María Jesús Viviani, educadora de párvulos e investigadora, nos cuenta cómo viven la ciencia niños y bebés, cómo se puede enseñar y la importancia de hacerlo en una etapa fundamental del desarrollo.
Como educadora de párvulos, investigadora y docente de futuros educadores de párvulos, María Jesús Viviani se ha enfrentado a un gran desafío: conquistar con la ciencia a grandes y niños. Antes de llegar a la carrera de pedagogía, María Jesús estudiaba Biología, una carrera a través de la cual descubrió su pasión por lo natural, pero también, su pasión por enseñar. Le encantaba la biología, pero ésta no le ofrecía un elemento que estaba buscando para generar cambios, un instrumento que sólo podía dárselo la pedagogía. Entonces, optó por enseñar en la educación inicial, un nivel que consideraba trascendental en el impulso de mejoras sociales.
Así llegó al aula y así llegó a combinar dos grandes pasiones. Hoy, la investigación en el ámbito de la enseñanza de las ciencias naturales es una de sus prioridades, pero también el desarrollo profesional de educadoras a quienes les está transmitiendo la relevancia de enseñar ciencia, incluso en los más pequeños. “Hay personas a quienes quizás les parece extraño pensar que un bebé pueda aprender física o química”, dice la educadora, “pero todos hemos visto bebés que se paran miran para abajo y tiran un objeto y uno se lo entrega y lo tiran de nuevo… básicamente, lo que están haciendo ahí es aprender leyes de la física”, agrega María Jesús.
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Los niños nacen siendo científicos, dice la educadora, y es simple ver algunas señales que dan cuenta de esto.
Ellos siempre están probando, experimentando y quieren, de forma constante, explorar el mundo con todos sus sentidos. “Y eso, básicamente es ser científico… eso es hacer ciencia”, explica María Jesús. Particularmente con niños de los 0 a los 3 años, la ciencia es básicamente todo lo que se relaciona con los sentidos y las emociones. Por eso, “el objetivo es dejar que ellos experimenten y exploren con el tacto, con el olfato, con los sonidos. Permitirles jugar con las luces y las sombras, con recipientes de agua que al tener diferentes cantidades, suenan distinto, o incluso comer… comer fruta, comer verduras, explorar los sabores, las texturas”. Además de esto hay algo que es esencial: el entorno natural. María Jesús cree que es vital que los niños, incluso los más pequeños, puedan salir para sentir la emoción positiva que todos sentimos al estar en contacto con la naturaleza. “Ellos también la sienten y al ver cómo se mueven las hojas y cómo pasan los rayos de sol entre las plantas creando luces y sombras, están haciendo ciencia”.
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En las salidas al exterior, lo más clave es aprovechar cada cosa.
En distintos rincones como plazas y parques siempre hay vegetación, semillas y otros elementos que se pueden recolectar. También, dice María Jesús, se pueden hacer terrarios con caracoles y los niños pueden pensar qué cosas necesitan estos animales para sobrevivir. ¿Quizás algunas semillas? ¿O algo de lechuga para que se alimenten? En otras palabras, el objetivo es encontrar los recursos que están presentes en el ambiente natural para convertirlos en herramientas pedagógicas que permitan a los niños explorar y aprender del entorno que los rodea. Otra actividad que sugiere María es darles una mochila de tesoros, donde pueda recolectar aquellas cosas que les intriga.
Sentir la tierra, escuchar el agua pasar, observar; todos esos elementos son esenciales en el aprendizaje de la ciencia en los primeros años de vida y aunque ninguno de éstos debería quedarse por fuera, la educadora rescata particularmente la relevancia de la observación. Primero, porque a través de ella los niños pueden indagar y formular preguntas realmente significativas. Y segundo, porque incluso para los bebés, la observación es el camino que les permite descubrir el mundo. “Los bebés miran fijamente el movimiento de las hojas, éstas se convierte en móviles y el adulto sólo tiene que darle tiempo”. Así de simple.
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Para llegar a esto, “no es necesario invertir dinero, no es necesario que los adultos seamos expertos en ciencia y sepamos de todo lo que nos preguntan… porque los niños preguntan muchas cosas”.
Pero eso es lo interesante, que todos pueden acceder y que sin tener la experiencia, cualquier padre puede convertirse en científico junto a su hijo. Al final, dice María, el objetivo también es ese, que los niños puedan explorar y encontrar respuestas en conjunto con sus familias y en sitios tan accesibles como un parque público. ¿Lo importante de esto? Hay cuatro cosas que según esta educadora, evidencian la importancia de enseñar ciencia desde los primeros años de vida. Por un lado, es permitir que ellos conozcan su entorno natural, lo que los rodea y los fenómenos naturales que ocurren (como la lluvia, o los terremotos). Por otro lado, es importante pues es una forma de desarrollar habilidades de exploración, de indagación y creación de experimentos para encontrar respuestas. Además, enseñar ciencia significa desarrollar o despertar la curiosidad en los niños, una curiosidad que es innata, pues muchos nacen con ella y es cuestión de diseñar ambientes desafiantes y entretenidos para despertarla aún más. Y por último, pensando a futuro, María Jesús destaca la importancia de formar niños científicos en un mundo que está enfrentando una crisis ambiental compleja. “Nos importa educar ciudadanos que en un futuro, además de ser informados, sean conscientes con el medio ambiente”. Eso, en esencia, puede ser el objetivo final; quizás no todos los niños crezcan para ser científicos, pero este contacto con la naturaleza y la exploración les permitirá aprender de una manera diferente y sobre todo, enfrentarse al mundo de una manera diferente.
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