los materiales pedagógicos a realizar. También le entregan ideas y es con quien discuten las posibilidades de llevar a cabo un proyecto, como en su momento fue la realización de la montaña de neumáticos.
En tanto, Karla es la encargada de trabajar en las redes con la comunidad, entre escuelas, vecinos, empresas y otras municipalidades. “Nos interesa que más gente sepa de este trabajo y de que no se trata de reciclar latas, porque eso no es suficiente”, agrega la directora del establecimiento.
“Siempre dicen que los niños son el futuro, los que van a cambiar el mundo y la verdad, es que los niños son el presente y hay que trabajar en el presente. Por eso trabajamos nosotros, por el presente, porque aquí está el reto, el cambio y ellos son los únicos que pueden cambiar el mundo (…) Y esto es lo que tenemos, 104 niños dispuestos a explorar, disfrutar y a gozar con la naturaleza y aprender cómo cuidar estos recursos que nos entrega esta casa común, la que compartimos con millones de personas”, considera Karla.
Por ello, una de las mayores alegrías de todas las que trabajan en el Jardín Infantil y Sala Cuna Ingeniero Luis Falcone desde 2012, es que ya han recibido noticias de niños que han llegado a otros colegios a instaurar el reciclaje y los huertos. Y que dentro de sus familias, ya es inherente la cultura de la sustentabilidad.
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