Le preguntamos a un estudiante de pedagogía si conocía alguna profesora universitaria que estuviera marcando la diferencia. La respuesta fue única e inmediata ¡Mónika Dockendorff! Fuimos a conocerla y les trajimos su historia.
Cuando Mónika Dockendorff (40 años), profesora chilena de matemática en educación media, habla de su vocación agita las manos, abre los ojos a su máxima capacidad y sonríe. Habla fuerte y con convicción. “Fue una profesión que finalmente me hizo sentido”, cuenta. Lo dice así, usando la palabra “finalmente”, porque fue después de estudiar canto lírico, arquitectura y de titularse en ingeniería comercial, que llegó a la pedagogía a los 33 años de edad.
“Esa experiencia de enseñar, de darme cuenta de que eso servía para algo, de que esto en el fondo gatillaba progreso en las personas, me hizo todo el sentido del mundo en el fondo y finalmente yo creo que esa vocación estaba ahí latente, lo que pasa es que no la había encontrado. Esa fue una decisión bastante pensada, bastante analizada y buscada, la verdad es que no estaba satisfecha con lo que yo había estudiado. Había ejercido en distintos ámbitos de organizaciones sin fines de lucro, buscando por esa orientación a ver si me satisfacía el fin que perseguía la institución, pero tampoco fue así. Sentí entonces una especie de angustia, un sinsentido y recurrí a experiencias que me habían producido satisfacción. Una de ellas había sido trabajar enseñando en el Centro Cívico de San Joaquín a adultos que no habían terminado la enseñanza media”, cuenta.
Al tomar la decisión, postuló a un programa de formación pedagógica, obtuvo una beca para financiar sus estudios y durante un año realizó un Programa de Formación Pedagógica en la Facultad de Educación de la Universidad Católica. Realizó sus prácticas en el colegio San Ignacio Alonso de Ovalle y una oferta de trabajo, la llevó al Liceo Estación Central, lugar donde ejerció la docencia durante cuatro años, hasta que decidió cambiar su rumbo. Ahora forma a los futuros profesores de Chile.
“En el colegio San Ignacio Alonso de Ovalle, que es un colegio actualmente particular, querían que me quedara. Pero como debía retribuir (con un año de trabajo en colegios particulares subvencionados o municipales) y como a mi me hacía todo el sentido contribuir donde más se necesitaba, es que me fui al Liceo Estación Central. Busqué empleo, todas las ofertas que tuve fue de particulares o de subvencionados. Y el primero municipal que llegó fue el Liceo Estación Central, y dije que sí al tiro. Así que en el fondo, yo tenía una convicción muy clara de que quería estar ahí donde yo pensaba que se podía contribuir más, donde el impacto fuese mayor”, cuenta.
Pedagogía, un gran opción de desarrollo profesional
La decisión no fue tema dentro de su círculo más cercano, asegura. “Yo lo plantee de una manera tajante y mi familia, mi círculo más cercano, siempre me apoyaron. Mi marido que es lo más importante, me apoyó. Y él muy contento, porque en el fondo también vio florecer de alguna manera mi desarrollo profesional.”, cuenta.
Aunque ya no es docente del Liceo Estación Central, después de cuatro años de labores, asegura que ese fue el trabajo que mayores enseñanzas le ha dejado. “Ahí aprendí a ser profesora”, cuenta. De este período, Mónika atesora grandes recuerdos y una bella relación de amistad con un ex-alumno, a quien una vez al año, le regala libros de matemática. Se trata de Pablo Calcumil, un estudiante de ingeniería civil en informática.
“Yo creo que uno toca ciertas vidas de alguna manera (…) Pablo era un chiquillo que demostraba un talento matemático extraordinario, era como descubrir a un pequeño genio… Y bueno, a él lo mandé al TRM, al taller de razonamiento matemático en la Católica e inicialmente superaba sus conocimientos, estaba bastante perdido y no porque no tuviese la capacidad. Entonces estuve ahí apoyándolo para que no desertara, que fue lo que me pasó con todos los otros alumnos que mandé, todos desertaron, excepto él. Entonces fue ayudarlo ahí, con problemas muy desafiantes, dedicándole mucho tiempo, llevándole cosas extras a clases, haciéndolo tutor”, cuenta.
El futuro está en los nuevos docentes
Desde 2014, y después de varios años de co-docencia en el Liceo Estación Central con un profesor de la Facultad de Matemática de la Católica, Dockendorff empezó a trabajar en la Pontificia Universidad Católica de Chile en temas de tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Actualmente realiza clases a estudiantes depedagogía y, desde entonces, se ha convertido en una experta en GeoGebra, una aplicación que abre un abanico de posibilidades para que la matemática sea más interactiva y se dedica a enseñar a futuros profesores cómo utilizar el software tecnológico para complementar el contenido.
La decisión de dejar las aulas de la educación media, se debió a sus ganas de preparar a futuros profesores. “Me hace mucho más sentido”, asegura.
Desde esa plataforma, nos habla sobre la necesidad de que sean más los jóvenes que se sumen a la docencia. “Yo creo que hay muchos jóvenes que sienten las ganas, el interés por ser profesores y eso hay que tomarlo, hay que escucharlo. Eso le habla a uno, esas vocaciones están ahí y esto se aprende, es muy difícil porque en la docencia juegan demasiadas variables a la vez y por supuesto lo estímulo, los invito y los llamo, porque es lo más entretenido que hay y es un trabajo en el que nunca te puedes aburrir porque siempre hay otra gente involucrada, hay otras estrategias, siempre todo está cambiando, es muy cambiante, es muy entretenido. Las condiciones actualmente son mejores que antes, está sobre el tapete que esto es lo más importante, pero hay que ser paciente, lograr frutos y verlos, eso toma mucho tiempo”, finaliza.
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