Esta es la historia de Francisco Santillana, el único educador que trabaja en aula dentro de la red de jardines infantiles y salas cuna de la Fundación Integra, una de las más grandes de Chile. Aquí cuenta cómo ha sido enfrentarse a una profesión dominada por mujeres.
El principal temor de Francisco Santillana cuando finalmente decidió que quería estudiar para ser educador de párvulos -como se le dice al educador infantil en Chile-, fue la opinión de su familia. Pero antes de enfrentarse a su madre y padre, estudió un año de psicopedagogía y después, optó por hacer un técnico de educación infantil.
“Quería estar realmente seguro de que eso era lo que quería estudiar y era importante consultarlo con mi familia, porque ellos me estaban apoyando económicamente (…) Además, en mi familia también vi muy de cerca el tema del género porque, por ejemplo, con mi papá en la mesa, la instrucción era que las niñas limpian la mesa y los niños se paran. Por eso, ahora mi bandera de lucha parte desde el punto de que todos somos iguales y todos podemos elegir lo que nos haga feliz”, cuenta este educador chileno.
La familia lo apoyó, con la única condición de que él pagara la mitad de la carrera.
Durante los cinco años de estudios pudo confirmar que sus nueve hermanos y hermanas –seis hombres y tres mujeres– tenían razón. Lo suyo era la pedagogía y ellos lo sabían; durante muchos años lo llamaron “profesor” y lo animaron a estudiar para ser educador infantil.
“Creo que todo empezó cuando mi mamá salía a trabajar cuando yo era chico y me quedaba a cargo de los hermanos más pequeños… yo soy el del medio. Para que ellos no pelearan, yo les enseñaba a crear cosas con botellas o con material de reciclaje. Entonces les enseñé a armar barcos, soldados y con los encendedores quemábamos cosas, era todo súper artesanal. Después ellos traían a sus amigos para que yo les enseñara. Así, de repente, me veía con 10 o 15 niños, enseñándoles a hacer estas cosas. Cuando fui más grande, los amigos de mis hermanos más chicos me llamaban ‘profe Francisco’ y a mí me daba una sensación de gratitud muy rica. Y mi mamá siempre me dijo que tenía que hacer algo con eso”, recuerda.
A Francisco también le dio temor optar por la educación infantil porque en Chile es una carrera dominada por mujeres.
Este educador oriundo de Copiapó, estudió en La Serena el técnico y la carrera de educación infantil, siempre rodeado de mujeres. “Muchas veces me sentí muy discriminado, pero al mismo tiempo aprendí mucho de mis compañeras y durante toda la carrera me encargué de demostrar que yo era bueno, nunca quise destacar sólo por ser el único hombre de la carrera”, cuenta Francisco.
Recuerda que durante el año que estudió psicopedagogía, lo hizo con al menos tres hombres más, pero durante el técnico y la carrera, llegó a estar en un aula con más de 30 mujeres. Y durante el año del técnico, recuerda sentir que estaba en un espacio donde no le tomaban el peso a la educación inicial.
“Los profesores nunca nos hablaron de las oportunidades de aprendizaje de los niños en esa etapa”, cuenta el educador
“Nos enseñaban a dar leche, a mudar, se hablaba mucho del cuidado… pero las técnicas de educación de párvulos con las que trabajo saben mucho más que eso y son clave para mi trabajo. Pero ahora pienso que igual fue importante pasar por eso, porque quizá entendí más el lado más maternal y me sirvió fantásticamente para la carrera”, asegura.
Al finalizar sus estudios, ya tenía algunas ofertas de trabajo en La Serena, pero Francisco quería trabajar en su ciudad. Así que al regresar, empezó a buscar trabajo y su primera oportunidad fue un jardín infantil de verano, una experiencia que meses después le abrió las puertas a Fundación Integra, una organización que tiene como foco brindar educación inicial de calidad y gratuita en todos los rincones de Chile.
De las 3.399 educadoras de párvulos en jardines infantiles y salas cuna que tiene Fundación Integra, Francisco es el único hombre que trabaja en aula. Y lleva tres años siendo el único.
Actualmente lo hace en el jardín infantil Auqui, que se encuentra en Tierra Amarilla, una ciudad al norte de Chile –Región de Atacama–, donde la mayoría de la población está conformada por personas que viven de la minería y de la agricultura. “Me interesa demostrarle a mis niños que pueden cambiar el contexto en el que viven, que pueden hacer realmente lo que se propongan”. Francisco cuenta que la mayoría de las madres que conoce, son dueñas de casa y que muy pocas trabajan. Si lo hacen, es en el área de alimentación de los mineros. En tanto, la mayoría de los hombres trabajan en minería y desde esa realidad, trabaja constantemente.
