Acompañamos a un profesor de educación básica del Liceo Malaquías Concha, en una jornada laboral típica junto a su jefatura, el sexto básico. ¿Cómo te imaginas un día cualquiera de un docente? Acá puedes encontrar algunas respuestas.
Braulio Ortiz, 43 años, una hija de 11 y profesor jefe de 37 estudiantes de sexto básico que acaban de pasar a séptimo, abrió las puertas de su sala para contarnos cómo trabaja con sus alumnos. “Todos pasaron”, dice orgulloso Braulio.
Este docente estudió en la Universidad de Ciencias de la Información en Santiago, en modalidad vespertina para poder trabajar en las mañanas y así costear su carrera, ya que sus padres de escasos recursos no podían pagar la universidad.
El estudiante
“Fue muy pesado”, dice Braulio, mientras recuerda que en sus años como universitario una de sus hermanas —son cuatro hijos en total— lo ayudó con la ropa y otros gastos, ya que Braulio ganaba 120 mil pesos y la mensualidad costaba 118 mil, todo se iba a sus estudios.
Este joven que se destacaba por sus notas y responsabilidad —de sus cinco amigos de colegio él es el único profesional—, vivió hasta los 28 años en la Población Yungay de La Granja, una zona estigmatizada, conflictiva y vulnerable. Allí estudió la enseñanza básica en el Colegio Juan Pablo II.
“Ese colegio marcó mi infancia. Fue maravilloso, mis profes me marcaron desde el año 86 cuando entré a primero y hasta octavo. Tenía profes muy motivadas, como la tía Rosita que me enseñó a leer y la tía Ángela que fue mi profesora jefe en sexto y séptimo, todavía tengo contacto con ella”.
En la población donde vivía, no había espacios sociales, la mayoría estaban tomados por la pasta base, entonces el único sitio en el que podían reunirse jóvenes como Braulio era la parroquia San Pedro y San Pablo. Braulio, de padres sobreprotectores, ingresó a la pastoral juvenil donde pasó 15 años dirigiendo actividades para gran cantidad de jóvenes.
Gracias a esos años, al salir de cuarto medio tenía claro que su futuro sería el trabajo con niños. No sabía si estudiar Psicología, Trabajo Social o Pedagogía. Fue la tía Ángela, su profesora de sexto, quien lo convenció de hacer Pedagogía General Básica.
Primer colegio
En tercer año de carrera, solicitó al Ministerio de Educación permiso para hacer clases en un establecimiento. El Mineduc le dio el pase y comenzó a trabajar en el Colegio Santa María Mazzarello de El Bosque, donde estuvo 12 años.
Partió con 18 horas semanales, realizando talleres para cubrir la jornada escolar completa. Le aumentaron luego a 20 horas y cuando se graduó de la carrera, lo dejaron como docente titular.
“Ahí encontré a los profes más bacanes que hay. Se formó un equipo maravilloso. Hacíamos obras de teatro con todos los cursos del colegio, teníamos resultados académicos increíbles, alcanzamos el Simce más alto en la historia de El Bosque”.
En ese colegio entendió qué significa dejar una huella en los estudiantes. Todavía siente el cariño de su primer curso, ahora abogados, doctores, tecnólogos médicos y músicos de élite.
“Una vez en el metro alguien gritaba ‘¡Profe, profe, profe Braulio!’ y veo en el andén de enfrente a cuatro personas que me hacen señas y dicen “quédese ahí”. Después cruzan para cambiar de andén, llegan al mío y los reconozco: eran alumnos de básica del Mazzarello que me fueron abrazar ahora con 23 años”.
En 2013 dejó ese colegio porque el grupo de docentes que se formó cuando llegó, ya no existía: a algunos los había despedido y su mejor amigo había fallecido, entonces decidió buscar otras alternativas.
Después de un paso rápido por dos establecimientos que decide no mencionar por las malas experiencias vividas, que tienen relación con sostenedores corruptos y mal uso de platas de la Ley SEP, se quedó cesante.
Fue despedido el mismo día que tenía un paseo de fin de año con su curso. Al llegar a la casa de sus padres triste con la noticia, su papá, reconocido dirigente de la población, habla con el alcalde de La Granja y consigue que Braulio llegue al Liceo Malaquías Concha en 2017.
En ese tiempo, Braulio trabajaba también en el Club Social Colo Colo en el programa de nivelación de estudios para los cadetes sub 16 y 17 años.
