Espacios con puentes tambaleantes, rocas reales, pisos de concreto, ramas con espinas… los parques y jardines infantiles se están transformando, por razones pedagógicas, en espacios que hasta hace muy poco eran inconcebibles.
Durante muchos años, la cultura educativa del Reino Unido se basaba en el cuidado excesivo y la sobreprotección. El objetivo era minimizar riesgos, los cuales ahora, curiosamente, están pasando a ser protagonistas en muchos espacio educativos. Pero hay una razón de ser. Recientemente, la opinión de muchos expertos se centra en el riesgo como un elemento fundamental del desarrollo infantil y por esto, en muchos jardínes infantiles, como el Princess Diana Playground, éstos se están intencionando. De hecho, en este kínder, particularmente, se ha instalado una señal que informa a los padres la implementación del riesgo intencionado como una estrategia para que los niños lo vivan en un ambiente de juego controlado.
Obviamente esta palabra causa conmoción y es importante tener claro de qué se está hablando, cuando se habla de “riesgo”. Obviamente el objetivo no es amenazar la vida de los niños, sino entender esto como una oportunidad, como un tipo de riesgo saludable –muy diferente al peligro–, que si se aplica de una forma correcta, aporta mucho al desarrollo.
Ver beneficios en el riesgo, dicen quienes defienden este hecho, señala el final de un década de sobreprotección llena de pisos de goma, rocas de fibra de vidrio y otros elementos artificiales que de alguna manera “esterilizan” las zonas de juego.
El riesgo en Gran Bretaña, se ha convertido en una especie de cuidadosa prioridad y no sólo en los espacios educativos, sino también en espacios públicos como los parques. “Se trata de explorar el riesgo controlado, riesgo que hemos diseñado cuidadosamente”, dice a The New York Times Chris Moran, gerente del Parque Olímpico Queen Elizabeth. “Tenemos los arbustos de tojo, que son bastante puntiagudos”, dice Moran. “El niño lo tocará y aprenderá que es un arbusto espinoso”. El parque también tiene una zona de juego con casas de árbol en altura, puentes tambaleantes y otros espacios de exploración que a diferencia de los parques plásticos que estamos acostumbrados a ver, son naturales. Pero, ¿por qué el riesgo se ha convertido en un elemento relevante en el Reino Unido?
Tim Gill, experto en juego infantil y autor de libro Sin miedo. Creciendo en una sociedad de aversión al riesgo, plantea una visión equilibrada y reflexiva del riesgo.
El autor se enfoca en las políticas públicas, en la educación y el diseño urbano. Además habla de propiciar un juego arriesgado como una oportunidad de aprendizaje. Para Tim hay cuatro razones – respaldadas por la evidencia y la opinión de otros expertos en desarrollo infantil– que justifican los beneficios del riesgo controlado en la infancia:
1. Si los niños se enfrentan a ciertos riesgos, pueden aprender a manejarlos.
2. Muchos niños tienen un “apetito” de riesgo y si no lo alimentan, encontrarán la forma de hacerlo en otros espacios donde pueden estar expuestos a mayores peligros.
3. Los niños forman su carácter y personalidad enfrentando circunstancias adversas o riesgos. Desarrollan también la resiliencia y la autosuficiencia.
4. Las actividades que implican algún riesgo, como el juego activo al aire libre, tiene grandes beneficios en la salud y en el desarrollo. Beneficios que superan el riesgo en sí mismo.
En escuelas como la Primaria Richmond Avenue, los educadores no podrían estar más de acuerdo y además, argumentan que exponer a los niños a riesgos limitados ahora, los ayudará a sobrevivir más adelante.
“Si no le das a esos niños esas habilidades creativas, ese riesgo, eso tiene una consecuencia”, dice a The New York Times Debbie Hughes, directora de esta escuela. El objetivo entonces, es minimizar esas consecuencias y entender el riesgo como un elemento que según se explica en algunas investigaciones permite a los niños desarrollar su creatividad, probar sus límites físicos, desarrollar su capacidad motora y aprender a evitar y enfrentar estas situaciones. En un estudio, los investigadores David Eager y Helen Little señalan que: “el riesgo no siempre se trata de ser imprudente, sino más bien comprometerse con la incertidumbre para lograr un objetivo en particular. Situaciones como estas requieren que evaluemos nuestra probabilidad de éxito o fracaso en función de lo que sabemos sobre nuestras capacidades y otros conocimientos relevantes o información relacionada con la situación. Es solo a través de desafíos como estos que aprendemos a evaluar los riesgos involucrados y hacer juicios apropiados acerca de nuestra probabilidad de éxito”, señalan en el estudio.
En Reino Unido están reenfocando el diseño de los espacios para estimular el riesgo y hacer frente a las posibles consecuencias, siempre entendiendo el riesgo como diversos factores que en lugar de amenazar la seguridad de los niños, la fortalece desde un punto de vista físico, social y cognitivo. Otros estudios han evidenciado que los niños, sin importar lo pequeños, son capaces de identificar un riesgo y tomar precauciones; y eso es lo más clave: reconocer a los niños como seres capaces, dotados de habilidades que deben ser desarrolladas de la forma correcta para garantizar su éxito.
In Britain’s Playgrounds, ‘Bringing in Risk’ to Build Resilience,The New York Times
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