Selección natural de pinguinos, un traje para que las personas ciegas vean y una bacteria que come petróleo son algunos de los proyectos que ha desarrollado junto a sus estudiantes.
Selección natural de pinguinos, un traje para que las personas ciegas vean y una bacteria que come petróleo son algunos de los proyectos que han desarrollado la profesora Roxana Nahuelcura junto a sus alumnas del Liceo N° 1. Si quieres conocer más sobre el tremendo trabajo que realiza esta profesora, te invitamos a leer la siguiente nota del diario “La Tercera” .
Roxana Nahuelcura: La profesora que forma científicas
Ha ayudado a sus alumnas del Liceo 1 a llegar a la Antártica, Suecia o Estados Unidos, impulsándolas a investigar y participar en distintas ferias y concursos. ‘Los profesores no estamos aquí sólo para pasar materias, sino que somos entes de cambio social’, dice.
Mónica Stipicic
Mientras el emblemático Liceo 1 Javiera Carrera, en la comuna de Santiago, seguía en toma, Roxana aprovechó de asistir junto a un grupo de alumnas a una charla en el Campus San Joaquín de la UC a uno de los encuentros para organizar la Feria Antártica Escolar, una competencia que premia a los proyectos científicos con un viaje al continente blanco. Roxana y sus alumnas lo han ganado tres veces.
Joven y risueña, esta ex alumna del colegio en que hoy hace clases es la única hija de un matrimonio entre una decoradora y un cocinero -“ambos formados en el DUOC en la época en que estaba abierto para el obrero campesino”-, y creció en una enorme casa en Quinta Normal, junto a sus abuelos maternos, tías y primos.
Su interés por la ciencia comenzó a los 12 años, cuando le regalaron un libro de Carl Sagan, que no pudo parar de leer hasta que se lo terminó. Después pasó al clásico texto de Biología de Claude Villee, cuyos dibujos copiaba en su cuaderno de ciencias naturales, que no era el mismo del colegio, sino que uno personal en el que ella anotaba lo que entendía y preparaba sus preguntas para la clase siguiente.
Cuando llegó el momento de entrar a la universidad, dudó entre seguir la licenciatura en ciencias o la pedagogía; como sabía que ser investigadora en Chile no era fácil, decidió ser profesora.
Los años en el Pedagógico pasaron rápido y sin mayores dificultades. Tenía una buena base escolar. Trabajó unos años en un colegio privado y luego en uno de monjas, hasta que en 2007 aterrizó en su propio liceo.
“Me daba miedo el cuestionamiento de algunos profesores que todavía estaban desde mi época, pero sobre todo no sabía si iba a estar a la altura de las alumnas. Yo sabía que las niñas de este colegio son super exigentes, que preparan sus clases y siempre quieren saber más. Y eso me ponía muy nerviosa”.
-¿Por qué se pasó de lo privado a lo público?
“Cuando un profesor recién comienza a trabajar no tiene demasiada conciencia de que no estamos aquí sólo para pasar materias, sino que somos entes de cambio social. Muchos profesores nos vamos estancando sin darnos cuenta de que generar el cambio pasa por nosotros. Yo llegué al liceo un año después de la revolución pingüina y veía que a las niñas les interesaba el tema, que organizaban jornadas de reflexión acerca de la reforma y que se lo tomaban súper en serio”.
Al año siguiente de su llegada le tocó guiar a una pareja de alumnas en su participación en la Feria Antártica, un torneo organizado por INACH (Instituto Antártico Chileno). En esa ocasión sus alumnas no ganaron, pero sí viajaron a la feria en Punta Arenas y llegaron muy entusiasmadas.
El 2009 asumió la jefatura de un segundo medio. Ese año el tema de la feria era Darwin y la Antártica. Las alumnas Daniela Orellana y Ena González le propusieron trabajar el tema de la selección natural en los pingüinos. “Eso significó que yo misma me metiera de cabeza a estudiar a Darwin… ¡no podía creer que hasta ese momento no había leído sus libros!”. Ella se apasionó tanto como las alumnas, quienes ganaron la feria y viajaron a la Antártica a trabajar codo a codo con los científicos.
El 2012 fue el turno de Naomi Estay y Omayra Toro, quienes habían leído que se hallaron bacterias en los derrames de petróleo. “Partí a la Universidad de Chile y me reuní con el bioquímico José Manuel Pérez, quien recibió a las niñas en su laboratorio. Él puso a un tesista a cargo, les entregó muestras de suelo y agua y les enseñó a aislar las bacterias e identificarlas.
Le entusiasmó tanto el proyecto, que cuando se cambió de universidad y partió a la UNAB, se llevó a las niñas con él. Después de eso, las chicas le incorporaron fenantreno, que es el componente más grande del petróleo para ver si sobrevivían.
Y no sólo sobrevivieron, sino que empezaron a proliferar y a comerse el compuesto. Por lo tanto, una de sus conclusiones fue que “la bacteria podía ser capaz de degradar el petróleo y llegaron a plantear la existencia de un bioremediador”, dice la profesora.
De Chile a Suecia
Como habían trabajado tanto, Roxana las ayudó a participar en varias ferias científicas con su trabajo y en 2013 ganaron el Junior Water Prize, un torneo que se realiza en Estocolmo y donde participan proyectos sobre el agua. Roxana las acompañó a recibir su premio de manos de los reyes de Suecia.
Ese mismo año, junto a Reynalda Zárate y Estrella Calderón volvió a obtener el primer lugar en la Feria Antártica con un proyecto que identificó bacterias capaces de degradar cadmio y selenio para generar nanopartículas fluorescentes capaces de ser utilizadas en biomedicina, paneles solares o monitores LED.
Con ellas también viajó a Suecia y, aunque allí no ganaron, sí se alzaron con el primer lugar en la Feria de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación de Medellín, Colombia.
En 2014 abordó un área distinta. Un grupo de alumnas participaba en un taller de robótica como parte de otra asignatura del colegio, cuando Roxana -que era su profesora jefe- se enteró de que Conicyt estaba organizando un congreso sobre neurociencia.
Como sabía que podía interesarles, se acercó a Daniela Sáez y Sofía Carrasco para comentarles que había visto en un documental cómo personas ciegas eran capaces de distinguir algunas sombras y colores si les conectaban una cámara en el lóbulo occipital del cerebro para reemplazar el ojo, que no era otra cosa que un receptor dañado.
Creyó que los conocimientos en robótica que sus alumnas habían adquirido podrían servirles para realizar algún proyecto al respecto. Ellas terminaron desarrollando un traje para ciegos sobre la base de legos, con sensores de luz capaces de captar los colores por su intensidad luminosa, igual que los objetos en el camino.
Con ese proyecto participaron en la feria de Explora Conicyt y lograron el primer premio en la feria de emprendimiento Juvenil jumpStart Chile, y el año pasado Roxana partió a Washington a la Gala de Emprendimiento Juvenil Mundial de NFTE (Network for Teaching Entrepreneurship). Hoy Daniela y Sofía estudian ingeniería en la Universidad Santa María y están modificando su invento, que ya tienen patentado, para tratar de colocarlo en el mercado.
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