Un breve relato acerca de cómo descubrí mi vocación y cómo, a lo largo del tiempo, he encontrado la manera de ofrecerle a mis estudiantes verdaderas oportunidades de aprendizaje.
En Chile, se encuentra el último gran faro del continente americano, el faro de San Isidro, al que sólo se puede llegar caminando durante cuatro kilómetros a lo largo de una playa que bordea rocas y colinas. Debes mantener un buen ritmo de caminata porque la marea sube y el camino a lo largo de la playa desaparece. Ahora imagina que el faro es el sueño de nuestros estudiantes y la playa es el camino de la educación, hay muchos factores a considerar para aquellos que desean alcanzar el faro, su estado físico y mental, sus motivaciones, el sistema de apoyo.
Lo que he aprendido en mi experiencia en educación es que debemos enseñar a nuestros estudiantes a lidiar con estos factores, para mostrarles que no hay una forma única de llegar al faro y que todos pueden lograrlo a pesar de las diferencias.
Mi camino en la educación comenzó hace 13 años en un grupo scout. Al principio estaba a cargo del aprendizaje informal de un subgrupo de 20 niñas de 11 a 15 años, y me di cuenta de que el factor determinante de sus logros eran las expectativas que tenía de ellas como mujeres. Creamos un torneo, “El torneo de la luz”; éste probó sus habilidades de exploración, mentales y emocionales a través de juegos. Me declaro feminista y, como tal, siempre espero de ellas las mismas habilidades que los hombres pueden mostrar, nunca pensé que fueran débiles debido a su género o edad. En consecuencia, ese año ganaron un concurso regional donde se evaluaron sus habilidades artísticas, físicas y mentales.
En el 2007, continué al frente de otro subgrupo de niños y niñas de 6 a 11 años, nuestro trasfondo motivacional era El libro de la selva, de Rudyard Kipling, cada adulto tomando una personalidad de un animal en el libro. Yo era Hathi, el elefante que contaba historias y guardaba el recuerdo de la jungla; allí estaban Baloo, el oso que estaba a cargo de la parte espiritual, Bagheera, que estaba a cargo del juego y Akela, que enseñó la ley. De esa manera todos sabíamos cuál era nuestro papel con los más pequeños. Nos reuníamos para planear cada sesión de los sábados y gracias a estas reuniones entendí que el trabajo en equipo, el aprendizaje a través del juego y la claridad el rol /papel que juegas en la enseñanza son esenciales.
Decidí aceptar el puesto de ayudante en la universidad porque quería mejorar dos situaciones que vivía como estudiante:
Primero, ser capaz de hacer preguntas y presentar dudas, y segundo, el espacio para aprender del compañero. Tuve la seguridad de aceptar este trabajo debido a mi experiencia scout; Sabía cómo administrar un grupo de personas, sabía la importancia de los juegos y sabía cuál era mi rol: el apoyo académico y emocional. Al principio, mis clases de ayudantía no tenían muchos asistentes, en algún momento solo asistía una persona. No me importó. Seguí planificando mis sesiones pensando en las preguntas que podrían surgir de la clase del profesor, pensando en cómo podrían aprender de una mejor manera.
La dinámica, los debates, la creación de acrónimos e incluso canciones, las exposiciones, hasta la interpretación de los personajes fueron parte de mis métodos. Finalmente, mis clases pasaron de 1 asistente a 25 asistentes, porque comenzaron a ver los resultados de aquellos que iba a mis clases. Mejoraron sus notas de 2.0 a 6.0, que no es menos cuando estás en la universidad. Gracias a las ayudantías, mi capacidad de adaptación a la forma de aprendizaje de los estudiantes comenzó a desarrollarse.
No me había dado cuenta, pero todas estas experiencias educativas me estaban preparando para una situación educativa formal que me hizo decidir continuar mis estudios en educación como maestra.
En el año 2010, mi madre, que es maestra, me pidió ayuda con sus clases de historia de octavo básico… recuerdo ese día como si fuera ayer. Entré en la habitación, me presenté y comencé a enseñar lo que había planeado, no puedo olvidar la sensación de alegría que sentí, aunque educar a mis compañeros fue una situación enriquecedora, cuando me vi enseñando a adolescentes, sabía que podía ofrecer más ahí que en otro lugar. Sin embargo, quedé pensando lo siguiente: una clase y estoy agotada. Tenía que haber una forma más sostenible o eficiente de educar. Hablando con mi madre, mi abuela y mi tía, que también son profesoras, obtuve una respuesta: delegar, compartir las tareas que están en el desarrollo de una clase.
