“Si uno no es una buena persona ayudando y dando lo mejor, no va a lograr nunca transmitirle al niño lo bueno, tampoco en una misión”, dice esta joven de 23 años que aquí cuenta su experiencia.
Cuando María Paz Herrera tenía 19 años, vio como se quemó una casa detrás de donde vive su abuela, en Renca. Desde entonces, le hizo sentido ser Bombero. “Me sentí súper impotente, de estar sentada viendo como se quemaba la casa y había familia allá. Ahí empecé a averiguar y como en Puente Alto (comuna donde vive) yo tenía un conocido bombero, él me ayudó a hacer la postulación”, resume.
Ahora Herrera tiene 23 años, cuatro de experiencia en una compañía de Bomberos en Puente Alto y además, ya suma más de 12 meses como Topo, como se le denomina a las brigadas integradas por voluntarios que son capacitados para acudir en la atención de desastres naturales de carácter nacional e internacional y que se conformó en México, tras el terremoto de 1985. En paralelo, mientras le ha tocado atender llamados como la misión Kurt Martinson en San Pedro de Atacama, el terremoto de Ecuador en marzo y recientemente, el de México, estudia Técnico en Educación de Párvulos.
¿Mi pasión? Enseñar
“En 2009, más o menos, fui voluntaria durante un año del programa Colonias Urbanas, donde habían grupos de niños de escasos recursos y nosotros íbamos todos los sábados a ayudarlos a hacer las tareas pendientes. Era súper gratificante, por ejemplo, ver cómo iban avanzando los niños. Ver cómo decían: ‘Tía, mire, hice esta suma’, y ver que eso fue gracias a tu ayuda. Me gustaba ver que los niños progresaban gracias a mi trabajo y eso me hizo sentido para estudiar educación”,explica.
Ahora, cuenta que una de las materias que más disfruta es “motricidad fina”, en la que se estudia todo lo relacionado con la psicomotricidad.
De hecho, el día de la entrevista, tiene las manos manchadas de azul por una tarea para esa materia. “Fue por un colorante que utilicé para unos trabajos”, dice. Y muestra varias bolsas con distintos contenidos en su interior: arroz azul con juguetes como peces y estrellas y otras con gel, escarcha y un pez. “La idea es que con esto, los niños puedan trabajar el tacto, la vista y lo auditivo. Y todo con la temática del mar”, cuenta.
Educando la paciencia y desarrollando la empatía
Herrera tiene como regla no dar detalles de lo que ha visto durante sus experiencias como Topo, al meterse entre escombros y adentrarse en edificios a punto de derrumbarse por buscar familias. Pero sí explica abiertamente lo que ha sentido y cómo considera que se ha transformado su forma de enfrentarse al mundo, gracias a sus vivencias como rescatista en distintos puntos del mundo.
“Desde la misión de Kurt en San Pedro hasta hasta hoy, creo que me considero una persona muy paciente. Antes me pasaba mucho que me frustraba y en las misiones hay días en que no se encuentra nada, días de estar con la intriga, de preguntarse qué haces ahí buscando gente que no conoces. Después me di cuenta que se trataba de mucha paciencia y empatía”, cuenta.
También considera que hay una cosa que se necesita tanto para desenvolverse como rescatista como para ser educadora: trabajar por ser una buena persona. “Si uno no es una buena persona ayudando y dando lo mejor, no va a lograr nunca transmitirle al niño lo bueno, tampoco en una misión. Yo no creo que sea la mejor persona, pero yo creo que la empatía y luchar por ser una mejor persona, eso puede proyectarse a un niño y eso se necesita para ser Topo (…) porque sientes la preocupación de las personas y quieres trabajar para encontrar a sus familiares”, considera.
Herrera recuerda que para su última misión en Ciudad de México, donde le tocó entrar en el edificio de vivienda Linda Vista y el de oficinas Álvaro Obregón, su partida fue un 19 de septiembre. En plena celebración de Fiestas Patrias le tocó armar su maleta para salir ese día en la noche rumbo a la capital mexicana junto a otros 14 Topos chilenos.
Allá, como en otras misiones, el trabajo se divide entre seguridad, PDI, policías, los Topos de otros países y distintas compañías de Bomberos, de varios nacionalidad. Se arman equipos, llamados células, que entran por distintas partes de la edificación y el tiempo de trabajo es de tres horas. En ese período de tiempo, se van rotando. Durante todos los días de labores, se duerme fuera del lugar de la misión y con todos los implementos puestos, porque nunca se para. Pero para Herrera, esa no es la parte más dura de las misiones, sino el recibimiento de la gente.
“Todos te reciben súper agradecidos, te dan comida, bebida. Uno se sentía súper bien, más al saber que uno estaba allá haciendo un bienestar. Y cuando nos fuimos, la muchacha que nos entregó el boleto nos puso: ‘Gracias por su ayuda’ con una carita feliz y se puso a llorar. Eso es muy conmovedor, el agradecimiento, pero también muy fuerte, porque es algo que uno jamás puede imaginarse”, dice.
Un significado igual de importante, le da a sus estudios como técnico en educación de párvulos: “Para mi, lo más bonito de la educación parvularia es ser como la primera tía que los está ayudando en sus primeros pasos. Eso es lo que me mueve, que yo puedo ser la primera instancia para que ellos entiendan y aprendan de los colores, los números… De cosas súper básicas que ellos recién están aprendiendo, explorando”.
Para María Paz Herrera, su labor como rescatista tiene mucho que ver con su futuro oficio. Compromiso, empatía y solidaridad son elementos comunes a la hora de servir a otros, ya sea enseñando o rescatando.
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