Esta es la historia de Paulina Villarroel, la educadora con más de 20 años de experiencia que hoy hace parte de los cinco finalistas del Global Teacher Prize Chile 2018.
Desde el colegio, Paulina Lucía Villarroel Aravena (49 años) era la típica alumna que ayudaba a sus compañeros que no entendían las materias. En esa época, también fue voluntaria de Conin (Corporación para la Nutrición Infantil), donde empezó a vincularse con niños y niñas. Desde entonces, la infancia se convirtió para ella en una prioridad, y el amor y la admiración que sentía por niños y niñas la llevaron a estudiar Educación Parvularia. Su motivación por la formación humana en los primeros años también está ligada al impacto que genera esto a lo largo de toda la vida de una persona. Paulina cree que desde la infancia, las personas se construyen y se transforman y de esta manera, también transforman a sus familias, a su entornos y a su sociedad. Pero esto no queda sólo en el discurso… con su labor a lo largo de 25 años, ella lo ha comprobado.
En 1992, en la población Digna Rosa de la comuna de Cerro Navia, Paulina Villarroel fundó el Jardín Infantil Comunidad de Niños Tricahue.
Lo hizo desde cero, con pala en mano y con la ayuda de los pobladores de dicha comunidad. La idea se gestó después de un voluntariado que hizo allí con otros estudiantes universitarios. Pasaba muchos días en la comunidad ayudando de formas diversas y en ese proceso, se dio cuenta de lo enormes vacíos educacionales que existían allí. Entonces, los jóvenes voluntarios decidieron hacer talleres para aportar de alguna manera y ella, como era la única educadora infantil, diseñó una experiencia educativa Montessori. En ese momento era tan solo una estudiante, pero inspirada por sus clases y sus ganas, decidió probar qué tanto impacto podía tener este método en la vida de los 10 niños que participaron en dicha experiencia. En una mediagua (vivienda emergente) de no más de 18 metros cuadrados, creó la iniciativa Montessori con materiales hechos por ella. Pero a pesar de la precariedad, los niños y sus familias fueron felices.
De este momento de su vida, surge la idea de aportar a la comunidad desde la educación.
Paulina estaba segura de que Digna Rosa necesitaba un jardín infantil y a pesar de las limitaciones, se propuso cumplir este sueño. Pero no fue sencillo, por falta de recursos (que recolectaron en ferias, cenas bailables y bingos) y otra serie de desafíos que fueron apareciendo… ¿Acaso habría educadores dispuestos a trabajar en un contexto altamente vulnerable como este? Esa fue la primera pregunta que se planteó la educadora; sabía que no sería fácil encontrar un equipo de trabajo, entonces recordó otra experiencia que la había marcado años atrás. Antes del voluntariado en Cerro Navia, Paulina hizo su práctica en un jardín en la comuna de San Bernardo que pertenecía a una comunidad de religiosas que tenían un centro de ayuda social en una toma de terreno. Aunque las mujeres que trabajaban ahí no eran profesionales, tenían una entrega total por la educación. Pensar en ellas fue la mejor forma de solucionar el vacío de profesionales. ¿Por qué? Paulina creía que si esas mujeres, sin tener una educación formal, lo habían logrado, entonces otras mujeres también podrían hacerlo. Decidió entonces, que formaría mujeres de esa misma comunidad.
Y así lo hizo… cuando el jardín nació, empezó a detectar qué mujeres de Digna Rosa, estaban interesadas y tenían talento para la profesión.
En ese entonces, ella ya se había capacitado en metodología Montessori y había generado un vínculo importante con el Centro de Estudios Montessori, donde actualmente es profesora. Desde entonces, dicho centro decidió otorgarle becas a mujeres de la comunidad que quisieran formarse como guías Montessori. Actualmente, 10 de ellas son parte del equipo pedagógico de Paulina y muchas son madres de los niños que asisten al jardín. Para las mujeres de Digna Rosa, esta labor de Paulina se ha convertido en una fuente de promoción social que trasciende las aulas. Esas mujeres, también madres, son quienes se encargan de nutrir la formación de los niños y en ese sentido, de asegurar la continuidad del proyecto educativo que la educadora fundó hace más de 20 años.
Actualmente, como directora y educadora, Paulina se ha enfocado en consolidar el proyecto a partir de tres aspectos:
Asesorando al equipo en su trabajo pedagógico, modelando la resolución de conflictos y acompañando a las guías Montessori en el trabajo con la familia. Además se dedica a fortalecer el trabajo con familias estimulando su participación en proyectos ejecutados por ellos e impulsa nuevas experiencias formativas que incluyen el Yoga, la carpintería y el Reiki, entre otras cosas. Muchos de los niños que han egresado del jardín, son profesionales y con ellos, Paulina ha confirmado que la formación inicial tiene un potencial incalculable para el desarrollo personal y profesional de las personas. Toda esta experiencia ha permitido cambiar el rostro y las posibilidades que tienen ellos y sus familias, por eso se ha convertido en un proyecto que otras comunidades educativas están replicando y en la inspiración de otras iniciativas como la Fundación Amigos de Jesús, un proyecto que acoge a niños, niñas y jóvenes con necesidades especiales.
En 1992, esta educadora recibió a 20 niños y niñas. Actualmente, trabaja por la educación inicial de 104. Su gran trayectoria en la educación inicial y el impacto de su labor en toda la comunidad, la convirtieron en una de las cinco finalistas del Global Teacher Prize Chile 2018.
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