Esta es la historia de Luis Vergara, de cómo eligió ser educador infantil y cómo ha logrado enfrentarse a los estereotipos en una carrera que ha sido históricamente femenina.
Cuando Luis Vergara estaba en el aula, los niños de su jardín infantil saltaban con él, jugaban con él, cantaban con él. Su voz grave llamaba la atención de todos, su gran barba era un juguete perfecto para el desarrollo de habilidades sensomotoras e incluso servía como un objeto de relajación a la hora de la siesta. Al ser el único hombre, su presencia intrigaba a los niños y en su rol de educador infantil, esto funcionaba muy a su favor. Sin embargo, los beneficios de su aporte no siempre fueron tan obvios.
Antes de llegar a este jardín infantil, Luis postuló a muchos más y en ninguno le abrieron las puertas.
Su sueño era ejercer como educador aunque fuera una vez en su vida, pero enfrentarse al rechazo, una y otra vez, lo hizo postular a otros cargos que no tenían nada que ver con enseñar en el aula. En el año 2010, postuló a un cargo de Coordinador Técnico en el Departamento de Educación de la Fundación Integra, llegando muy lejos en el proceso. Sin embargo, las cosas dieron un giro cuando la directora regional de ese momento, le ofreció un cargo distinto al cual estaba postulando: el ofrecimiento tenía que ver con ser educador y liderar un jardín infantil en el Valle de Lluta, en la Región de Arica –Chile–, un jardín rural impregnado con la cultura del pueblo indígena Aymara.
“Inmediatamente dije que sí, no lo pensé. Ni siquiera sabía cuánto iba a ganar y además no pude llevarme a mi hija pequeña… pero era mi oportunidad. La oportunidad de decir: ejercí en el aula”.
El jardín infantil, según cuenta el educador, era maravilloso y estaba ubicado en un pequeño pueblo de paso. Había una diversidad cultural enorme, lo que supuso un desafío emocionante para él. Antes de entrar, la oficina regional lo preparó, pues nunca habían tenido un hombre en el aula y esto, por supuesto, tuvo un impacto en la comunidad. Su primer día, las familias llegaron en masa y al enterarse de que había llegado un director hombre, hubo conmoción. Nunca dijeron nada de forma directa pero a lo largo de toda la jornada escolar, las familias observaron, esperaron desconfiadas.
Ese mismo día, Luis organizó una reunión con las familias. Y llegó, literalmente, todo el pueblo.
El educador inició explicando el proyecto educativo, pero inmediatamente notó que eso no era lo que les preocupaba. Entonces paró su discurso un momento y les dijo: “yo sé lo que ustedes quieren hablar. ¿Qué hace un hombre en el aula con sus hijos?”. Para responder la pregunta que todos se habían planteado en silencio, Luis dijo algo muy puntual: “Yo tengo una hija, toda mi experiencia como educador la he puesto en ella y no voy a hacer con sus hijos algo que no haya hecho con ella. Ustedes me están confiando su tesoro más preciado desde la gestión y yo tengo el conocimiento necesario para hacerlo como corresponde”.
Frente a su comentario, no hubo respuestas…
Hasta que una madre apareció para contar su propia experiencia. La mujer dijo: “mire director, yo le quiero contar una historia. Yo soy buzo táctico, ejercí después de 10 años mi profesión, estudié mucho y ahora creo que soy una de las mejores buzos tácticos de Árica. Pero ¿sabe qué?, mis compañeros no me dejaban ejercer. Entonces cuando lo logré, en una profesión de puros hombres, pude mostrarle a todos que yo sí era buena. Y así como me dieron la oportunidad a mí, yo le doy la oportunidad a usted. Cuide a nuestros niños”. A partir de ese momento, empezó una relación con las familias basada en la confianza, y Luis pudo darle un sello único al primer jardín que le abrió las puertas.
“El pilar que instalé como política interna del jardín infantil, lo llamamos democratizar el aprendizaje”, cuenta el educador.
Esto significaba que todos pudieran opinar a la hora de elaborar los planes de enseñanza; desde los niños, hasta las familias. Dicho pilar también potenció la experimentación y la libertad como ejes principales de los procesos de formación de su jardín rural. A esto se sumaba lo que Luis llama el “aporte paternal”. En un espacio pedagógico fortalecido por mujeres, su rol estaba muy ligado a un papel que muchas veces está ausente en casa. “Muchos padres, por la funcionalidad de nuestra sociedad, trabajan todo el día, entonces el 80% del tiempo sus hijos están con las educadoras. En ese sentido, como educadores en el aula ejercemos esa dualidad. A parte de enseñar, suplimos esa imagen”, explica Luis.
Él sabe bien que tanto hombres como mujeres pueden aportar igual al desarrollo de los niños.
Pero también entiende que, por naturaleza, los hombres pueden otorgar condiciones que son distintas y que podrían complementar los procesos de formación en los primeros años de vida. Pero entonces, ¿por qué el rol del hombre sigue siendo tan cuestionado en los jardines infantiles? Así como la mujer se enfrenta a esto en muchos otros escenarios que históricamente han sido asociados al género masculino, el hombre tiene que lidiar con los estereotipos enmarcados en la educación infantil. “Yo hago una comparación con la mujer que es mecánico automotriz. Es la misma situación”, dice Luis. “Alguien llega con su vehículo a un taller y encuentra por un lado al hombre… al típico macho. Y por otro lado, está la mujer. Es desafortunado, pero a esa persona probablemente le va a costar elegir a la mujer para que se haga cargo de su auto”.