“Es una realidad que yo creo,no debería ser así y se lo demuestro a los niños, me encanta que ellos lleguen al jardín infantil y vean a un hombre como educador. Me encanta hacer que se cuestionen muchas cosas. Por ejemplo, una vez unos niños llegaron con la intención de acusar a un compañero que estaba jugando con unas muñecas y yo lo que hice fue felicitarlo, decirle que lo estaba haciendo bien, que seguro iba a ser un gran padre o gran educador de párvulos. Desde entonces, ahora muchos de ellos juegan con muñecas, no es tema. Hago que se cuestionen lo mismo con los colores, a mí me da pena que desde tan pequeños crean que los colores tienen género”, cuenta.
Por eso, se mandó a hacer un uniforme de color rosado y cada tanto se lo pone.
La intención es que cada vez que padres, apoderados y estudiantes preguntan por qué ese color, él siempre responde que es porque le gusta; la idea es que normalicen ver a un hombre vestido con un color supuestamente femenino. También ha jugado con los colores comprándose unos zapatos gigantes de payaso de distintos colores. Así llama la atención de su curso para hablar del color que está usando ese día e identificar los nombres de cada uno. Y siempre les insiste que ninguno tiene un género.
“Para las familias ha sido un poco drástico mi ejemplo, porque ya algunos niños dejaron de pedir autos, y de hecho, uno de ellos pidió un Pepón –muñeco– para la Navidad y la mamá se extrañó, pero yo les expliqué que eso está muy bien, que eso quizá signifique que va a ser un gran educador de párvulos. Y ojalá que así sea. Al final, yo siempre le insisto a los niños que nadie les puede definir lo que deben ser, que ellos pueden ser lo que quieran ser, mientras lo hagan bien y no perjudiquen a nadie y sean felices (…) Además, mi ejemplo también ha servido para que en las reuniones de apoderados, cada vez sean más los hombres que asisten, ya no son sólo madres”, cuenta Francisco.
“Las carreras no deberían tener género y más hombres deberían trabajar en jardines infantiles”
Ese ha sido otro de los mensajes que siempre le ha dejado Francisco a los más de 30 niños y familiares que ha acompañado por año en en el jardín infantil Auqui. También ha sido insistente en demostrarle a cada madre y padre, la importancia de la educación infantil y lo clave que es el trabajo de los educadores.
Una de las formas de mostrarle a sus apoderados la importancia del trabajo que realiza fue haciéndoles El Test, un cuestionario de 10 preguntas que fueron parte de la campaña No Cualquiera es Educador de Párvulos. El contenido de esta encuesta se centró en teorías que conocen muy bien quienes todos los días estimulan el aprendizaje de niños y niñas.“Ninguno sacó más de tres preguntas correctas y entendieron perfecto todo lo que hace un educador a través del juego”, cuenta.
Tan clave es el juego en cada estrategia de Francisco, que constantemente está planificando actividades en torno a este. Desde un picnic literario, hasta una fiesta de espuma que sirvió para trabajar la motricidad. Lo que hizo fue llenar una sala de espuma con sogas elásticas y espacios para que se deslizaran. “La intención de esa fiesta fue trabajar los hitos motores, el equilibrio, el salto, esas cosas. Siempre lo digo, a través del juego se pueden enseñar muchas cosas y ese es siempre mi foco, porque ya después pasarán muchos años sentados con una pizarra al frente, lastimosamente”, explica Francisco.
Este educador asegura que a pesar de las burlas y prejuicios que enfrentó, actualmente siente que no pudo haber elegido otra profesión.
“Para mí ser educador es brindar oportunidades, es poner tus habilidades a disposición de los niños. Ser educador de párvulos también es ser transformador del mundo, siento que podemos transformar vidas, siento que es esto es como una metamorfosis para los niños. Ser educador es darle alas a los niños. Ser educador de párvulos, para mí, es una transformación social, nosotros como educadores somos la parte más importante de la educación. La educación parvularia es la base, es la raíz de las otras profesiones. Me siento súper orgulloso de ser educador de párvulos, me siento orgulloso de ser transformador de vidas y ojalá existan más hombres estudiando para ser educadores de párvulos, porque los hombres pueden brindar la oportunidad de mirar el mundo con más diversidad desde los primeros años de vida”.
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