No sólo desarrollaron empatía… en tres meses de arduo trabajo, también aprendieron habilidades comunicativas esenciales.
¿Cómo lograr que los estudiantes resuelvan problemas?, ¿cómo despertar la empatía en las salas de clase para evitar conflictos innecesarios basados en la falta de comunicación? y de la mano de esto, ¿cómo potenciar habilidades comunicativas? Analizando las dinámicas de comportamientos de sus alumnos, los profesores Billy Corcoran y Mindy Ahrens, diseñaron un proyecto inspirados en una charla TED de la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie. Su charla se llama Danger of a Single Story y en ésta, la autora hace una invitación a ir más allá de las historias incompletas que nacen de los estereotipos y las generalizaciones, lo que sin duda muchas veces causa conflictos. Con este mensaje, los estudiantes de Billy y Mindy se embarcaron en un viaje de autodescubrimiento, creando documentales cortos para mostrar su “yo” de la forma más pura y auténtica.
A través de esta experiencia, cuentan los profesores en un artículo de Edutopia, los estudiantes se convirtieron en “narradores de historias multimedia”, potenciando así, muchas habilidades.
Por ejemplo, el pensamiento crítico, la escritura y la comunicación, todas muy importantes en un mundo donde estamos constantemente, viendo y escuchando historias a través de distintos canales. Además, cuentan los docentes, “crecieron en persistencia, a menudo superando una miríada de obstáculos y avanzando hasta el final. Y desarrollaron habilidades sociales y emocionales críticas de empatía, autoconciencia y trabajo en equipo, lo que cambió fundamentalmente nuestra dinámica en el aula”. ¿Cómo lo hicieron?
1. Encontraron sus historias
En la primera etapa, los estudiantes se reunieron para ver la charla TED de Adichie y debatir acerca de ésta. También vieron otros documentales como Growing Up Hip Hop, A(mexi)can y Below the Surface. En conjunto, analizaron las películas, intentando entender el mensaje y el propósito de quienes construyeron estos proyectos audiovisuales. También leyeron poesía, cuentos cortos y discutieron cómo los autores compartían sus pensamientos internos a través de la narración de sus historias. Esta etapa del proyecto fue una valiosa oportunidad para que los estudiantes practicaran sus habilidades de escritura, pero sobre todo, para que reflexionaran sobre lo que observaron y leyeron. “Los estudiantes crearon sus propias piezas breves y no calificadas sobre un momento en que se sintieron incomprendidos”, cuentan los profesores. En este primer ejercicio de autodescubrimiento, los profesores ayudaron a los estudiantes a desarrollar la autoconciencia. Además los alentaron a pensar en ideas centrales para hacer sus cortos.
Para los niños, todos entre los 9 y los 10 años, esta era la primera vez que pensaban en sus propios sistemas de valores, y por ende, la primera vez en que se conectaban con su yo interior, así que este primer paso fue un desafío.
2. Jugar
En la segunda etapa, el enfoque pasó del autodescubrimiento y el desarrollo de la historia, a la producción cinematográfica. La mayoría de los estudiantes ya tenían ideas sólidas para sus películas. Muchos querían documentar sus actividades deportivas o mostrar su pasión por las artes. Algunos esperaban también compartir su cultura. Para prepararse antes de la grabación, vieron más películas, pero esta vez, con el ojo puesto en lo más técnico, analizando ángulos de toma, el balance y la escena. También escucharon y analizaron entrevistas, y los estudiantes generaron listas de posibles personas para entrevistar. Billy y Mindy tenía ideas diferentes de cómo querían vivir esta etapa, pero al final optaron por la idea de Billy quien creía que los estudiantes tenían que invertir tiempo en jugar con la cámara para ver qué sucedía.
