Esta comunidad educativa en Corea del Sur ha encontrado la manera de enseñar de manera transversal a niños y abuelas, que sin importar la diferencia de edad, comparten hoy los mismos desafíos, las mismas ilusiones.
Hace 60 años, cuando la coreana Hwang Wol-geum era tan solo una niña, se escondió detrás de un árbol y lloró mientras veía cómo sus amigos iban a la escuela mientras ella se quedaba en casa cuidando cerdos, recolectando leña y cuidando a sus hermanos menores. Más grande –según se narra en un artículo en The New York Times– esta mujer crió a sus seis hijos y los envió a todos a la escuela secundaria y a la universidad. Ella, por su parte, siempre fue analfabeta. A causa de esto, Hwang no pudo hacer cosas “simples” que otras madres sí podían… como escribir cartas a sus hijos.
A sus 70 años, las cosas cambiaron para Hwang…
La tasa de natalidad de Corea del Sur se ha desplomado en las últimas décadas, llegando a menos de un hijo por mujer en 2018 (una de las más bajas del mundo). Las áreas más afectadas son los condados rurales, donde los bebés se han convertido en algo cada vez más raro pues las parejas jóvenes migran en masa a las grandes ciudades para obtener empleos mejor pagados. Bajo este contexto, una escuela local con muy pocos niños, decidió abrir sus puertas a Hwang y otras tres mujeres de su familia. Ahora, ella asiste al primer grado y sus parientes asisten a kínder, a cuarto grado y quinto grado. Después de seis décadas, Hwang finalmente puede estudiar y ahora comparte las salas de clase con sus nietos.
Daegu Elementary es el nombre de la escuela rural que recibió a estas mujeres.
Cuando el hijo menor de Hwang asistió a esta misma escuela en 1980, había 90 estudiantes en cada nivel. Ahora, la escuela tiene sólo 22 alumnos, en total. Para enfrentar la problemática, el director de la escuela, Lee Ju-young, junto a otros miembros de la comunidad, salió en búsqueda de posibles estudiantes. Pero sólo había uno. Así surgió la idea de incluir habitantes ancianos interesados en aprender a leer y escribir. En total, la escuela integró a siete mujeres entre los 56 y los 80 años, incluida Hwang y su familia. Y ahora otras cuatro están interesadas en ser parte de esta comunidad educativa.
Sin duda es una situación crítica, pero hay algo en todo esto que resulta conmovedor y sobre todo, admirable.
Admirable porque hay siete mujeres que están convencidas de que nunca es tarde. Y admirable porque hay una comunidad educativa que abre las puertas a estas mujeres y adaptan su manera de enseñar para que ellas realmente puedan aprender. Para Hwang, poder usar una mochila e ir a la escuela, es un sueño hecho realidad y por eso, en su primer día de escuela, derramó unas cuantas lágrimas de felicidad. Ahora, junto a otras dos abuelas de su nivel, la Señora Hwang está decidida a aprender a leer y escribir; para ellos canta canciones sobre el alfabeto coreano, toma un dictado de palabras como “tía”, “pescador” y “mapache”. En medio de los ejercicios la señora Chae Jan-ho canta una canción que dice “¡No hay nada malo con mi edad!”, y dirige una rutina de baile para todas las abuelas de su clase.
Estas abuelas la pasan muy bien en la escuela, pero enfrentan grandes desafíos.
Park Jong-sim, de 75 años, es una campeona que atrapa pulpos en su aldea. Pero ahora está más preocupada por no quedarse atrás en sus clases de primaria. Le cuesta enfocar su vista y ocasionalmente se quita sus gafas para poder limpiar algunas lágrimas causadas por la fatiga ocular. Enunciar palabras tampoco ha sido sencillo, pero para practicar, Park se levante al amanecer. Ella saben que aprender con más de 70 años tienen sus dificultades, pero ahora que pueden, no quieren rendirse.
“Están ansiosos por aprender”, dijo al New York Times la Sra. Jo, la profesora de primer grado de la escuela Daegu.
“Probablemente son las únicas estudiantes que piden más tareas”, agrega. Gracias a la idea del director y la disposición de profesores como la Señora Jo, estas mujeres intentan recuperar el tiempo perdido, un tiempo de inmensas limitaciones y dificultades.
La historia de Hwang y sus compañeras, es inspiradora. Y la historia de la escuela que las recibió también conmueve… por las dificultades que están enfrentando y por las decisiones que ha tomado para que ese espacio no deje de existir. Hoy gracias a eso han encontrado la manera de enseñar de manera transversal a niños y abuelas que sin importar la diferencia de edad, comparten hoy los mismos desafíos, las mismas ilusiones.
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