Estas recomendaciones fueron creadas para facilitar la integración de niños y niñas en la educación inicial, sin embargo, también pueden ser aplicadas en cualquier contexto escolar.
Los niños crecen y se desarrollan a su propio ritmo durante la primera infancia y muchas discapacidades que pueden impactar en su aprendizaje comienzan a manifestarse en este periodo, aunque estas sólo se logran identificar concretamente mucho más tarde. Los educadores son, usualmente, los primeros profesionales en sospechar que algo sucede y son quienes levantan las primeras alarmas. También son los primeros en empezar a intervenir, incluso cuando aún no existe un diagnóstico final sobre la discapacidad existente. Y es extraordinario que lo hagan, pues efectivamente, adecuar la enseñanza desde los primeros días incide posiblemente en el desarrollo de niños y niñas, y especialmente en el desarrollo de aquellos que presentan algún tipo de discapacidad.
Según se explica en NAEYC, en un artículo basado en el libro From The Essentials: Supporting Young Children with Disabilities in the Classroom, de P. Brillante, todos los niños son capaces de prosperar si cuentan con experiencias apropiadas para su desarrollo, además del apoyo para potenciar sus fortalezas, intereses y necesidades individuales a través de actividades como el juego, la exploración y la interacción con los compañeros. Estos desafíos de aprendizaje son apropiados e importantes para cada niño, y estas oportunidades no deberían limitarse o negarse de ninguna manera.
Como se explica en el medio, la investigación ha confirmado que muchos, si no todos los niños con discapacidad, pueden ser integrados con éxito en programas de primera infancia de alta calidad.
Además de la colaboración entre educadores y familias, los recursos y el apoyo administrativo, para lograr integrar a todos los niños por igual, es importante entender que la inclusión es diferente según cada uno de ellos y usualmente, depende de las particularidades o necesidades que tiene cada niño. Por ejemplo, algunos tienen dificultades para seguir algunas rutinas o actividades en la sala, pero no en todas ellas. Por eso mismo, los educadores pueden y deben modificar o cambiar rutinas específicas para que éstas no les causen mayores problemas. Otra forma de hacerlo es establecer diferentes expectativas para cada niño en algunas actividades específica, pues lo más probable es que esto no sea necesario en cada momento del día.
Dependiendo de las necesidades, algunos de los niños podrían, por ejemplo, participar en un salón de clases con sus compañeros sin discapacidades durante una parte del día en lugar de tiempo completo. Esto aparece obvio, pero no está demás resaltarlo pues hay muchos espacios educativos donde los niños ni siquiera tienen la posibilidad de integrarse pues usualmente hacen parte de programas de educación especial segregados. De esta forma se limita su acceso programas educativos de alta calidad diseñados para todos los niños y niñas.
“Con pequeñas modificaciones en la rutina escolar, los educadores podemos favorecer el desarrollo y aprendizaje de nuestros estudiantes. La mayoría de las veces la inclusión de nuestros estudiantes depende más de nuestro quehacer docente que de los recursos económicos disponibles. La clave de todo proceso de inclusión está en conocer las características de nuestros estudiantes y las patologías que ellos puedan enfrentar. Solo así podremos entregar una contextualizada, que respeta y reconoce los intereses y necesidades de cada estudiante. Sólo cuando conocemos a nuestros estudiantes podemos educar desde un enfoque de derecho”, afirma María José Lincovil, educadora de párvulos y subeditora de Elige Educar.
Aunque en determinados contextos es más complejo por la falta de recursos o apoyo, familias y educadores, en la medida de las posibilidades, deben seguir trabajando para gestionar espacios educativos donde los niños, TODOS los niños, tengan las oportunidades que realmente merecen y necesitan para crecer, aprender, potenciarse al máximo y desarrollarse de una forma íntegra. Sólo así, se garantizará su futuro. Tal como señala María José, “es importante que como sociedad comprendamos que la integración es un proceso que no puede ser impulsado únicamente por el docente, se requiere el compromiso de toda la comunidad educativa, el apoyo de las familias y la disposiciones de todos los profesionales vinculados para trabajar de manera conjunta”.
Muchas de estas recomendaciones fueron creadas para facilitar la integración de niños y niñas en la educación inicial, sin embargo, éstas también pueden ser aplicada en el contexto escolar. Todos los niveles educativos tienen la oportunidad y el deber de transformar la vida de sus estudiantes a través de una educación que reconozca, valore y respete las diferencias. “Todos los niños tienen derecho a desarrollar al máximo sus potenciales y es rol del educador trabajar arduamente para que esto suceda”, agrega la educadora.
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