“Al final, decidimos dar a los alumnos tiempo para “jugar por un propósito”, lo que resultó valioso, especialmente para los estudiantes que tuvieron problemas con los procesos lineales”, explican Billy y Mindy. A medida que los estudiantes juntaban fotos y entrevistas con sus teléfonos, sus historias florecían poco a poco. Lo mejor es que descubrieron cosas o ideas sobre ellos mismos, ideas que nunca hubieran salido a la luz, si diseñaban un guión más estructurado sin antes hacer esto. Esas ideas les dieron un propósito para escribir guiones posteriormente. Por ejemplo, cuando Cricky, uno de los estudiantes, hizo un viaje a la frontera para entrevistar a sus parientes mexicanos su historia tuvo un giro importante. “Este viaje le permitió involucrarse con la comunidad mexicoamericana más allá de su familia inmediata, y luego su película se convirtió en una declaración política y un llamado a la comprensión”, explican los docentes.
3. Trabajo en equipo
El proyecto se extendió más o menos un mes y los estudiantes empezaron a concretar sus películas en iMovie. Pero los profesores descubrieron que hacía falta un argumento en la línea de sus historias. Entonces, ellos ayudaron a sus alumnos a organizar mejor este punto fundamental. Para esto volvieron a analizar las películas modelo, discutiendo estructuras. Además, los niños pudieron sacar aprendizajes de un proyecto que estaban realizando los profesores; ellos hicieron su propio cortometraje acerca del proceso que se estaba viviendo en la clase. Paso a paso, compartieron el proceso de toma de decisiones que enfrentaron en la filmación y la edición a través de pequeñas lecciones diarias que ayudaron a los estudiantes a notar elementos importantes. Después de esto, los niños practicaron de nuevo la escritura y la oralidad; algunos escribieron un guión y luego grabaron su voz, otros se saltaron la escritura y grabaron sin escribir primero pues para ellos era más simple de esta manera. Finalmente, se les invitó a que revisaran una y otra vez lo que habían hecho.
“Si bien el proceso podría parecer desorganizado, con cada estudiante en un lugar diferente, nos dimos cuenta de que los estudiantes en realidad estaban aprendiendo a resolver problemas solos. Los estudiantes que no se habían comprometido previamente o que no se sentían “inteligentes” de repente empezaron a trabajar como expertos, y los estudiantes se inclinaron a recurrir a un compañero en busca de ayuda en lugar de a uno de nosotros”, cuentan Billy y Mindy.
4. Proyección y reflexión
No podían incluir las películas de los 60 alumnos en una sóla sesión. Entonces, para extender las proyecciones hicieron mini festivales de cine durante dos semanas e hicieron una invitación abierta a otras clases y familias. Cuando llegó la primera fecha hicieron hasta una alfombra roja… el ardúo trabajo, merecía un evento importante. Algunas sesiones tuvieron más de 300 personas en la audiencia y otras sólo 30. “Nuestros estudiantes se reunieron el uno alrededor del otro y ofrecieron consuelo a cualquiera que tuviera los nervios de punta”, afirmaron los profesores, quienes lanzaron el festival compartiendo su propio documental docente para guiar a la audiencia en el proceso y la experiencia. También querían que los padres reconocieran la importancia del aprendizaje que vivieron sus hijos.
Después de proyectar las películas, cada estudiante respondió preguntas de la audiencia. La reflexión pasó de ser una tarea temida a una actividad que disfrutaban porque amplificaba su mensaje. El proyecto duró tres meses en total, y al final, los estudiantes se vieron a sí mismos y también a los demás. Se reconocieron. Esto les permitió también notar sus propias habilidades. Pero lo más importante es que, si bien ahora siguen dándose algunas discusiones entre alunos, ahora ellos se buscan más e incluso juegan con compañeros con los que nunca hablaban. “Sabemos que logramos lo que realmente queríamos para este proyecto, que cada niño se sintiera valorado y que se valoraran mutuamente. Como maestros, nos alejamos al darnos cuenta de que el video no es una recompensa, es un punto de entrada para que los estudiantes de hoy puedan comunicar sus ideas y contar sus historias”, concluyen Billy y Mindy.
Fuentes:
Every Kid Has a Story to Tell, Edutopia.
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