Así lo dice la Decana de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile y parte del consejo de Elige Educar, quien nos cuenta algunas de sus claves para enfrentar la enseñanza del lenguaje.
Son las 17:30 horas de un jueves y Lorena Pía Medina Morales -actual decana de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile- luce agotada. Explica que desde las 8:00 de la mañana no ha parado de trabajar, atender reuniones y llamadas. Pero su cara cambia por completo cuando empieza a hablar sobre unos de sus campos de expertise: la enseñanza de la gramática escolar.
Medina, quien es parte del consejo de Elige Educar, agita las manos, hace mímicas como si estuviera en una sala de clases, sonríe sin parar y se excusa: “Perdón si a veces doy muchos detalles o hablo mucho. Esto en verdad me apasiona”.
Pero antes de llegar a ese punto de pasión, que la tiene desde inicios de los años noventa dando clases relacionadas con la didácticas del Lenguaje en la Facultad de Educación de la UC e investigando desde hace más 10 años sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje en las aulas chilenas, pasó por otras áreas. Primero, optó por estudiar Teatro, pero en la fila de la prueba especial, desistió. Después, se matriculó en Filosofía de la Universidad de Chile, pero apenas alcanzó a estar un mes y finalmente decidió inscribirse en Letras, en la UC. “Me gustaba mucho leer, me gustaba escribir poesía y estaba en grupos de teatro del colegio”.
Después de estudiar Letras, llegó a la docencia. Cuando Medina estudiaba, el programa de estudio consistía en tres años básicos y luego año y medio de licenciatura o pedagogía. Cursó ambas opciones y al hacer su práctica en un liceo ubicado en Matucana, empezó a encontrarle sentido a todo lo estudiado, justo en un momento donde ella estaba empezando a ahondar en lingüística a través de un magíster. Así, después de cursar algunos ramos en Psicología, en una época en que no estaban permitidos los ramos interdisciplinarios y de indagar en algunos manuales de psicolingüística, fue docente de Lenguaje en diversos colegios de Santiago de Chile desde 1993 hasta 1998, años en que mantuvo una doble militancia dictando clases también en la Facultad de Educación de la UC.
“Me pasó que me di cuenta que aquello que yo sabía de la lengua, en la academia, no lo podía compartir con nadie, no me hacía tan feliz como ver la cara de un niño o una niña que aprendió algo y que yo pude cooperar en eso. Ver en sus rostros eso de decir como: ‘Eureka’. Que lo descubrieron, que aprendieron, me cambió. Me atrevo a decir que en la sala de clases, aprendí más que en la Facultad de Educación y me di cuenta que esta interdisciplina que yo hacía era necesaria y se trataba de trabajar con personas”, recuerda Medina.
En 1999 decidió empezar un doctorado en psicología con mención en aprendizaje en la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis fue sobre la gramática en la enseñanza escolar en psicología. “Ahí cerré el círculo, y desde entonces he estado indagando en cómo enseñan lenguaje, las formas y las necesidades de esto. De hecho, la tesis de mi doctorado se inspiró en una pregunta que me hizo un alumno que quería estudiar ingeniería, me preguntó para qué le iba servir a él la gramática. Ahí me bajó un cuestionamiento profundo como profesora. Porque si él no puede ver el sentido, algo está pasando, algo estoy haciendo mal”.
Desde entonces, asegura que a sus estudiantes de pedagogía les ha insistido en que es importante trabajar en la gramática para fortalecer las competencias comunicativas y no en la gramática para entender cómo funciona la lengua. Y estas son algunas de sus premisas de cómo lograrlo.
“La oralidad es clave para la lectura”
Desde 2007, Lorena Medina ha realizado distintas investigaciones con apoyo del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico y del CEPPE. “Prácticas pedagógicas y teorías implícitas de losdocentes responsables del aprendizaje inicial del lenguaje escrito” y “Condiciones comunicativas para el aprendizaje en lenguaje y matemática: lenguajes y voces de estudiantes y profesores en aulas de 5° año básico”, son algunas de ellas. En las distintas observaciones, que van desde videos de profesores y profesoras, hasta seguimiento de cursos durante varios años, asegura que hay varios elementos preocupantes que señalar. El principal, que no se tiene en cuenta la importancia de la oralidad en el proceso de construcción de la lectura.
“Lo más fuerte son los hallazgos del poco trabajo con vocabulario y es importante, porque si un niño tiene un buen vocabulario, es un buen predictor de su comprensión lectora y no sólo el vocabulario de lo escrito, sino el vocabulario construido y desarrollado, que se forma fuertemente en la oralidad. Y también existe una fuerte disociación de lo oral y lo escrito”, explica la profesora.
Además, señala que hay un cambio muy fuerte entre la educación inicial y la educación básica y media. En los primeros años se tiende leer, compartir y jugar a través de la literatura, mientras que después la estructuraen las clases de Lenguaje cambian. En la enseñanza básica y media, el proceso suele centrarse en leer y después realizar preguntas precisas del texto, sin dar espacio a la discusión e intercambio de opiniones.
