Nadia Valenzuela, la ganadora del Global Teacher Prize Chile 2019 y docente de la Escuela Lucila Godoy Alcayaga de Angol, comparte aquí algunos secretos de sus clases.
Nadia Valenzuela se convirtió el pasado 12 de noviembre en la ganadora del Global Teacher Prize Chile. Su principal sello es ser una profesora de ciencias que transforma esa materia en una muy divertida para sus estudiantes. Con 39 años de edad, 15 años de experiencia y tres trabajando en la Escuela Lucila Godoy Alcayaga de Angol, en la Región de la Araucanía -al sur de Chile-, ha logrado que sus estudiantes sueñen con ir más allá del Planeta Tierra.
Sus alumnos son los únicos en Chile que con un instrumento donado por la NASA, están estudiando semillas que puedan responder favorablemente a la alteración del campo gravitatorio, para evaluar la posibilidad de realizar futuras granjas espaciales. Y no se ha quedado ahí. Nadia ha convertido a sus estudiantes en grandes agentes de cambio; juntos han logrado reforestar árboles, ser conscientes de los cambios climáticos y hasta diseñar un invernadero para madres agricultoras, entre otros logros.
“La maravilla de impartir la asignatura de ciencias es que te da un abanico de posibilidades para hacer muchas cosas entretenidas, como salir a terreno y convertirnos en arqueólogos. Otras veces, me permite a mí, llegar disfrazada de sol, ponerme una nariz de payaso, una peluca o unos lentes grandes. Siempre tengo a la mano diferentes herramientas, nunca repito, porque sino se pierde la magia, porque ellos saben que cada clase va a ser una experiencia nueva y las ciencias son eso, todos los días una experiencia nueva”, dice la profesora.
Para lograr que las ciencias puedan ser divertidas todos los días, estos son algunos de los consejos que comparte Nadia y que han sido claves para ella con sus alumnos de básica (primaria):
1. Escucharlos, conversar y dejar claras las normas
Nadia cuenta que la comunicación constante con sus alumnos ha sido siempre lo principal para realizar sus clases. Cuando explica la estructura de una de sus clases de ciencia, hace hincapié en que siempre hay mucha conversación y respeto por el otro. Además, asegura que nunca grita, pues siempre mantiene un tono suave, y si sus estudiantes quieren conversar, los deja.
“A mí me da mucha pena que los profesores caigan en los gritos o en las amenazas. Al entrar en ese juego, yo creo que el alumno deja de ver el aprendizaje como una forma de salir adelante y empieza a verlo como como una obligación. Yo siempre pido que levante la mano quien quiere aprender, y quien no quiera, puede salir de la sala... nunca se me ha ido un niño fuera. Mi principal norma es que en mi clase nos respetamos y estamos interesados en aprender (...) Si a veces escucho susurros, que empiezan a conversar, yo me quedo callada y les digo que terminen, porque yo no sé si quizá están conversando algo de la materia o algo que les pasó en la casa, que también es válido, pues los seres humanos somos personas sociales. Muchas veces pasan que se cohiben, pero este respeto es clave para poder hacer una buena clase en un ambiente de respeto”.
2. Una pregunta es clave para empezar la clase
“Cuando empezamos con el contenido, yo lo que hago es guiarlos, porque los niños saben muchas cosas. Por eso, yo siempre parto con la pregunta del millón y en el pizarrón hago una lluvia de ideas. Y cuando terminamos la clase, vemos si conseguimos la respuesta. Hago preguntas como: ¿para dónde va el aire?, ¿por qué se me hinchan los pulmones cuando respiro?, ¿por qué tengo que comer y qué pasa en nuestro cuerpo cuando lo hacemos?, ¿qué camino recorre el aire? Y al terminar la clase, siempre preparamos un enunciado relacionado a un tema, y lo respondemos con los contenidos aprendidos . Por ejemplo, si el tema de la clase se relacionó con el agua decimos: ‘si yo fuera una gotita de agua…’ y completamos la frase. Y si el tema fue sobre el aire, decimos ‘si yo fuera un pulmón…’”. Esas son pequeñas frases que a ellos les ayuda a sintetizar la clase y eso también permite que estén atentos. Al finalizar el semestre, hacemos un compilado para que vean todo lo que aprendieron con esas frases: ‘si yo fuera la fuerza de gravedad...; ‘si yo fuera la lluvia…’; ‘si yo fuera una gotita de agua…’. Sus respuestas suelen ser algo bien mágico”, explica.
