Nicanor Parra dejó un legado científico, artístico y cultural innegable. Aquí hacemos un breve recuento de su vida, compartimos una crítica poesía en la que se refiere a su trabajo como profesor y compartimos algunos de los pensamientos de quienes tuvieron la fortuna de tenerlo como profesor.
A sus 103 años de vida, Nicanor Parra, conocido por el mundo como el “antipoeta”, se despidió en enero de 2018 del mundo dejando un legado artístico, científico y académico imposible de olvidar. Desde muy joven, Parra escribió los versos que más adelante evolucionarían en gran parte de su obra antipoeta. Fue matemático, fue físico, fue profesor, fue un artista que además de impactar el mundo de las artes, aportó al mundo de la ciencia y la educación dentro y fuera de Chile. Además de hacer un postgrado en mecánica avanzada en la Universidad Brown y estudiar cosmología en Oxford, Parra fue profesor de Física en el Internado Nacional Barros Arana, profesor de Matemáticas en la Escuela de Artes y Oficios y profesor titular de mecánica racional en la Universidad de Chile, lugar donde posteriormente sería nombrado director interino de la escuela de ingeniería de dicha casa de estudios durante 20 años.
Además de su relación con la ciencia, con obras como “Poemas y antipoemas” el autor irrumpió con un nuevo concepto, la “antipoesía”, el cual se oponía a toda la corriente del género tradicional en su país.
Fue esto lo que lo llevó lejos a nivel nacional e internacional y lo convirtió también en un referente, una influencia, un crítico importante del sistema y un ícono de la poesía latinoamericana. Su particular estilo se refleja notablemente en un poema autocrítico en el cual narra su compleja experiencia en el mundo de la educación. Sus versos llegan a ser dolorosos, pero al mismo tiempo son el reflejo de una lucha que sigue vigente. En su Autoretrato, Nicanor Parra habla de su experiencia propia, pero también da luces de la complejidad de una labor que hoy comienza a ser valorada.
Autoretrato
Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo oscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.
En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!
Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales
El autor fue crítico, pero quizás fue eso lo que lo convirtió en aquel profesor que muchos recuerdan con afecto.
“Siempre había gente que iba a escucharlo. Él era muy receptivo y nunca echó a alguien por no estar inscrito en su curso. Además, era bastante iconoclasta, no tenía respeto por muchas cosas establecidas y, en cambio, sí tenía un gran respeto por la “sabiduría popular”. “En una clase se conversó sobre cómo ven la caída de una piedra, lanzada desde lo alto hacia el suelo, personas tan diferentes como Aristóteles, Newton, Einstein y un poeta. Cómo describiría cada uno de ellos la trayectoria de una piedra… Parra nos hacía pensar”, afirma en Revista de Educación, Arturo Cifuentes, director académico del CREM (Centro de Regulación y Estabilidad Macrofinanciera) de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile quien fue alumno suyo a fines de los 70.
A este comentario se suma la experiencia de otras personas como el fotógrafo Marcelo Porta, quien fue su alumno en un curso de 1988. “Allí se abordaban temas de literatura, arte y ciencia. Se hablaba de Carlos Pezoa Véliz, de Rubén Darío, de Nietzsche. Se hablaba de lo que tuviera desvelado a Parra en ese momento. Cada clase era una charla magistral impredecible. Planteaba poemas – problemas a sus alumnos, matemáticos o ingenieros, como ¿cuánto vale la Tierra a dólar el gramo?”. Al final del curso les decía que la solución era una ecuación. La desarrollaba en el pizarrón y escribía: “Y el que no me crea, que pese la Tierra”. Ése era Nicanor”, afirma Porta en el mismo medio.
Nicanor Parra enfrentó los desafíos de ser profesor, los retrató a través de la poesía pero también conquistó a muchos alumnos como Cifuentes, Porta e incluso Eric Goles Chacc, físico, matemático y Premio Nacional de Ciencias Exactas quien también participó de sus cursos.
Todos recuerdan sus enseñanzas, sus métodos pedagógicos alejados de lo tradicional, como aquel que llamó “divagaciones compulsivas” el cual según dice Cifuentes en Revista de Educación, “era una manera elegante de decir que la clase seguía un ritmo y una dirección más o menos libre, donde lo llevara la imaginación”. De la mano con esto estaban sus evaluaciones poco convencionales, o la creatividad como un sello personal de todas sus clases. Eric Goles dice: “Me abrió la cabeza, me permitió ser osado, perder el temor a hacer el ridículo. Me enamoré profundamente de la creatividad y quien me instó en ese camino personal fue Nicanor. ¡Él fue un maestro!”.
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