“Es clave mantener la interacción oral sobre los procesos de lectura El trabajar el vocabulario no necesariamente con un diccionario, sino construirlo en conjunto con el profesor, con preguntas y respuestas, ver cómo se usa en distintos contextos. El profesor y profesora tiene que encargarse de usar un lenguaje variado, especialmente en los contextos vulnerables, porque estamos hablando de chicos cuyo capital cultural quizás estás más reducido y requieren de un input más potente y probablemente algunos vocabularios los van a escuchar sólo en la escuela”, señala Medina.
Bajo esa premisa, la profesora asegura que todos los niños y niñas tienen una cultura oral antes de construir la escrita y el trabajo en las salas de clase es conectar y construir con esa base. Por eso, Medina invita a realizar rutas de literatura, jugar con palabras, invitar siempre a hablar, probar conceptos en todos sus contextos e invitar a emitir opiniones, darles sentidos y hablar, siempre hablar.
“Que los niños dejen de hablar para escribir es un error, sabemos que es una presión curricular, pero sabemos que es una falsa creencia que dejar de conversar de lo que se lee no es un aporte a la comprensión lectora, porque si se tiene un buen vocabulario en la oralidad significa que va a saber comprender lo que lee, a decodificar”, explica.
Romper con el modelo frontal
En el estudio “Prácticas pedagógicas y teorías implícitas de los docentes responsables del aprendizaje inicial del lenguaje escrito”, donde Medina junto a los profesores Andrea Valdivia y Ernesto San Martín realizaron una observación de prácticas pedagógicas en 90 videos de la Evaluación Docente a través de indicadores construidos que consideran diferentes modelos de enseñanza de la literatura inicial, hay un dato que a Medina le llamó la atención: 55,8% de los docentes lo que hacen es leer un texto frente al curso. Es decir, tienen un modelo de clases frontal.
“Eso no es conveniente. Se pueden armar otros modelos, se pueden hacer trabajos, hacer caminatas o rutas lectoras, que es donde el profesor diseña recorridos donde los alumnos tienen que buscar elementos en la sala de clase, ponerles desafíos. Representaciones teatrales, de títeres. No sólo leyendo un texto frente a los niños y niñas se aprende (…) Discutir procesos de los personajes en grupos, en parejas y luego trabajar el léxico, provocar un debate o una discusión productivo, eso lo enseñamos en la universidad. Ponerlos a compartir al inicio de la clase sobre aquello que están leyendo, yo lo hice en mis clases y eso provocó que entre ellos empezaron a compartir libros”, cuenta.
Que el profesor y profesora sea más guía que líder en las clases de lenguaje, es clave. Porque, leer para comprender supone leer de diferentes maneras según Medina y así, poder hacer de la lectura un goce. “Por eso es importante preguntar sobre el disfrute de la lectura, preguntar por qué se disfrutó y dar una respuesta amplia, no sólo dejarlos que digan que sí, hay que hacer que participen y eso se logra siempre que se rompe el modelo frontal”, decreta Medina.
“Para que un niño aprenda, tiene que haber motivación, tiene que haber autorregulación, que son cosas que vienen de lo emocional, de lo social. Por lo tanto, que hoy día los profesores puedan promover espacios para presentar sus posturas así no estén de acuerdo entre sí, es importante. Una cosa que ahora estamos mirando es qué tantas instancias de autonomía se promueven en la sala de clase” cuenta.
La premisa de esta profesora es que si tenemos estudiantes más autónomos, seguro vamos a tener más participación en la sala de clase. “Hay que dejar esta forma de preguntar una cosa y evaluar, y ya”, dice.
Para corroborarlo, cuenta que en la investigación que está cerrando en estos meses, “Condiciones comunicativas para el aprendizaje en lenguaje y matemática: lenguajes y voces de estudiantes y profesores en aulas de 5° año básico”, realizaron varios focus groups con niños y niñas de 10 años y con muchos conversaron sobre cómo se conectan ellos con un profesor y profesora.
“Las respuestas fueron impresionantes, porque ellos filtran socioemocionalmente, porque si no se sienten conectados con la clase no van a aprender, eso no significa maternalismos ni paternalismos (…) Eso significa validarlos como interlocutores. Entonces, cuando les preguntamos a ellos que características tenían un buen profesor, respondieron que ellos los miraban, les preguntaban de muchas maneras y explicaban de varias maneras las mismas cosas, para que todos puedan entender, también toman en cuenta que el profesor los trate con respeto, que les pregunte, que les entregue apoyo, que esté disponible, que no se enoje si ellos preguntan varias veces. Todas estas, son cuestiones emocionales y muchas veces se tiende a pensar que lo emocional se atiende fuera de la sala y no, lo que estamos diciendo es que el afecto se manifiesta en la sala de clase”.
En esta línea, Medina agrega que al estar conscientes de las emociones, se trabaja la autonomía, porque todos los estudiantes se convierten en personas más seguras de sus sentimientos, convicciones y en ese sentido, de sus libertades. “Poseer lenguaje, poseer la capacidad de usar flexiblemente el vocabulario, tipos diversos de discurso, definitivamente te hace más libre y más crítico. Al ser más libre, lees con más libertad y escuchas con más libertad”.
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