Esta es la experiencia de Alejandro Caro, quien está desde el año 2009 a cargo de la orquesta y el coro de ciegos del Colegio Santa Lucía. Aquí comparte todas las herramientas que le ha entregado a sus estudiantes.
Son las 2:45 de la tarde y en una sala del Colegio Santa Lucía, que pertenece a la Fundación Luz, suenan varios instrumentos desafinados. Se trata de la clase de música del profesor Alejandro Caro Palacios, quien es el encargado de la Orquesta y Coro de Ciegos de la escuela desde el año 2009.
“¡Antes de empezar, tenemos que afinar!”, grita el profesor mientras varios estudiantes de 5º a 8º básico se van sentando y tomando sus instrumentos. Lo hacen con puro oído y siguiendo algunas marcas con cinta adhesiva que están en instrumentos como los violines o los violonchelos.
En estos ensayos y en cada clase de música del profesor Alejandro, todo está pensado para que los estudiantes ciegos y de baja visión aprendan y comprendan todos los aspectos de la música.
Y frente a ellos no hay un atril, porque cada nota de las canciones que ensayan, se las saben de memoria.“La orquesta ha sido una instancia de difusión de las capacidades de los estudiantes ciegos o de baja visión y también ha servido para la evolución personal de cada uno. Les ayuda en su desplante escénico, en su roce social. Es decir, no solamente han tenido avances musicales, sino que la música les ha ayudado en su crecimiento integral”, asegura Alejandro.
Esto se evidencia en cada minuto del ensayo. Ya son las 3:00 de la tarde, todos los instrumentos están afinados y el primer tema que ensayan es Aconcagua, de Los Jaivas. No hay estudiante que no mueva alguna extremidad, como si estuviera sintiendo cada nota y sonriendo, siempre. Tampoco falta el estudiante que le dice a su compañero que una nota está mal o que está bien.
Suenan teclados, guitarras, violines, distintos instrumentos de percusión, flautas y citófonos, mientras tres niñas y un niño se encargan de las voces. Siempre acompañados de varios monitores de instrumentos que los guían si pierden alguna pieza o olvidan alguna nota.
Cuando terminan de ensayar Aconcagua y Ven a Bailar el Cha Cha Chá de The Afro-Cuban All Stars, de forma espontánea empiezan a tocar y cantar una canción de barra futbolera que empieza así: “¡Vaaaaamos, vaaaamos chileeeenos!”. Entonces el profesor cuenta que estos espacios le permiten también socializar y así, se forman estos espacios de espontaneidad.
“La música es una de las herramientas más eficaces como complemento de las demás áreas de la educación”.
Según Alejandro, quien no sólo es el profesor de música de básica sino que también realiza clases de iniciación musical desde los tres meses de edad, estas clases le han permitido a muchos de sus estudiantes enfrentar el duelo que significa para algunos no tener visión.
“¿Te puedes imaginar lo que es para ellos que los aplauda un teatro lleno o hacer una gira por varios colegios?”, cuenta el profesor.
“Eso los empodera después de pasar una instancia de duelo, en donde en algunos casos hasta las familias los trata con un poco de lástima. Y lo que yo quiero como profesor es eso, que la sociedad cambie su forma de tratar a las personas ciegas y que ellos también crean en ellos, que tengan ambiciones. Eso lo logro con esta orquesta y este coro, porque al crecer el nivel de todos, crecen las ganas de ellos, de su autoestima, de ver que son capaces de lograr todo lo que se proponen”, dice Alejandro.
Por ejemplo, el año pasado el coro del colegio quedó finalista en el concurso coral Crecer Cantando del Teatro Municipal de Santiago, después de ocho años seguidos intentándolo sin pasar de la segunda etapa. “Ese es un gran ejemplo de cómo al crecer el nivel, crecen las ganas de ellos y las ganas de proponerse a lograr cosas, cumplir metas”, asegura el profesor.
Aunque estas clases son sólo de música, el profesor Alejandro pretende entregarles herramientas para que se desenvuelvan en cualquier área.
En cada instrucción que da Alejandro a sus estudiantes, siempre busca que demuestren confianza en lo que hacen. Les celebra cada nota, cada baile y cada estrofa cantada. Les indica las cosas que deben corregir ejemplificando, a través del sonido, cómo debería sonar. Y les recuerda, muchas veces, que son capaces de lograr mucho más y de siempre mejorar.
Son las 3:45 de la tarde y Alejandro junta a todos los estudiantes que son parte del coro, practican algunas canciones que se saben de memoria hace varios meses. Ninguna es en español. Ensayan canciones en japonés e hindi y son capaces de cantar en otros idiomas como coreano y árabe.
“Nuestro sistema se basa mucho en la memorización del repertorio, porque no pueden leer”, explica Alejandro.
“Eso es una ventaja y una desventaja, porque las cosas que se aprenden de memoria a lo mejor no perduran, pero nosotros hacemos mucho énfasis en la expresión musical de cada uno, que sientan esa energía, que la expresen, que vivan esta experiencia y que vean todo lo que son capaces de aprender. Eso es algo que les da herramientas para el futuro, para cuando sean profesionales”, agrega.
Esa experiencia que ha vivido cada estudiante, es valorada por los estudiantes al salir del colegio en 8º básico -nivel en el que cada uno debe continuar su educación en escuelas tradicionales -, porque es cuando se dan cuenta de todo lo que fueron capaces de lograr a través de la música.
“Yo creo que sólo la música los empodera de esta forma, les da esa confianza, ese desplante y ese desarrollo de esa fuerza interior. Y está demostrado que las personas con conocimientos musicales logran mejores resultados en muchas otras materias”.
Por eso, para Alejandro ser profesor de música es una gran responsabilidad, una de las más importantes, porque impacta en el futuro de cada uno y en sus palabras, “también es una bendición”.
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