“Fue una experiencia muy bonita. Muchos jugadores del torneo nacional, gracias a ese esfuerzo, tienen su cuarto medio, que no fue regalado”.
Liceo Malaquías Concha, martes 8 am
El Liceo Malaquías Concha tiene 30 docentes, 8 profesores PIE, auxiliares y cerca de 500 alumnos repartidos entre pre básica, enseñanza básica, enseñanza media de día y media de noche para adultos. El edificio largo y blanco, con rejas en sus ventanas y dos canchas, una de pasto sintético y otra de cemento, está abierto de lunes a sábado. Al sur limita con la Población San Gregorio y al norte con la Población Yungay, donde nació y creció Braulio.
“Por eso yo sé cuáles son las dificultades de los jóvenes y su realidad. La mayoría de los niños que estudian en este colegio son de esas poblaciones, conozco a muchos de sus papás también”.
Braulio dice que no quiere que ellos pasen lo mismo que él. Necesita decirles que se puede salir adelante con sacrificio, perseverancia y entregando lo mejor de él a sus alumnos.
Antes de las ocho de la mañana del martes, Braulio llega al liceo con sueño porque se acostó tarde como todos los días. Firma su asistencia y parte a la sala del sexto básico.
Saluda a los que ya han llegado, les pide que abran las cortinas y bajen las sillas de los pupitres para esperar al resto de los compañeros que van apareciendo de a poco.
A las 8:15 suena el timbre. Comienza la primera clase de la jornada. Estarán cuatro o cinco horas más junto a Braulio ese día. Le hace clases a su jefatura lunes, martes y jueves. Los miércoles y viernes le toca clase de Matemáticas con los dos quintos y los dos séptimos, pero igual religiosamente va a ver cómo está su sexto después de los dos recreos que tienen.
“Lo paso super bien con ellos, me río mucho, pero la dinámica de trabajo es muy exigente y desafiante”, dice Braulio, quien promueve el trabajo en equipo y busca cada oportunidad que tiene para realizar salidas pedagógicas.
“Este año el director me dio las actividades extra curriculares y me he movido muchísimo. Hicimos muchas cosas en directo beneficio de nuestros estudiantes, fue bacán porque hubo mayor participación de los chiquillos, pero agota porque a veces te ves solo”.
La asistencia de este sexto es altísima y Braulio tiene comunicación directa con los papás de los estudiantes. Sus reuniones de apoderado se llenan. Sabe que sus alumnos quieren ir al colegio y cuando tienen que faltar, se frustran.
“Para mí no es vocación, no me gusta hablar de vocación porque lo veo como un santificado, prefiero hablar de compromiso con tu trabajo. Estamos en vivo y en directo con más de 30 chiquillos que necesitan aprender de ti y por lo tanto tienes que entregar lo mejor. Es cierto que hay que planificar y conocer el contenido, pero lo más importante es conocer a tus alumnos. Por eso a fin de año estamos reventados, porque lo dimos todo”.
Hora de colación
Los profesores del segundo ciclo, donde hacen clases Braulio, Karen, Ángela y Verónica, se encuentran en los pasillos.
—¿Vas a mi curso ahora?
—Sí, se están portando bien.
En esos instantes o en la sala de profesores, aprovechan de hablar cuando tienen un problema con sus cursos. Los cuatro se mueven de un lado a otro, de la sala 1 a la 18 o al baño, recorriendo ese enorme liceo con poco tiempo, pero logran tener buena comunicación y solucionar rápido los problemas cuando surgen.
Poco después del inicio de la jornada, avisan que es la hora de la leche o el yogur, lo que toque, que entrega la JUNAEB. Son pasadas las 9:30 y Braulio saca a su curso rumbo al casino para que se tomen esa colación de la mañana.
—Los obligo. Nadie puede dejar comida conmigo, la comida no se bota.
Terminan y otra vez a clases. Están acompañados de los docentes del programa de integración. Los martes en la tarde Braulio se junta con ellos para ver los contenidos; cuando toca evaluación, él se las manda para que ellos modifiquen lo que sea necesario para los niños del PIE. “Se dio un buen trabajo con ellos. Paso materia para todos, el contenido es igual para todos y después ellas hacen su trabajo cuando los sacan al aula colaborativa o de recursos y hacen reforzamiento en Lenguaje y Matemáticas”, señala.
