Este programa educativo pionero busca cambiar la realidad de miles de niños que trabajan en las calles de la Ciudad de Guatemala.
Actualmente, 850.000 menores de edad hacen parte del mercado laboral de Guatemala. Esto lo posiciona actualmente como el país con mayor índice de trabajo infantil de toda América Latina. La mayoría de estos niños no tienen la posibilidad de acceder al sistema educativo (141.000 niños de entre cinco y siete años) y sus posibilidades se reducen a la agricultura, a la elaboración de fuegos artificiales, a la venta ambulante y a lustrar zapatos en el centro histórico de la Ciudad de Guatemala.
Todas las mañanas, los niños lustradores llegan hacia el centro con una mochila llena de cepillos, pastas para lustrar de distintos colores y un trapo. Quienes llegan a tiempo, tiene la posibilidad de escoger los mejores sitios que usualmente quedan frente al congreso o las oficinas ministeriales. El día lo pasan de cuclillas con la mirada apuntando al zapato y añorando poder cumplir sueños que por distintas razones les fueron arrebatados.
Sin embargo, un programa pionero está apostando por devolverles esos sueño a través de la educación.
Zapaterías Cobán, el mayor productor de calzado del país, es el responsable de esta iniciativa diseñada para cuidar a los niños que en la calles protegen los zapatos que ellos producen. “Era la oportunidad de devolver algo a la población que nos ha dado tanto: se trata de romper el círculo vicioso de la pobreza a través de la educación”, asegura Pablo Sánchez, gerente general de la empresa. Junto a la Universidad pública de San Carlos de Guatemala, primero se diseñó un programa educativo con charlas especiales para que los niños las escucharan mientras no tenían clientes en las calles. Esta iniciativa creció cuando en julio de 2016, se creó además un curso básico de alfabetización para todos ellos. El objetivo era que aprendieran a leer y escribir para que así, pudieran unirse a un programa de formación acelerado homologado por el Ministerio de Educación.
El programa se llama Lecciones Brillantes, se imparte en el colegio Liceo San Francisco de Borja y asisten niños entre los 8 y los 15 años que empiezan sus clases en primero básico.
Fredy Lemus, director del colegio asegura que en un principio llegaron muchos niños pues se regalaban elementos como cepillos y cremas para su trabajo en las calles. Ahora, el número ha disminuido… aproximadamente 11 niños asisten a las clases y aunque no es muy alto, los profesores del programa y el director Lemus, saben bien que es un buen número para empezar a cambiar el mundo.
Marlon Ruano y Mayra Hernández, son los maestros que imparten las clases y fueron ellos los responsables de crear un currículo académico adaptado a su realidad. Y ¿cuál es esa realidad? Los niños lustradores no han seguido una enseñanza regular, la mayoría son indígenas y el español no es su lengua materna, muchos han tenido que dejar la escuela para colaborar a sus familias monetariamente y la mayoría son la principal fuente de ingresos. “Cuando no vienen es porque tienen que ir a trabajar, porque el dinero que han conseguido durante la semana no alcanza”, dicen los profesores.
“Ellos mantienen a sus familias, por lo que acá adentro son más responsables. Valoran lo que están aprendiendo”, afirma Mayra.
Y lo valoran porque han encontrado en esta iniciativa un camino para salir de la calle y alcanzar sueños… “Quiero aprender, salir de la Sexta -la calle- y sacarme el bachillerato. Quizás después aprender computación”, asegura Baltasar Mejía, uno de los estudiantes de Lecciones Brillantes.
Aunque este programa educativo no es la solución que niños y jóvenes requieren y merecen, es un primer paso para devolverles algo tan esencial como el derecho a la educación. Un derecho al que todos los niños del mundo deberían acceder, un derecho que les permite seguir siendo niños, seguir soñando y sobretodo, construyendo un camino en el que los trapos y las cremas para los zapatos pueden ser reemplazadas por lápices y libros.
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