En el Jardín Infantil Comunidad de Niños Tricahue en Cerro Navia, un profesor y un carpintero suman ya 10 años enseñando a niños de 3 a 6 años a trabajar la madera.
Son las 10 de la mañana de un viernes y en el patio de un jardín infantil ubicado en la comuna de Cerro Navia -ubicada en el sector norponiente de la ciudad de Santiago de Chile-, diez niños y niñas manipulan serruchos, taladros, martillos, lijas y un taladro industrial con seguridad, con los movimientos precisos. Están los que cortan lo que necesitan para armar un avión, mientras uno hace ruedas para un auto que está por terminar y otros se encargan de colocar varios clavos sobre unos libros de madera que buscan seguir la silueta de una tortuga o un pollo. Todos tienen de 3 a 6 años de edad.
Así se vive la hora semanal del Taller de Carpintería que se realiza en el Jardín Infantil Comunidad de Niños Tricahue creado, desde hace diez años, por el profesor de historia Ricardo Ortiz. Una iniciativa que realiza en colaboración de Daniel Gasca, un carpintero de la zona con más de 20 años de experiencia.
“Soy educador y yo partí como profe de historia. En el camino me fui dando cuenta que hay muchas cosas que necesitan ser distintas, porque el conocimiento tiene que ser parte de la experiencia y así llegué poco a poco. A mi me gusta mucho la madera desde niño, tengo un taller en mi casa (…) así llegué a esta idea, de que los niños podían aprender haciendo, con la madera”, explica Ricardo.
Su interés en trabajar la madera y sus estudios en la neurociencia le hicieron sentido para llevar a cabo este espacio en el que los niños manipulan madera, aprenden y se divierten.
Porque una de las grandes satisfacciones de Ricardo y Daniel, es que los niñas y niños que participan en este taller, siempre quieren crear y aprender. Siempre llegan con ideas, siempre preguntan. En tanto, a Daniel le hizo sentido llevar a un jardín infantil sus conocimientos de carpintería, especialmente después de haber sido papá y del paso de su hijo por este mismo establecimiento que fue fundado por Paulina Villarroel, una de las finalistas del Global Teacher Prize Chile 2018. Su primer desafío al sumarse al Taller de Carpintería fue lograr adaptar todas las herramientas y además, crear muebles a la medidas para estudiantes de no más de 6 años. Su fascinación por la educación, más adelante, lo llevó a estudiar en el Centro de Estudios Montessori.
“Es interesante la relación del desarrollo del cerebro y la actividad manual”, explica Ricardo.
Bajo esa premisa, tras varios años de estudios de neurociencia, para él fue una epifanía estar en el patio del jardín, donde realizaba algunos trabajos de charlas vocacionales, y ver cómo un niño empezó a golpear con un palo un pilar. “Me quedé observando a ese niño, a ver si se trataba de que quería ser escuchado, tratando de ver qué pasaba. Me acerqué, agarramos un tronco y le di unos clavos. El tronco terminó con mil clavos y estaba más tranquilo. Y mi para mi fue una respuesta… los niños necesitan eso, necesitan movimiento al aire libre y que tenga que ver con lo que ellos están pidiendo”, dice Ricardo.
Con la idea aprobada de desarrollar unas clases en las que la carpintería sería el hilo conductor, empezó el proceso de crear un plan para armar la estructura de cada jornada. Y después de algunos días de ensayo y error, consideró que lo mejor que se podía hacer era realizar trabajos por estaciones.
“¿Planificar? La verdad, nunca estamos pensando en lo que vamos a hacer hoy día, puesto que son ellos quienes deciden qué hacer”, comenta Ricardo.
Por ejemplo, en las últimas semanas los niños han pedido hacer cosas que se muevan, como autos, entonces se les ha enseñado cómo pueden hacerlos. Por ese mismo interés, compraron un taladro industrial con una broca para hacer círculos, así pueden realizar ruedas chicas y grandes para sus autos. Fue mucho probar hasta dar con la rueda, con el taladro. “Lo que hacemos nosotros es guiarlos, para que logren lo que quieren hacer y aprender con ellos”, explica Daniel.
Por esa constante observación, hace unos meses, diseñaron junto a los niños, unas tablas de madera que parecen unos libros en los que se pueden poner hojas blancas. Al cerrarlos, pueden clavar unos clavos siguiendo unos patrones de siluetas de varios animales. Al terminar, retiran los clavos, sacan las hojas y pueden dibujar basados en la silueta. “Esa fue idea de ellos, porque vimos que a muchos les gustaba seguir patrones al tomar un martillo y un clavo”, cuenta Ricardo.
Ir creando el protocolo correcto y la indumentaria -y a la medida- necesaria para evitar accidentes, también ha sido uno de los grandes retos.
“Lo que hemos hecho es que desde el primer día les hemos enseñado el correcto uso de cada herramienta, sin miedo. Si lo haces bien desde el principio, ellos van a hacerlo tan bien y van a adquirir una sensibilidad y una capacidad de compresión que ellos solos se van a dar cuenta cuando uno a veces se salta un paso importante mientras les está enseñando”, cuenta Ricardo.
