“Todo allá está en vivo, no está en el papel, lo puedes tocar… Es un espacio lindo, pero primero tienes que conocerlo para después enseñarlo”, dice Mauricio González, profesor de Educación General Básica de Colchane y finalista del Global Teacher Prize Chile 2017.
Hace varios años, para la clase de historia, Mauricio González y sus estudiantes querían una imagen en tiempo real del pueblo para hacer una maqueta en la que pudieran ubicar las casas del lugar y las instituciones que estaban alrededor. El problema es que en esa época no existían los drones, así que tuvieron que ingeniárselas para capturar dicha imagen. Se les ocurrió integrar una cámara a un globo de aire caliente fabricado por ellos mismos. La cámara transmitiría directo a la sala de clase (o como ellos la llamaron en su momento, a la “Estación de rastreo”). Todo esto funcionaría gracias a una antena que iba a girar en dirección al globo y lo iba a seguir de forma constante.
Cuando estaba todo listo, Mauricio y sus estudiantes lanzaron el globo hacia el cielo, pero éste se fue tan rápido que no alcanzaron a rastrearlo; partió en dirección a la costa y mientras eso sucedía, el profesor veía cómo su cámara, que era nueva, se alejaba. El globo siguió alejándose, pero de repente vieron cómo se acercaba de nuevo. Cuando Mauricio recuperó la esperanza en la actividad y creyó que iba a poder recuperar su cámara, el globo pasó de largo y terminó en Bolivia.
“El experimento claramente no resultó y tampoco pude recuperar mi cámara, pero ese día, el fracaso nos ofreció una nueva explicación: que existían dos corrientes de aire, una fría que iba de la montaña a la costa, y una caliente que venía de la costa hacia la montaña, por eso el globo se devolvió y por eso alcanzó más altura”, cuenta entre carcajadas el profesor Mauricio González, quien durante 28 años se ha dedicado a dar clases en una comunidad Aymara en Colchane, al norte de Chile.
“Siempre lo recuerdan… fue fantástico. Nunca recuperé la cámara, pero era lo de menos”.
El objetivo principal de la actividad del globo no concluyó como ellos esperaban, pero tal como lo menciona el profesor, sus estudiantes no olvidaron la experiencia, e incluso hoy, después de varios años, sus ex alumnos recuerdan la anécdota con cariño. Este es uno de tantos ejemplos de los desafíos que ha tenido que enfrentar Mauricio en un contexto rural desértico y en una comunidad Aymara en la cual sólo fue aceptado después de cuatro años de trabajo y compromiso. De hecho, ese fue, probablemente, el primer desafío con el que tuvo que lidiar este profesor que llegó a integrarse en una cultura que no conocía, una cultura que no era la suya.
Ganarse la confianza de la comunidad Aymara en la cual ha hecho clases durante tantos años fue complejo y requirió de una enorme capacidad de resiliencia que le permitiera seguir trabajando por darle una educación de calidad a unos niños que según cuenta el docente, tienen una capacidad de asombro como ninguna otra. Convencido de la importancia del rol docente en contextos rurales, Mauricio se quedó… se quedó 28 años y hasta el día de hoy se las ha ingeniado para convertir el desierto y las maravillas de la naturaleza de la zona en recursos pedagógicos indispensables.
“En los contextos rurales es donde hacemos más falta. En la ciudad tienes energía eléctrica todo el día, tienes programas de televisión que te están apoyando, tienes una comunidad letrada, pero en Colchane, cuando yo llegué, el único letrero que había decía “PARE” y las casas ni siquiera tenían números. Había que hacer todo, hasta ir a buscar el agua. Después de 28 años todavía no tenemos energía, entonces, si quiero que funcione el notebook tengo que ir con mi batería y con un inversor de energía a la sala. Eso cuesta, pero te das cuenta de que tienes que superar eso y aparece un nuevo concepto llamado compromiso”, dice el profesor.
El compromiso, para él, ha sido la clave para enseñar de una manera diferente. Pero también ha sido fundamental el proceso de aprendizaje al que, al igual que sus alumnos, ha tenido que enfrentarse.
Cuando Mauricio llegó a la comunidad, desconocía muchas cosas que sólo con el tiempo fue descubriendo y convirtiendo en herramientas de trabajo. Por ejemplo, que los conocimiento ancestrales de los Aymara le servían para enseñar ciencia en un rincón de Chile donde el comportamiento de los experimentos, por estar a 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar, es diferente. Además aprendió que Colchane es un laboratorio en sí mismo: “hay un volcán, están los geyser, hay fenómenos de erosión por el viento y por el agua que ellos lo ven como algo cotidiano porque nadie se los ha explicado. Salir al terreno y no ver fotografías sino ver el sitio real es impagable” asegura el docente, quien está convencido de que el desierto es una herramienta pedagógica que no cambiaría por nada.
“Todo allá está en vivo, no está en el papel, tu lo puedes tocar… Los ecosistemas muy bien dados. La introducción de especies… te das cuenta del impacto ambiental que están causando las ovejas, los corderos. Hemos visto en estos 28 años cómo se han ido reproduciendo las vicuñas que antes no había. Es un espacio lindo, pero primero tienes que conocerlo para después enseñarlo”.
Sumergirse en la cultura Aymara, ganarse su confianza y reconocer las maravillas de un lugar como Colchane han permitido que Mauricio innove dentro y fuera del aula.
Jabones a partir de la saponificación, tintes para lanas naturales hechos con hierbas, el tamizaje, la astronomía, diversos fenómenos de la naturaleza y muchas otras actividades hacen parte de la cotidianidad de los procesos de enseñanza de un profesor que ha convertido la cultura y el contexto de toda una comunidad, en herramienta innovadoras ideales para generar aprendizajes realmente significativos.
“Los aprendizajes son significativos cuando producen efectos a largo tiempo y para que algo sea significativo, tiene que impactar al alumno, entonces tengo que sacarlos, tengo que llevarlos, tengo que experimentar y eso es entretenido”.
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