Han pasado varias horas y los estudiantes siguen sentados en sus pupitres. El profesor Braulio nota que se empiezan a cansar de la rutina, así que decide hacer un corte para motivarlos.
—Vayan al baño a mojarse la cara, ¡rápido!
Luego regresan y comienzan de nuevo. Otras veces cuando es él quien se aburre, baja unos minutos al patio y pide jugar con el curso que sea a los juegos que él jugaba de niño. Así se despeja y vuelve al aula.
El almuerzo
Como profesor jefe, dentro de sus labores está entregar las colaciones y los almuerzos. Son muchos los alumnos del Malaquías Concha que reciben alimentación de la JUNAEB.
A las 12:55 pm, Braulio le dice a su curso que toca almorzar.
—Los mañosos conmigo no van, no me dejan nada en la bandeja porque la comida no se bota.
Entonces Braulio se para al final del casino donde llegan las bandejas vacías una vez que almorzaron, y fiscaliza que efectivamente no haya rastro de comida. Las que tienen, aunque sea un poco, son devueltas por el profesor al alumno para que otra vez se siente hasta que termine.
Algunos ya saben cómo es Braulio respecto al tema de la alimentación, entonces cuando ya están en la fila para devolver su almuerzo y lo ven parado al final, dicen “¡ay, el el profe me va a mandar a comer!”.
A las 13:15 horas su curso debe abandonar el casino porque le toca a otro grupo almorzar en ese único espacio habilitado para todo el establecimiento. Braulio almuerza también ahí hasta las 14:00 horas.
Ese tiempo es el que los alumnos llaman el recreo largo, porque tienen 45 minutos para aprovechar el patio mientras los docentes comen. Ahí los estudiantes de Braulio juegan y comparten. Están Andrea, una alumna venezolana de promedio 6.8; Noelia, que es como una ingeniera en miniatura; su pololo Kevin, el mino del curso; los futboleros Damián, Jose Carlos y Dante; Jaime, que tenía mal carácter pero ha ido mejorando; están las colombianas Bianca e Isabella, las dos muy inteligentes; las destacadas del sexto Anahí y Sofía; los callados Antony, Simón y Martín; y Nicolette que tiene una mancha en la cara que la hecho aprender a aceptarse y convertirse en líder de ese curso.
Cuando vuelven a clases, Braulio dice que le gustaría tener solo niñas después del recreo porque los varones llegan sudados y con mal olor, se ríe.
—Son buenos niños y alegres. Destaco a sus apoderados que están detrás también. En general los cursos de acá son así, no hay grandes problemas conductuales en el segundo ciclo.
Es por ello tal vez que durante la pandemia de Covid-19 los estudiantes del liceo querían ir a clases y compartir con otros. Braulio, que tomó la jefatura de su curso en plena pandemia cuando estaban en quinto básico y sin conocerlos de antes, decidió un día que los alumnos podían empezar a ir en grupos cuando algunas restricciones se levantaron.
—Anunciaron el cierre de colegios un domingo y a la semana siguiente los del segundo ciclo ya estábamos haciendo clases por Zoom. Alcanzábamos a hacer 45 minutos y se cortaba porque no teníamos el Zoom pagado. La gente no sabe que fuimos los docentes quienes sacamos adelante a los alumnos pagando nuestro propio Internet y usando nuestro hogar para enseñar, evitar que se quedaran dormidos y mantener una clase normal. No saben que fuimos psicólogos y padres y que entregamos lo que no teníamos.
Luego de unos meses, Braulio pidió permiso al director para invitar a seis niños de su curso a jugar un partido de fútbol y así conocer a sus alumnos en persona.
—A finales de octubre empezaron a venir de a poco, pero al final llegaban grupos de 18 o 20, porque querían salir de sus casas.
A las 15:45 suena el último timbre. Ha finalizado una jornada más en el Liceo Malaquías Concha. Afuera algunos padres esperan a los niños. Braulio se despide de sus alumnos.
—Mientras tenga la energía para trabajar con niños, lo voy a hacer. Pero cuando no tenga energía para moverme, para reírme, bailar, o correr con ellos, ahí dejaré la profesión. No hay pega más linda en el mundo que esta. Es estresante, pero por los adultos, no por los niños. La educación es la madre de todas las otras profesiones, por lo tanto hay que valorarla socialmente, pero en Chile falta eso.
Leave a Reply