Ximena Aranda lleva 36 años dando clases a estudiantes de Quinta Normal y Cerro Navia, no sabe a cuántas personas ha impactado en estos años, pero las estimaciones indican que un docente impacta en promedio a cinco mil en toda su carrera profesional. Con varios de esos niños, hoy adultos, mantiene contacto y ha visto de qué forma sus enseñanzas los llevaron por buen camino.
Ximena estudió Pedagogía en Educación General Básica, egresó en diciembre de 1985 y en marzo del 1986 estaba haciendo clases en la Escuela Carmen Chacón de Cerro Navia.
Llegó por casualidad. El día que se tituló su familia preparó una celebración, entonces su sobrino, alumno de la Escuela Chacón, le contó a su director que ese día comería torta porque su tía se había convertido en profesora. El lunes siguiente ese director estaba en la casa de Ximena invitándola a una entrevista para sumarse a la escuela.
El primer curso
Antes de estudiar Pedagogía, Ximena era técnico agrícola. Su sueño era poner una granja escuela donde los estudiantes aprendieran a ser auto sustentables. Con esa idea ingresó a la Universidad Católica y al titularse comenzó a concretar su deseo: se iría donde su hermano a La Araucanía e iniciaría su escuela agrícola. Pero una enfermedad de su madre la retuvo en Santiago.
“Cambié mi sueño por el de trabajar en el sistema público, porque buscaba ir donde me necesitaran, donde pudiera aportar a cambiar el rumbo de los chicos”, dice Ximena y por eso rechazó la oferta de las Monjas Argentinas por la Escuela Chacón, que era particular subvencionada, pero similar a una escuela pública”.
Estuvo seis años, los mismos seis que su primer curso pasó en ese establecimiento que finalizaba estudios en sexto básico. En su primer día como profesora, tomó un primero básico de 39 estudiantes. “Ese curso cambió mi vida, yo era joven recién egresada y ellos eran un curso maravilloso, iba llena de energía y entusiasmo”.
Las reuniones de apoderados de ese grupo se llenaban y había que pedir sillas prestadas, porque Ximena les recalcaba siempre a los padres la importancia de ir. “Se fue haciendo un equipo de trabajo con las mamás para apoyar a los niños más atrasados”.
Todavía mantiene contacto con sus ex alumnos. Los mismos que de soltera llevaba a estudiar a la casa de su mamá y ésta les preparaba café con leche y pan amasado. “Son pequeñas cosas que me permitieron sacarlos adelante. Ellos se acuerdan del pan. Mi mamá les decía si avanzan en la lectura yo les voy mandar pan a sus familias”.
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En ese curso del año 86, estudiaba Carolina Pérez, “que en segundo básico me dijo que quería ser mi secretaria para siempre”, dice esta profesora que hoy señala a Carolina, funcionaria de la PDI, como la hermana mayor su hijo. “Yo le ayudé hasta en su matrimonio con la preparación”.
Otro de sus estudiantes era Jimmy Pacheco, hijo de narcotraficantes. Ximena siempre le decía que él podía cambiar su destino. Hoy Jimmy es bartender en La Serena y cada cierto tiempo visita a Ximena con su hijo. “El más porro era Juan Carlos Morales, yo le decía que servía para hacer cosas manuales” y hoy Juan Carlos tiene una empresa que se dedica a la metal mecánica.
Esta docente formó también a un ejecutivo del Banco Estado, Mauricio Osorio; a un ingeniero, Pablo Sepúlveda; a un militar, Sergio Adriazola que cuando partió a la Escuela Militar tenía miedo y fue Ximena quien lo consoló. “Te podría nombrar los 39 niños de ese curso”.
Esos estudiantes recuerdan cuando Ximena les enseñaba a tomar la micro. “En la sala hacíamos una recreación y poníamos sillas, las niñas traían sus muñecas y les decía a los niños cómo tenían que actuar”. Les enseñó a poner la mesa con los tenedores de su propia casa, a limpiarse la boca y hacer puntadas simples para que pudieran hacer una basta.
“Cuando más me convencí de que no estaba equivocada y era la Pedagogía por dónde tenía que ir, fue cuando les enseñé a lavarse los dientes”. En una reunión de apoderados una mamá le dio las gracias a Ximena porque había logrado que su hijo fuera disciplinado y le pidiera un cepillo y un vaso, algo que ella no había logrado en siete años.
Escuela Platón
Estuvo seis años en la Escuela Chacón y se cambió a la Escuela Catamarca en Carrascal, un establecimiento que en palabras de Ximena, tenía su muerte anunciada porque la matrícula había bajado considerablemente. A la directora la trasladaron a la Escuela Platón en Quinta Normal y se llevó a Ximena con ella.
