Hace siglos, el pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi, articuló la teoría y la práctica para instaurar un método que incluso hoy, sigue vigente.
Los primeros experimentos educativos del suizo Johann Heinrich Pestalozzi (1746 – 1827) se dieron en Neuhof, Alemania. Más adelantes su pensamiento evolucionaría en lo que se ha llamado el “Método Pestalozzi”. Al igual que sus predecesores, Comenius y Rousseau, el pedagogo creía que la buena educación era el camino para solucionar las contradicciones y la pobreza de la sociedad. Pero ¿qué era la buena educación? Pestalozzi argumentaba que los niños debían aprender a través de la actividad, a través de los objetos y que debían además, ser libres de perseguir sus propios intereses y deducir sus propias conclusiones. En otras palabras que no debían ser educados bajo conocimientos impuestos y construidos previamente.
Una primera mirada al desarrollo de su pensamiento y la puesta en práctica de éste, se evidencia en el libro que publicó en 1801, How Gertrude Teaches Her Children, donde deja claro su interés por establecer un “método de instrucción psicológico”, que desde su mirada, estaba alineado a las leyes de la naturaleza humana. Como resultado de esto, Pestalozzi hace énfasis en la espontaneidad como una herramienta que permite a los niños encontrar sus propias respuestas.
Pero otra parte esencial de su pensamiento pedagógico eran tres dimensiones que según él, NO podían desatenderse en el acto de educar: la mano, el corazón y la cabeza.
Entender y hacer frente a éstas era parte de la esencia de su visión, una visión que buscaba un equilibrio en la educación entendida como algo que iba más allá del desarrollo intelectual en sí mismo. En el ‘principio pestolazziano’, “el acto educativo sólo adquiere y conserva su sentido de acto educativo en la medida en que se establece una diferencia entre las leyes generales del desarrollo de la naturaleza en sus tres dimensiones de la cabeza, el corazón y la mano, y la manera en que dichas leyes se aplican en particular en las situaciones concretas y los azares de las circunstancias” (Michel Soëtard, UNESCO: Oficina Internacional de Educación).
Esto se resume en un hecho fundamental del pensamiento del pedagogo suizo: sin amor, desarrollar naturalmente lo físico y lo intelectual no era posible, lo que se vio reflejado en sus escuelas, donde –según escribe el educador e investigador Mark K. Smith en la plataforma Infed–, la bondad reinó y se abolió la flagelación como método de castigo.
Son muchos más los aportes de Pestalozzi, pero su visión podría quizás sintetizarse en los principios que regían sus esfuerzo en torno a la educación.
El primero era la personalidad como algo sagrado. Para él, ésta constituía la dignidad interior de cada joven. El segundo era pensar en el niño como una semilla llena de potencial. Lo tercero tenía que ver con el aprendizaje a través de la acción por encima de la palabra, lo que se relaciona también con el énfasis que hacía en la observación, la reflexión, la repetición y en el darle sentido a las experiencias. Y finalmente, el equilibrio entre los tres elementos mencionados (la mano, la cabeza y el corazón). Pestalozzi articuló la teoría con la práctica y demostró la posibilidad de desarrollar la educación como un proceso de acción enfocado en la libertad y en la naturaleza infantil, aspectos que otros grandes educadores, continuaron elaborando y perfeccionando posteriormente.
“Se puede decir que la originalidad del método elaborado por Pestalozzi reside fundamentalmente en su espíritu. Su mérito es, en efecto, el siguiente: mientras casi todos sus discípulos, declarados o no, permitieron sistemáticamente que su intención desapareciese en la materialidad de un saber, de una técnica, de una concepción apriorística del hombre, y lucharon sistemáticamente para que no se confundiese lo que ellos querían con lo que habían realizado, Pestalozzi comprendió que el método y todos sus componentes no debían ser más que instrumentos en las manos del pedagogo, a fin de que éste produjese “algo” que no se encuentra en el método y que resulta ser de una naturaleza totalmente diferente de la de su proceso mecánico: la libertad autónoma” (Michel Soëtard, UNESCO: Oficina Internacional de Educación).
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