Para la profesora Valeria Torres de la Escuela Héctor Manuel Arias Cortés, trabajar las emociones es prioritario. Así lo hace ella y toda la pequeña comunidad donde trabaja.
La Escuela Héctor Manuel Arias Cortés tiene sólo 35 estudiantes. Está ubicada en el sector Ciruelito, una localidad rural cerca de la comuna de Pinto, una zona al sur de Chile donde la mayoría de las familias viven de la agricultura y la ganadería. La escuela tiene tres salas de clase: en la primera están los niños de pre-kínder y kínder; en la segunda están los estudiantes de 1º, 2º y 3º básico, y en la tercera sala, los alumnos de 4º, 5º y 6º básico. Son pocos los docentes se encargan de esas tres aulas a diario, entre ellas, dos profesoras encargadas de educación básica, una educadora de párvulos en los primeros niveles y una coordinadora del Proyecto de Integración que entrega apoyo a los estudiantes con necesidades especiales. Dos asistentes (manipuladora de alimentos y secretaria), y algunos profesionales (psicóloga, asistente social y fonoaudióloga), apoyan la labor semana a semana.
Cortesía de Valeria Torres.
Una de las personas que integra el equipo es Valeria Torres Barriga, una profesora de 35 años que eligió la profesión para convertirse en un actor social dentro de su comunidad.
Durante cuatro años, Valeria trabajó en una escuela unidocente y hoy es parte de esta pequeña comunidad donde ha podido poner el foco en uno de los temas que más le interesan: las emociones. Valeria es profesora de 16 estudiantes; cinco de 4º básico, nueve de 5º básico y dos de 6º básico. Su rol, a diario, es intentar que sus estudiantes lleguen a casa con nuevos conocimientos y aprendizajes o como dice ella, que “lleguen con el sabor dulce de haber aprendido algo nuevo”. Este es uno de sus principales desafíos, pero también lo es el poder adaptarse a una realidad diferente para ella. Valeria pasó de trabajar con un solo curso en una escuela urbana, a una sala multigrado en un ambiente rural, y aunque no fue sencillo, el cambio se ha convertido en un instrumento de aprendizaje para ella y en una herramienta para generar cambios importantes en la escuela.
Cortesía de Valeria Torres.
Uno de los principales logros de esta profesora fue el aumento (de 31 puntos) que tuvo la escuela en la última prueba Simce (El Sistema de Medición de la Calidad de la Educación). “Tenemos un alto porcentaje de niños que pertenecen al Proyecto de Integración y esto no ha sido un motivo para no lograr buenos resultados”, explica Valeria, quien está convencida de que este tipo de cambios surge del trabajo en equipo, de la integración de los padres y sobre todo, de un foco de trabajo centrado en la enseñanza para la vida, centrado en las emociones.
“Para mí, las emociones son una prioridad”, explica Valeria.
Para ella, todo su trabajo depende de cómo llegan los estudiantes a la escuela, de cómo están sus diversos estados de ánimo. Las emociones de los alumnos, son la herramienta que Valeria utiliza para saber cómo comenzar sus clases. El tono de voz de sus estudiantes, los gestos, las miradas, el afecto, todo es importante. “Todos esos elementos hay que desmenuzarlos con mucha delicadeza”, explica Valeria. ¿Por qué? Porque si un estudiante percibe el interés o la preocupación del profesor, entonces el aprendizaje es mucho más efectivo. “Lo mejor de saber y conocer qué tipo de emociones sienten los estudiantes es poder ser cercano y sobre todo, generar una confianza. El resultado de ello es ver cómo en las tardes, cuando se van, con una simple mirada te dan las gracias”.
Cortesía de Valeria Torres.
Pero, ¿cómo trabaja Valeria las emociones en la escuela? A través del sonido.
Pero en esta escuela el sonido no se hace a través de instrumentos musicales convencionales se hace con palitos de maderas, tarros de plástico y otros elementos reutilizables. Los estudiantes se reúnen en un círculo y los profesores como Valeria dejan que cada uno actúe de manera individual. Generando golpes y sonidos en los distintos elementos, los niños intentan descubrir cómo se están sintiendo. Es interesante, dice Valeria, ver cómo cada niño encuentra su propio sonido; por ejemplo, para los estudiantes con hiperactividad, al principio es confuso y algunos incluso sienten temor, sienten temor porque, según explica la profesora, no quieren equivocarse.“Comprendí que en algunas ocasiones, ellos demostraban temor a no seguir ritmos parecidos al de sus compañeros”. Pero después descubren que todos pueden hacerlo, que no hay patrones establecidos y que cada uno es libre de expresar las emociones a través de múltiples ritmos y sonidos.
En una actividad en particular, los niños empiezan buscando sonidos perfectos a través de un simple juego de roles y patrones: un estudiante comienza con un golpe (sonido hecho con un palo sobre un contenedor plástico). Después, el segundo estudiante lo imita y suma otro nuevo. Más adelante, el tercero imita los dos golpes previos y crea uno nuevo. Así continúan hasta que hacen un total de 16 sonidos diferentes. Cada golpe que emite un sonido es el reflejo de una emoción y el total de los sonidos creados se llama “el ritmo de las emociones”. En actividades como esta, los niños trabajan la concentración al imitar los sonidos de los demás, sonidos que son propios y que cambian según el estado anímico o emocional de cada uno de ellos. Después, todos debaten cuáles fueron los sonidos qué hicieron y qué tipo de emociones asociaron a esto. “El estudiante, después de generar un sonido, sea cuál sea el sonido explica cuál fue el sentido de éste”, explica Valeria.
Cortesía de Valeria Torres.
Al trabajar con los sonidos, los estudiantes se sienten en un ambiente de confianza, dejan de lado el temor y desarrollan su creatividad, lo que favorece el aprendizaje de otras asignaturas.
Pero lo más importante para Valeria es que sus alumnos encuentran en estos espacios de percusión improvisada, una oportunidad para verse a sí mismo y aprender a manejar eso que están sintiendo. “Sin emociones, no hay aprendizajes significativos. Esto quiere decir que si el estudiante manifiesta una emoción negativa, su aprendizaje de igual manera será negativo y si el estudiante manifiesta una emoción positiva, el aprendizaje será positivo y sobre todo, permanecerá a lo largo del tiempo”, explica la profesora. Para Valeria, las emociones son la esencia del aprendizaje y por eso, como docente, ha encontrado la forma de innovar y realizar actividades que despierten el interés de todos sus estudiantes; de los más grandes, de los más pequeños, de aquellos que tienen necesidades especiales, o de los que simplemente necesitan un espacio para desahogarse y entender lo que sienten para poder seguir aprendiendo.
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