En esa escuela básica de 10 salas, una biblioteca, un comedor que recibe diariamente alimentos de la JUNAEB, un patio de cemento y una piscina hecha a mano por un grupo de apoderados en la década del 70, hoy Ximena es la Encargada de Convivencia Escolar, rol que asumió en 2015 cuando llevaba 29 años de aula. “No quería dejar el aula, cuando me dijeron me puse a llorar y empecé a hacer un recorrido de los 29 años que tenía”.
Antes de ese cargo, Ximena formó varias generaciones de primero y segundo básico gracias a su especialidad en lectoescritura, e hizo clases de Arte, Música, Historia y Lenguaje en los cursos más grandes. “Me gustaba ponerme en la puerta para recibir a los niños, que supieran que había alguien que estaba ansioso de verlos para transmitirles que era muy importante que fueran al colegio”, dice.
En esa escuela el 40% de la matrícula son estudiantes extranjeros. A algunos Ximena les he buscado alojamiento, sobre todo en la pandemia cuando varios apoderados quedaron sin trabajo, y consiguió que las familias almorzaran en el comedor de la escuela para que tuvieran al menos una comida asegurada.
También hay un porcentaje alto de familias vinculadas al narcotráfico y la delincuencia, apoderadas que trabajan en el comercio sexual e incluso un estudiante que vivía en el lecho del río con su abuela. “La abuela le secaba al viento su delantal blanco y su camisa, siempre llegaba impecable”. Ese estudiante es Rubén Pérez que “no pintaba para nada, pero se convirtió en arenero, se casó, obtuvo una casa al otro lado del río en Renca y puso una verdulería”, cuenta Ximena y recuerda lo mucho que le costó leer.
“Siempre cuando veo que han surgido y que han hecho algo bueno en su vida les digo viste que tú podías y puedes mucho más. Es súper importante convencerlos de que pueden, pero también soy súper honesta. A Ruben le decía que no se podía convertir en alcohólico porque su abuela era alcohólica”.
Ximena dice que cuando le tocan estudiantes como Rubén, como profesora asume un rol tremendamente importante “en el sentido de abrirle los espacios a los chiquillos porque a veces vienen con un mundo tan pequeño y sus papás también, entonces tienes que estar llenándolos de esperanza. Desde el minuto que uno entra a Pedagogía, entiende que es para estar al servicio de los alumnos y las familias porque nuestra labor trasciende mucho”.
Así como Rubén, hay otros estudiantes de la Escuela Platón que pasaron por Ximena y se convirtieron en lo que querían ser. Como Giselle Roa que trabaja en el aeropuerto, Pinjhas Zamorano que es ingeniero civil y actualmente está becado en Alemania haciendo un doctorado, Leslie Anason que es abogada, Karen Jeréz que es la jefa del Departamento de Kinesiología del Hospital Carlos Van Buren o Maira que es trabajadora social.
Están también los cuatro que rotaban cada sábado y acompañaban a Ximena a aprender danza griega en la Universidad de Chile de 8:00 a 14:00 horas, para entregarles un poco de arte y luego ayudarla en la semana a enseñarlo en la escuela a otros alumnos. Ese taller lo impartió durante 24 años.
Encargada de Convivencia
En este rol ha podido ayudar a las familias. Antes hacía escuela para padres, pero sentía que faltaban talleres sobre las etapas de crecimiento de sus hijos, o cómo formarlos y acompañarlos en su proceso de aprendizaje. “Trabajé cuando las mamás estaban en la casa y viví el cambio cuando salieron a trabajar. Era una variable que la mamá apoyara o no, pero ahora es una constante no contar con los padres, así que aprendimos a trabajar con los abuelos”.
Cambios sociales como ese han llevado a Ximena a reinventarse. “Adaptarse a las condiciones de la escuela y las características del grupo humano”. Por eso dice que “nunca es fácil ser docente, pero se hace más fácil cuando uno empatiza, cuando no piensa que el apoderado es complicado, cuando le preguntas cómo está y después a qué viene. El apoderado tiene que saber que uno no está de adorno”.
De esa forma ella ha enseñado a escuchar a quienes se acercan a la oficina de Convivencia, así como ella los escucha. “Me ha gustado mi labor porque hemos apoyado y contenido a mucha gente. Si alguno de mis niños tiene una pérdida familiar yo voy a su casa, siempre lo hice”.
Las nuevas generaciones
Ximena dice que con los estudiantes de hoy, a diferencia de sus primeros cursos, se apunta a las habilidades y por eso es más fácil tener logros, “pero creo que las realidades de las familias no distan mucho porque los problemas sociales y económicos son los mismos”.
Durante su ejercicio cada año tuvo entre 40 y 48 niños por sala, con más de 15 cursos por año. “Yo creo que he llegado alrededor de 1000 por lo menos. O más porque no estoy contando los cursos por los que pasaba con el área de Arte”.
Lo cierto es que son muchos más los que educó Ximena Aranda, quien representa lo que muchos profesores hacen durante sus años de ejercicio profesional: formar e impactar a miles de niños ayudándolos a convertirse en los adultos que mueven un país.
Por Constanza Carmi.
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