3. Salir del aula para descubrir y aprender
Para Nadia, cualquier espacio puede ser el aula. Una plaza, una montaña, una calle. En todos esos lugares hay material para estudiar. “Por ejemplo, cerca del colegio tenemos un canal que está seco y vamos, nos metemos al canal. Según la asignatura, hacemos cosas distintas. Con los pequeñitos, vamos a buscar bichos, sacamos rocas, sacamos tierra para nuestro huerto, indagamos en las propiedades físicas que tiene el suelo, investigamos la actividad bacteriológica que tiene ese suelo en comparación con el suelo de nuestro huerto. Algo tan simple como eso, marca a los niños. Siempre insisto en que uno tiene que hacer ciencias con los niños”, cuenta.
Cuando las clases de Nadia son fuera del aula, una norma es MUY importante: no puede quedar rastro de que los estudiantes estuvieron ahí. Esta premisa es con la intención de no contaminar los espacios en los que aprenden y entender la importancia del cuidado del entorno.
4. La autogestión es clave para los grandes proyectos
Nadia ha logrado cosas como obtener más de 200 árboles nativos chilenos para entregarlos a la comunidad educativa, y conseguir una rebaja en más de 20 vuelos en el aeródromo de Angol, para que sus estudiantes descubrieran desde las alturas la diferencia entre un bosque nativo y un monocultivo. Eso lo ha logrado preguntando, insistiendo y tocando muchas puertas. “Antes nadie me conocía en Angol, ahora todos me conocen porque siempre estoy pidiendo cosas para mis alumnos. Y yo soy bien vergonzosa cuando se trata de pedir cosas para mí, pero cuando se trata de mis estudiantes, siempre pido”.
“A diario, yo siempre les transmito a mis pequeños la importancia de la autogestión. Por ejemplo, yo tengo un grupo de ciencias que es el Taller de Forjadores Ambientales y nos habían dado la tarea realizar el acto de Día del árbol. Este acto generalmente consiste en hacer una escenografía con papeles, cartones… y para mí eso genera contaminación y no es significativo. Entonces, salimos con los chicos forjadores y les dije: vamos a ir una reserva forestal y vamos a pedir árboles, para que cada uno siembre un árbol. Hicimos además un certificado de adopción y nos propusimos dar en adopción 200 árboles, no solamente a la comunidad educativa, sino que a diferentes entes particulares y municipales de la comuna, con el compromiso de que cada dos meses iríamos a visitar el árbol; los entregamos con todo un instructivo que decía cómo cuidar cada árbol. También hicimos algo así visitando abuelos, un grupo de abuelos que no los visita nadie, fuimos a llevarles flores para el jardín. Eso se dio porque en el que camino hay un invernadero que tiene flores y pasamos a ver si nos regalaban flores para los viejitos”, cuenta.
5. Tener cercanía con las familias
La profesora de ciencias, quien también es mamá, acepta que a veces puede ser difícil aceptar que un hijo vaya a tantas actividades fuera de la sala de clases con sus profesores. “Yo lo pensaría mucho antes de dejar que mi hijo vaya a montarse a una avioneta en el aeródromo, por ejemplo”, dice entre risas.
Pero el gran secreto de Nadia para poder hacer tantas actividades fuera de la sala de clases y lograr las autorizaciones necesarias, ha sido mantener una constante comunicación con las familias y comprometerse con sus estudiantes. Tanto, que es ella quien los ha ido a buscar y a dejar en sus casas. “También creo que he logrado demostrar que estas experiencias fuera de la sala de clases, marcan a mis estudiantes; les hace entender que el aprendizaje es importante y que es divertido aprender, soñar con ser tantas cosas”.
Leave a Reply