Debo confesar que subestimé, por mucho, la dificultad de ser educadora. Por eso, aquí les cuento cómo fue mi mi primera experiencia y los consejos que puedo entregarles veinte años después.
Hace veinte años cometí uno de los peores errores de mi vida. O por lo menos así lo sentí en ese momento. Después de haber enseñado a mis hijos pequeños a leer –y muchas otras cosas– sentados en el piso de la sala de mi casa, por alguna razón pensé que fácilmente podría abrir un pequeño preescolar y enseñar a otros niños, a la par de los míos. Así, ellos tendrían la experiencia de asistir a la escuela y socializar sin dejar de recibir un currículo enriquecido con arte, música, idiomas, lectura temprana, culturas del mundo y desarrollo físico.
¿Qué tan difícil podía ser? Debo confesar que subestimé, por mucho, la dificultad de ser educadora de la infancia temprana. Sin ser maestra, sin ningún entrenamiento como docente, sin más experiencia que la adquirida en mi propia casa, en agosto de 1999 abrí las puertas de mi pequeña escuela: una casa adaptada, a la que había equipado con los libros y materiales de mis propios hijos.
Me sentía muy orgullosa de mí misma porque había logrado matricular a 17 pequeños de entre 2 y 3 años. Por alguna extraña razón, había inspirado confianza en esas madres, que me entregaron la primera experiencia escolar de sus hijos.
El primer día de “clases”, si así pudiera llamarse, fue un rotundo desastre.
Todos los niños, absolutamente todos, lloraron desconsoladamente desde el momento en que sus madres los pusieron, uno por uno, en mis brazos, y hasta que la puerta se abrió nuevamente para liberarlos de la tortura de esa maestra improvisada. Toda la semana fue igual. No pude enseñarles nada, hora tras hora intenté, sin lograrlo, consolar a las diecisiete narices escurriendo desolaciones, diecisiete pares de ojos de lluvias, diecisiete bocas eternamente abiertas que dejaban escapar a veces quejidos, a veces sollozos, y casi siempre gritos agudos y penetrantes como silbidos de un tren que nunca llega a ninguna parte.
Al final de la semana me sentía decepcionada y exhausta. ¿A qué mala hora se me había ocurrido que podía ser educadora? Estaba probado que era un fraude, un rotundo fracaso. Tras entregar al último niño aquel primer viernes, de inmediato comencé a cavilar, ensayando en mi cabeza cómo es que habría de enfrentar a esas familias y decirles que la escuela se cerraba, que yo no tenía idea de lo que estaba haciendo, que me había equivocado en creer fácil lo que a plena vista era imposible.
Pero tras dos días de cavilaciones, me di cuenta, lastimosamente, que no podía defraudar de esa manera a las familias que habían creído en mi proyecto. No podía decirles, ya iniciado el ciclo escolar, que debían buscar otro lugar para sus hijos. No podía tampoco despedir, de la nada, a las dos jovencitas que había contratado para que me ayudaran a cambiar pañales, servir almuerzos y prestar otro par de brazos como refugio para los desolados alumnos. Tenia también un contrato de arrendamiento de la casa que había convertido en escuela. Estaba atrapada.
Para darme ánimo, me convencí a mi misma de que sólo necesitaba aguantar un año, y que al término de ese compromiso podría regresar a la sala de mi casa y volar libre de la autoimpuesta profesión de educadora.
Quince años después de aquella fatídica semana, recibí en Washington, Estados Unidos, el premio como “Mejor Educadora de América Latina”, otorgado por el Banco Interamericano para el Desarrollo. Resulta que lo que juzgué como mi peor error, en realidad fue un acierto. Pero el camino fue largo y, muchas veces, doloroso. Pero nunca tan difícil como aquella primera semana en la que casi abandono la docencia.
No tenía por qué haber sido así, pero mi inexperiencia y la falta de entrenamiento me pusieron en esa situación vulnerable. Si bien no puedo volver al pasado y cambiar mi propia experiencia, si puedo compartirte algunos consejos prácticos que pueden serte de utilidad si estás a punto de iniciar tu primer ciclo escolar como educadora. Aquí, mis tips para tu primera semana como educador/a:
1. Conoce a tus niños, junto con sus madres o padres, antes del primer día de escuela.
Cuando yo recibí en brazos a mis primeros alumnos, jamás los había visto antes… ni ellos a mí. Sobra decir que esto fue una receta para el desastre. Mientras más familiarizados estén los niños contigo y con el ambiente del aula, más fácil será, para todos, la adaptación. Si es posible, pide a los padres que asistan a la escuela con sus hijos a llevar su material, y que se queden un rato en el aula y el patio escolar, permitiendo que los niños conozcan el lugar. Acércate a los pequeños e interactúa con ellos, será más fácil si mamá o papá están cerca.
