El 2010, Constanza Rueda, directora de un colegio en Bogotá, sufrió una aneurisma e hidrocefalia. Estuvo meses en estado vegetativo, pero gracias al apoyo de la comunidad educativa, pudo volver a la escuela con la misión de enriquecer el bienestar emocional de sus alumnas. Esta es su historia.
Constanza Rueda, psicóloga y directora del Colegio de María Ángela –Bogotá, Colombia–, estaba trabajando cuando le dio un fuerte y extraño dolor de cabeza. Tuvo que ir a urgencias donde en un primer diagnóstico, los médicos le aseguraron que tenía Cefalea Tensional, es decir, un simple dolor de cabeza que puede durar de pocos minutos a varios días y no tiene mayores síntomas asociados. La devolvieron a su casa.
Por su estado físico y las cosas que decía, sus hijos comprendieron que algo más estaba sucediendo y aprovecharon el cambio de turno médico para solicitar otros exámenes. “El doctor de urgencias me remitió a otros exámenes y a un monitoreo”, cuenta Constanza. “Un nuevo análisis detectó sangrado en la vena subaracnoidea. En ese momento me remitieron a otra clínica en ambulancia. En el recorrido fallecí. Al llegar, el cuerpo médico llevó a cabo el proceso de resucitación. Me pasaron a cuidados intensivos donde procedieron a hacer una cirugía para aminorar el sangrado y reparar la arteria. Al tercer día, diagnosticaron una hidrocefalia y procedieron a poner una Válvula de Hakim. Continué en cuidados intensivos donde estuve en coma inducido por dos meses”.
Contra todo pronóstico, Constanza logró recuperarse, pero el proceso fue complejo desde varios puntos de vista.
No sólo tuvo que enfrentarse a un cambio físico impactante, también tuvo que hacer frente a muchas dudas, miedos e inquietudes con respecto a su profesión y su rol dentro de la comunidad educativa. “Darme cuenta que de repente recuperaba mi conocimiento, fue muy impactante. Estaba ante a un espejo, frente a una figura desconocida. Mi expresión era muy distinta, no tenía pelo. Estaba totalmente calva. Lo primero que le pregunté a una señora desconocida, la enfermera, era si tenía cáncer. Una hermana me tomó del brazo y me explicó todo… Habían pasado semanas en un estado casi vegetativo y ahora recuperaba la conciencia”, cuenta la directora.
Llevaba casi 10 años en su rol como directora cuando le dio la enfermedad y no estaba segura si podría volver a liderar a la comunidad educativa, sin embargo, cinco meses después regresó al colegio donde todos la esperaban con los brazos abiertos. “Toda la comunidad me esperaba en el auditorio”, afirma Constanza. “Entre aplausos, abrazos y besos recorrí el camino hasta el escenario. Debía entonces dirigirme a mis alumnas que esperaban ansiosas conocer mi experiencia. No pude hacerlo. Mis palabras fueron ahogadas por un llanto profundo de emoción, mezclado con gratitud, angustia y un gran temor de no poder volver a asumir mi cargo”.
Hoy, después de 14 años, Constanza continúa en el cargo, aunque no cabe duda que la enfermedad marcó un antes y un después en su vida personal y en su rol como líder.
Para la directora, la oportunidad de volver al colegio tuvo que ver con una confianza plena en su gestión. La comunidad no sólo la estaba esperando, también se convirtió en una especie de ancla en un proceso de adaptación complejo. El apoyo de sus alumnas, de los profesores y todos los miembros de la comunidad fue trascendental en un regreso que estuvo marcado también por una nueva perspectiva de vida. “Cuando uno ha pasado por la experiencia de morir, de desprenderse del cuerpo y empezar a verlo todo como espectador de la propia vida, la perspectiva de ésta cambia. Todo se vuelve relativo, sujeto a una claridad amplia y objetiva de la existencia. Uno comprende que tiene una misión y el reto de descubrir esta misión con exactitud, se vuelve una constante”. En su caso, esa misión ha estado basada en la definición de objetivos enfocados en engrandecer y enriquecer el bienestar emocional de las alumnas, entregándoles herramientas cercanas que les permitan convertirse en “líderes de sus propias vidas, en mujeres seguras de sí mismas y con un deseo de contribuir con los valores y principios que deben regir a una sociedad”.
Según cuenta Constanza –quien lleva más de cuarenta años en sistema educativo–, su vocación se ha centrado en lo afectivo y en la valoración de las fortalezas y virtudes de las personas que la rodean.
Elementos que sin duda alguna fueron trascendentales en su retorno después de la enfermedad. El cariño de toda la comunidad obedeció a la construcción de muchos años de afecto profundo por su trabajo y ese mismo cariño fue vital para su completa recuperación. Durante muchos años, Constanza impactó la vida de profesores y alumnas; contribuyó a su aprendizaje, al desarrollo de sus talentos y potencialidades intelectuales creando un espacio educativo basado en la confianza, el amor propio y calidez; el mismo espacio que después de la enfermedad le abrió las puertas y se convirtió en el instrumento que le permitió volver a asumir un cargo que hasta el día de hoy, le permite impactar muchísimas vidas.
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