¿Cómo reaccionas frente a la caída de un niño o niña? ¿Qué le dices cuando a simple vista no ha ocurrido nada grave? Una reflexión desde la pedagogía y consejos para entender cómo cada detalle cuenta a la hora de promover el desarrollo emocional.
Nuestro actuar docente está repleto de acciones que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida y especialmente durante la infancia; y querámoslo o no, nuestra identidad profesional también se vincula fuertemente con nuestra experiencia de vida.
Muchas personas crecimos escuchando frases como “no pasó nada”, “sigue jugando”, “¡estás bien!” cuando nos golpeamos, caemos o, simplemente, cuando algo no estaba bien, e inconscientemente tendemos a repetir lo mismo con nuestros estudiantes. Son patrones de conducta que parecen enraizados en nuestro actuar, por eso detenernos a analizarlos y reflexionar sobre nuestra práctica pedagógica puede ser un elemento fundamental para cambiar dichas conductas. ¿Por qué? Porque nos permite darnos cuenta que algunas de nuestras acciones pueden estar interfiriendo en el desarrollo emocional de niños y niñas.
Frases como estas no sólo invisibilizan un hecho que efectivamente ocurrió, sino que también niegan las emociones que el niño puede sentir e incluso pueden minimizar hechos que puedan ser de relevancia. ¿Qué pasa si efectivamente el niño no está bien?. Padres, educadores y otros adultos significativos, somos un espejo para niños y niñas. A través de nuestras acciones ellos aprenden cómo reconocer y reaccionar a sus propias emociones. Negar lo que está ocurriendo, además, no permite que los niños se responsabilicen de sus acciones, entiendan las causas y los efectos de un hecho en particular y aprendan de sus errores. Un caída, por simple que parezca, puede haber generado diversas emociones en niños y niñas, y ellos necesitan nuestra ayuda para aprender a modelarlas.
Si bien muchas de estas prácticas son inconscientes y se correlacionan con nuestra historia personal, esto no significa que no puedan ser modificadas. Ser conscientes de nuestras prácticas y analizar nuestro trabajo día a día es el primer paso para hacerlo. Si quieres trabajar en ello, acá comparto algunos consejos me han ayudado a modificar mi forma de actuar frente niños y niñas:
Ser reflexivo
La práctica pedagógica es una ejercicio constante, y para ello es fundamental reflexionar continuamente acerca de nuestras propias acciones y emociones. Conocer y reconocer cómo nuestras emociones se expresan es el primer paso para que otro lo haga.
Ser empático
Para potenciar el desarrollo emocional de niños y niñas es fundamental ponerse en su lugar. Algo que para nosotros puede parecer normal y simple, para ellos puede ser sumamente complejo. Además, frente a un mismo hecho, cada niño reacciona de manera diferente, y no podemos perder de vista esa diferencia.
Conocer
Es importante conocer a los niños para poner ayudarlos de mejor manera. Los sentimientos y su intensidad varían de persona en persona.
Eliminar el adultocentrismo
Lo que necesita un niño se descubre con el niño. Padres y educadores debemos ser facilitadores de un proceso, ser sus ojos pero nunca imponer una mirada. Ubicate a su altura y piensa en cuando tú tenías su edad; pregúntele al niño cómo se siente y ayúdalo a entender esas emociones.
Orientar y modelar
Frente a una caída, lo mejor es preguntarle al niño cómo estás, si le duele algo o si necesita ayuda para solucionar lo ocurrido. Con estas simples preguntas se puede dar respuesta a sus necesidades y modelar la forma en que se debe solucionar un problema.
Entregar herramientas
No todos los niños tienen las mismas habilidades y conocimientos para enfrentarse al mundo cotidiano. Es rol de educador ayudar a los niños a encontrar y desarrollar nuevas herramientas que les permitan enfrentar su realidad. Se trata de nutrir al niño de habilidad y competencias socioemocionales.
Un plan común
Todos tenemos responsabilidades cuando nos referimos a la educación emocional de niños y niñas. Padres, educadores y todos los miembros de la comunidad educativa tienen que trabajar articuladamente en pos de este objetivo. Lo que haga un docente a la hora de reconocer las emociones no puede ser muy distinto a lo que haga un padre en la casa, y para esto la conversación es clave.
Dar tiempo
Siempre será más fácil y rápido decir “no pasó nada”, pero la educación emocional requiere de tiempo y dedicación, y es importante que destinamos parte de nuestra energía y jornada a ello. Por ello, no te desanimes antes de comenzar a ver los resultados y no tengas miedo de poner mucha energía en ellos. Los progresos no ocurrirán de un día para otro, pero durarán para siempre.
La educación debe permitir a niños y niñas conectarse con sus sentimientos. Aprender a conocer, aceptar y regular nuestras emociones es algo que comenzamos a realizar desde la más temprana infancia y es normal que en las primera etapas se necesite de otras personas para hacerlo bien. Por ello, padres y educadores tienen un rol central para apoyar y sostener ese desarrollo.
¡A reconocer y validar las emociones!
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