2. Organiza un ingreso escalonado y paulatino.
Si es posible, en la primera semana de clases, deberías recibir a la mitad del grupo y trabajar con ellos sólo por dos horas. La segunda semana, recibe a la segunda mitad del grupo por dos horas, y extiende el tiempo de quienes ya estuvieron la primera semana a tres o cuatro horas. Para la tercera o cuarta semana ya podrás estar trabajando con el grupo completo y cubriendo todo el horario. Es posible que cada escuela tenga su propio protocolo para el ingreso y adaptación de los pequeños. Si no es posible tener un ingreso escalonado y paulatino, considera tener apoyo extra durante las dos primeras semanas de clases.
3. Elabora una planificación realista y flexible.
Piensa en actividades que puedan interesar mucho a los pequeños, tan vistosas que les hagan olvidar, aunque sea momentáneamente, la angustia de la separación materna. Puedes tener títeres, grandes pelotas de colores, burbujas de jabón e incluso conejitos para acariciar, con cuidado, para no lastimarlos. La música puede hacer maravillas, escoge con anticipación piezas alegres y también melodías tranquilizadoras. En estas primeras semanas, no te preocupes demasiado por “enseñarles” cualquier cosa. La prioridad es ganarte la confianza de los pequeños y lograr que se sientan seguros en la escuela.
4. Prepara el ambiente.
Haz lo posible porque tu aula sea un espacio acogedor, con pequeños rincones con cojines mullidos, libros invitadores, música suave, incluso puedes usar aromaterapia. Evita, en lo posible, un ambiente caótico. Los niños pequeños son increíblemente sensibles al entorno, úsalo a tu favor.
5. Ajusta tus expectativas.
Las primeras semanas en el ciclo escolar son una completa locura, pero si lo sabes, no te sorprenderás. Ármate de paciencia y acepta el reto como una aventura.
6. Cuídate.
El estrés de las primeras semanas puede fácilmente afectar tu salud. Además, tu sistema inmunológico puede resentir el estar en contacto cercano con tantos niños pequeños, que suelen enfermarse con frecuencia. Toma vitamina C y abundantes líquidos, cuida que tu alimentación sea balanceada, asegúrate de hacer ejercicio y dormir suficientes horas. Hacer yoga y meditación te ayudarán mucho tanto en el aspecto físico como en el emocional.
7. Cuando las cosas se pongan difíciles, recuerda que la etapa más pesada de la adaptación es corta.
Una vez que la superes, podrás disfrutar realmente tu labor como educadora. No pierdas el ánimo: recuerda que el estrés es contagioso. Si estás relajada y entusiasta, tus pequeños alumnos lo percibirán y será más fácil que ellos también se relajen.
Es normal que en tu primer año se sientan inseguros y nerviosos. La preparación será la clave para sobrevivir. Y más tarde, la experiencia te hará sobrellevar las primeras semanas de cada nuevo ciclo casi sin dificultades.
Al final del año, lo difícil será ver partir a los pequeños que durante todos esos meses conquistaron tu corazón. Cuando disfrutes de sus sonrisas, no podrás creer que hubo un día en que no entregaban más que lágrimas. Siente orgullo: durante un ciclo, tu constancia y dedicación fueron determinantes para lograr su crecimiento. Y si te da pena verlos partir, recuerda: en tan sólo unas semanas, recibirás a un nuevo grupo de ojitos llorosos y manitas que se extienden para recibir tu cariño.
Si quieres leer otros contenidos sobre la importancia de la lectura, te invitamos a leer el sitio web de la profesora Elisa Guerra y seguirla en sus redes sociales: Facebook, Instagram y Twitter.
Elisa Guerra es Licenciada en Educación preescolar con Maestría en Educación con especialidad en Procesos de Enseñanza-Aprendizaje del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (México). Es integrante de la Comisión Internacional de UNESCO para elaborar el reporte global "Futuros de la Educación" y es la creadora del Método Filadelfia. También ha sido semifinalista del Global Teacher Prize en dos oportunidades.
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