A pesar de la confianza que le han entregado a los niños, Ricardo y Daniel, junto a un mecánico, han ideado algunos sistemas de seguridad. Por ejemplo, el serrucho más grande que tienen está apoyado en un riel y con varias varas de metal, para que no se vaya a los lados y no sea tan pesado de manejar para los niños. “Y el gran reto para nosotros ha sido conseguir herramientas a sus medidas, aunque muchas veces me ven como un loco cuando voy a una ferretería y les digo que hago un taller de carpintería para niños”, dice, entre risas, Ricardo.
Otro de los grandes desafíos para Ricardo y Daniel, ha sido ir variando siempre las actividades y entender las necesidades de cada niño.
“Ese es el gran reto para nosotros, ir armando siempre, según los desafíos que ellos nos ponen y respetar los ritmos de cada uno. Hay unos a los que les gusta quedarse siempre en la misma actividad; otros, desde muy chiquitos, quieren utilizar herramientas más desafiantes como el taladro. Hay que tener una constante comunicación con ellos. Para nosotros también es clave comunicarnos con las educadoras, saber cómo se mueven ellos en el salón, qué les gusta, qué les inquieta. Aquí es clave el trabajo colaborativo”, considera Daniel.
Además, la base de Ricardo y Daniel para dejarse guiar por lo que los niños y niñas del jardín quieren hacer, es porque saben que cuando alguien hace lo que quiere hacer, mayor es la motivación. Bajo esa idea, la premisa de ellos es que cada estudiante sea libre de hacer lo que quiere y ellos después del taller, tienen una conversación sobre lo que observaron.
Por ejemplo, en la jornada del último viernes, un niño tomó varios pedazos de madera y armó un muro sobre la mesa.
“Fue interesante, porque jamás lo había hecho. Eso nos interpela, porque eso es algo que nos invita a nosotros a pensar en que deberías construir una estación en la que él y otros niños puedan construir muros, deberíamos pensar en tener tacos, diseñar y estructurar juegos de bloques”, dice Ricardo.
Para cada estación, Daniel se encarga de enseñarles sobre los tipos de madera, las formas de trabajarlas, mejorarlas. También es clave enseñarles desde el primer día cómo usar de forma correcta cada herramienta.
Un gran desafío ha sido buscar cómo ir construyendo todos los elementos que permiten el desarrollo del taller. Por ejemplo, muchos de los serruchos tienen una base en la que los niños se pueden apoyar sin la necesidad de desviar el corte y así evitar que ellos se puedan herir. Muchas de esas ideas las desarrollan junto a un mecánico.
“Los niños en estas instancias, la de carpintería, están formando redes neuronales para hacer distintas actividades”.
“Yo he revisado algunos estudios que dicen que el 70% de las personas que tienen problemas de aprendizaje, tienen algún problema en su motricidad. Hay una relación muy estrecha y una relación muy fuerte con lo intelectual, emocional y motriz. Y para mí, todo calza, este era un dato que yo no tenía antes de empezar a hacer el taller, después me puse a estudiar neurociencia y lo comprobé”, explica Ricardo.
A veces la observación es suficiente. Ellos recuerdan a Oscar, un niño que durante todo un año se negó a usar el taladro, pero siempre veía cómo lo hacían sus compañeros Sofía y Jesús. “En una de las últimas clases dijo que quería usar el taladro, Diego y yo nos miramos con cara de sorpresa y le dimos el taladro. ¡Y lo hizo perfecto! Claro, porque pasó todo un año de observación. La observación te permite mover los mismo músculos que mueves cuando efectivamente estás haciendo algo. ¡Son un montón de cosas ocurriendo!”, dice Ricardo.
Pero una de las cosas que más sorprenden de este taller, no es todo lo que hacen, sino la seguridad con la que estos niños y niñas toman el taladro con tanta seguridad.
Unos martillan mientras conversan y les queda preciso el clavo. Otros manejan de memoria la broca y lijan con agilidad. Además de los sorprendente, lo más importante de esto, es el proceso.
“Las redes neuronales se forman por la repetición, entonces la idea de nosotros es que hagan lo mismo muchas veces, al menos cuando están chicos. Cuando ya están más grandes, la intención es que ellos vengan y digan qué producto quieren hacer, ya con ellos no nos concentramos tanto en el proceso (…) Aquí lo importante es que ellos conozcan sus emociones, sus gustos. Es clave para el futuro”, dice Ricardo.
Y, ¿qué han aprendido ellos de los niños?
“En lo personal, he aprendido de la importancia de la permanente observación de mí mismo también. Es una permanente observación y reparación de todo. Es un gran desafío y a mí, personalmente, me ha enseñado muchísimo, me ha enseñado a ver la vida de otra forma, a entender el desarrollo integral. Yo me enamoré de Montessori, principalmente. Esto es mi motor”, dice Daniel.
“Lo más importante que he aprendido es que el aprendizaje no consiste en meter ideas, sino en ofrecer espacios de desarrollo para que ellos saquen de adentro lo que ya aprendieron. Es una maravilla ver cómo ellos van gestando su propio desarrollo, lo que quieren, lo que les guste… y nosotros sólo poniendo los medios necesario. Eso ha sido una maravilla. También ver que no se necesita tener siempre un plan, hay que observar y ser guía. A partir de lo que hay, ir haciendo un plan de trabajo. Eso me encanta… porque la educación consiste en sacar afuera lo que yo tengo dentro y el taller de carpintería es la manifestación de que eso es cierto”, agrega Ricardo.
Así, un carpintero y un profesor unen fuerzas todos los días por el futuro de los niños y las niñas.
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