Después de ese semestre enseñando a adolescentes sólo desde mi experiencia, comencé a estudiar educación en enseñanza media en un programa para licenciados. Quería encontrar nuevas formas y nuevas respuestas. Quería saber cómo enseñaban los maestros de otras partes de mi país o del mundo. El programa me educó en lo administrativo de la educación y me mostró varios modelos, de los cuales apliqué dos en mi práctica en una escuela. Cada vez estaba más comprometida con las clases que tenían sentido para mis alumnos, sesiones que no me agotaran y desarrollaran herramientas para la vida.
Necesitaba encontrar un modelo que tuviera sentido para mí, y lo encontré en la red Teach for all a través de la ONG Enseña Chile.
Enseña Chile, durante el verano te enseñan un modelo basado en las escuelas KIPP, un modelo que enfatiza la práctica del conocimiento, la evaluación de ese conocimiento y la observación de clases. Hice clases de lenguaje en un preuniversitario que la ONG utilizó como forma de capacitación. La observación del curso era un requisito, y mi clase fue observada varias veces, una de las cuales una de las personas que me vio fue Ian Gilbert, el fundador de Independent Thinking Ltd., del Reino Unido. Cuando me habló, me dijo que mi forma de enseñar era como un “Lazy teacher”. Estaba preocupada porque sonaba terrible. Sin embargo, explicó que una “profesora perezosa” brinda la mayoría de las oportunidades de aprendizaje al estudiante, le asigna tareas que podrían ser del profesor para que los estudiantes las hagan y aprendan, por ejemplo, moderen un debate o expliquen un concepto.
Mi búsqueda de una clase efectiva había comenzado a tomar forma ese verano.
La primera escuela donde enseñé a través de Enseña Chile (ONG) fue una escuela técnica con una vulnerabilidad del 70%, luego en una escuela privada subvencionada con copago y, finalmente, en una escuela privada subvencionada sin selección ni copago, el Colegio Ayelén. Hoy, en Ayelén, los estudiantes hacen una obra de arte, la presentan, la critican y se construyen a sí mismos en un reflejo de ser y hacer. Para que los estudiantes vivan este proceso, hay un análisis constante de mi práctica docente, la cual se centra en la búsqueda de fundamentos y métodos que permitan el aprendizaje activo.
Tres puntos de inflexión marcan esa búsqueda: en 2012 mi tutor de Enseña Chile me preguntó: “¿qué quieres que logren tus alumnos?” Pensé en eso por un período, y hoy puedo decir que quiero que mis alumnos puedan mostrarse al mundo mientras desarrollan sus creencias y creaciones. De esta manera, las clases de arte son significativas; tienen sentido para los estudiantes, ya que son útiles para sus vidas y los motivan a reflejar sus propias decisiones. El segundo evento fue en el año 2014 en el Colegio Casteliano, donde se implementó un sistema de procedimientos que permitió maximizar el tiempo de aprendizaje en el aula y, en consecuencia, mejorar los resultados a nivel institucional. El tercer evento fue en 2015 en el Colegio Ayelén, donde el área de desarrollo profesional del colegio me permitió crear métodos para mejorar el aprendizaje de los estudiantes. Por ejemplo, un concepto se debe aprender a través de tres medios: crear diagramas (visuales), explicar ejemplos concretos (orales) y escuchar frases rítmicas (auditivas). Sin embargo, había un área en la que ninguna de mis experiencias me había permitido trabajar, la educación emocional.
A través de mi investigación constante, llegué a entender que enseñar a mis estudiantes las habilidades emocionales era tan crucial como las técnicas artísticas.
Así es como creamos un curso llamado imagen personal donde los estudiantes se conocen a sí mismos usando técnicas de mindfulness y autoconocimiento. Gracias a este espacio, los alumnos pudieron presentar y discutir mejor su arte. Mi último trabajo como coordinadora de desarrollo profesional me permitió verificar empíricamente que un profesor o profesora que conoce la motivación educativa detrás de su curso, puede construir buenas lecciones. Pero sólo aquel un maestro que es reflexivo y está aprendiendo continuamente sobre su método puede enseñar con eficacia e impacto.
Maren Ureta Narváez es profesora de artes visuales y educación emocional. Egresada de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad Andrés Bello. Su experiencia le ha permitido entender que, como profesora, su principal tarea es seguir aprendiendo de forma continua. Actualmente está estudiando en UCL, en Londres, donde está realizando un Magíster en aprendizaje y enseñanza efectiva.
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