Al estereotipo, dice Luis, tristemente se suma una especie de morbo, miedo, inseguridad y sobre todo, desconocimiento.
“Si pudiésemos evidenciar en todo lo que nos especializamos como educadores –en área didáctica, de convivencia escolar, en resolución de conflictos, en tantas otras cosas–, entonces las cosas serían diferentes”, afirma el educador. Esto, en otras palabras, tiene que ver con visibilizar el rol profesional de los educadores y la importancia de su labor más allá del género. Y esa ha sido su bandera de lucha desde que eligió la educación infantil, pedagogía a la cual llegó gracias a un amigo y después de haber dejado dos carreras con las que no se identificó.
“Leo”, como le dice Luis, es el amigo que lo inspiró con la educación inicial y le mostró por qué valía tanto la pena. “Yo también tenía mis prejuicios, mis miedos asociados a esta elección. Pero él me mostró la otra cara de lo que hacía; entonces empecé a visitar jardines infantiles, como dirigente estudiantil fui a hacer actividades solidarias en jardines y todo esto me motivó”, afirma.
Una vez dentro y como el único hombre de su carrera, empezó su lucha por mostrar esta pedagogía desde otro ángulo.
En ese entonces querían empezar a darle un sello masculino y la jefa de carrera lo mandaba a encuentros vocacionales para visibilizar su rol. “A esos encuentros yo llegaba bien empoderado a decirles: esta carrera es maravillosa, elíjanla”, pero no era una tarea sencilla. Hoy, explica Luis, ese enfoque ha cambiado. Ya no se trata de darle un sello masculino o femenino, se trata de potenciar la carrera desde la transversalidad de los géneros, entendiendo que esa diversidad es lo que realmente aporta al desarrollo de los niños.
Desde el inicio, este educador supo que no había elegido un camino fácil y hasta sus profesoras mencionaban lo difícil que sería… pero eso no lo detuvo.
Como dirigente estudiantil se quedó bastante tiempo en la carrera y poco a poco empezó a hacerse conocido por ser educador. Y tuvo que tocar muchas puertas antes de llegar a aquel jardín infantil rural –antes de eso trabajó en el Servicio Nacional de Menores de Chile (Sename)–, pero finalmente cumplió su sueño de ejercer en el aula. Por su buen desempeño en ese contexto, más adelante tuvo un ascenso y le dieron la oportunidad de ser supervisor de jardines infantiles en varias comunas de Santiago. Posteriormente fue también jefe del área regional, trabajó en otros organismos estatales e incluso llegó a ser director de dos colegios, algo que lo obligó a empoderarse más allá de su nivel de formación.
Luis ya no ejerce en el aula y aunque le encantaría regresar, sabe muy bien que los desafíos de encontrar una oportunidad serían tan grandes como la primera vez.
Tal vez no lo haga de nuevo, pero está seguro de algo: “hoy puedo decir que no me arrepiento de la carrera que elegí”. No se arrepiente de haber tomado un camino a través del cual ha inspirado, no sólo a los niños, sino también a muchos otros hombres que han elegido ser educadores. Entre esos, su hermano Sebastián, un hombre que pese a ser un excelente educador, no ha tenido la oportunidad de ejercer. La realidad de su hermano, la de otros tantos educadores y su propia experiencias lo han llevado a ser un vocero de la causa y su un único objetivo ahora, es seguir evidenciando el rol que cumplen los hombres en una profesión históricamente femenina.
“Lo primero que hay que hacer es mostrar qué hace el educador y la educadora”, dice Luis.
“Demostrar que nosotros generamos experiencias de aprendizaje y que los niños, contrario a perder el tiempo en el aula, están ahí para aprender. Lo segundo es motivar a otras personas a creer en esta carrera sin importar el género y compartir otras realidades. Por ejemplo, la mayoría de los profesores de Reggio Emilia, en Italia, son educadores de párvulos. Ellos lo ven tan normal, que no tienen esa barrera”. Y a eso justamente hay que apuntar, a derribar las barreras de la profesión desde todos los ángulos posibles.
Este educador lo está haciendo, está combatiendo los estereotipos y se ha unido a los pocos educadores infantiles que hay en Chile para generar un cambio de mentalidad en la sociedad.
“Hay un pequeño catastro de 45 o 48 educadores de párvulos que no están ejerciendo. Lo sé porque estoy en un grupo organizando el primer seminario de educadores de párvulos. Por el momento somos alrededor de 18 los que estamos impulsando este espacio al cual hemos llamado: La revolución de los cotonas verdes. El nombre hace alusión a los delantales que usan los educadores -que en Chile llaman cotonas– en un juego de palabras que reemplaza “las cotonas” por “los cotonas”.
Junto a los demás, Luis espera que el seminario –que se llevará a cabo en noviembre– pueda ser un espacio rico en experiencias donde todos aquellos educadores que no están en la sala, puedan exponer sus opiniones. Él, en particular, apunta a hacer una reflexión sobre lo que están haciendo las universidades para integrar a más hombres en la carrera, y para ello, espera hacer una pequeña investigación con estudiantes y egresados. Mientras tanto, sigue motivando a otros y le dice a los futuro educadores: “sigan adelante con fortaleza, pues si bien no será fácil, jamás se arrepentirán”.
¿Quieres leer algo más sobre educación inicial? Conoce la historia de la mejor educadora infantil de España.
Leave a Reply