Desde hace cuatro años este docente se ha adentrado en varias localidades del nordeste argentino para enseñar a niños de diversas edades y dificultades. Aquí parte de su experiencia.
Como buen docente, cuando Julio Pereyra habla lo hace dando todos los detalles. Por ejemplo, cuando cuenta de dónde dice: “soy de un pueblito llamado La Paloma, una ciudad balnearia. Un pueblo bastante costero, de tradiciones navales y marítimas. En el departamento de Rocha en Uruguay, cerca de la frontera con Brasil, pero hacia el otro lado, sobre la costa Oceánica”. Otra veces, cuando explica su profesión como docente, escribe que “el maestro es el (r)evolucionario social y la educación la revolución. Una tiza tiene más poder que una bala, y cada tiza que gasto estoy convencido de que es una bala que no se dispara”.
Toda la entrevista con este profesor de 32 años se realiza vía Whatsapp, mediante notas de voz y mensajes, porque en el lugar que se encuentra no hay casi señal telefónica. Al momento de la conversación, está con algunos de sus alumnos en un parque en Paso de los Libres, una ciudad recóndita de Argentina, país que ha recorrido durante los últimos cuatro años con el proyecto “Escuelitas ambulantes Caminos de Tiza”, con la que ha realizado talleres y actividades de complementación educativa en distintas localidades del nordeste argentino con niños con dificultades económicas, de aprendizaje o motoras.
“Mi trabajo es diversificado, en lo formal soy docente de apoyo a la inclusión en primaria, ya que ayudo a los maestros con técnicas y recursos. También soy docente de talleres de jóvenes en secundaria, dándoles técnicas de estudio y estrategias de aprendizaje y talleres sobre bullying , violencia, abuso, etc. Y comunitariamente formo a voluntarios y a los padres les enseño cómo ayudar en el proceso de enseñanza de sus hijos. Les explico cómo trabajar, armamos materiales juntos, estrategias, los alfabetizo para que ayuden a los hijos, les enseño lengua de señas, entre otras cosas”, explica.
En todos los lugares en los que ha trabajado, su labor no se ha centrado únicamente en un nivel o en ciertas edades, debido a las necesidades de cada localidad. Durante su trayectoria profesional en Argentina, Pereyra ha enfrentado la muerte de varios niños, ya que ha trabajado en zonas con alto índice de leishmaniasis y dengue, entre otras enfermedades infecto-contagiosas y sin acceso a medicinas o a un servicio de salud.
“Uno de los principales problemas es que mis niños casi no van a las escuelas porque tienen deserción o gran ausentismo. Por eso a los que van asiduamente a las escuelas, les doy apoyo escolar, hacemos la tarea, les enseño ortografía y trabajamos. Aquí todas las planificaciones son multigrado, como si fuera una escuela rural y me voy repartiendo las tareas con ellos. Mi otro trabajo, es con apoyo psicopedagógico, donde ayudo a niños que tienen problemas de motricidad profunda, es decir, que voy a los hospitales y a las casas, pondero a los padres indicándoles cómo trabajar, les enseño técnicas. Yo voy visitando niños toda la semana”, cuenta.
Pereyra, quien es el primero de su familia con un título profesional y cuyos padres apenas cursaron la educación primaria, estudió en el Centro Regional de Profesores del Este (Uruguay) para ser docente de historia de secundaria, desde que inició sus prácticas laborales ha trabajado por la integración de niños con algún tipo de discapacidad social o física. Eso lo llevó a la Universidad de la República de Uruguay a estudiar un técnico en interpretación de lengua de señas uruguayas y después, como facilitador docente formó parte durante un año del Proyecto Flor de Ceibo, una iniciativa de la misma universidad que buscó desde 2008 hasta 2016 implementar un enfoque interdisciplinario en la formación de los estudiantes universitarios y crear más conciencia social.
“Recuerdo que mis primeras experiencias docentes fueron en el Liceo Evha Maldonado, con un modalidad de trabajo inclusiva. Tanto con adolescentes con discapacidad como con adultos y ahí me empecé a interesar en desarrollar estrategias didácticas. Después pasé al programa Uruguay Estudia, para el complemento del trabajo secundario y me tocan personas sordas y con otras problemáticas del aprendizaje y ahí me empiezo a enamorar de esa faceta y a través del programa Flor del Ceibo, empiezo a vincularme mucho con la discapacidad a nivel de educación inicial”, explica.
El resto de su historia se desarrolla en Argentina, por un amor. “Tomé la decisión de jugármela para construir una familia y aunque no funcionó, aquí sigo, pero jugandomela por los niños”.
El sentido común como centro de la estrategia
Las actividades lúdicas son parte de la estrategia de enseñanza de Pereyra. Por eso, en muchas de las imágenes que comparte en su página de Facebook se ven a los niños corriendo, pintando y haciendo morisquetas. Por ejemplo, en la escuela Vicente E Verón (Paso de los Libres) enseñó cómo funciona el aparato respiratorio mediante actividades manuales, que llevaron a los niños a realizar un pulmón con cartulina y un globo desinflado. En otra oportunidad, realizó un juego lúdico-didáctico con un niño autista, a quien le puso un espejo al frente y le enseñó las formas de expresarse (ver imagen). El juego consistía en darle consignas al chico y al representarla, el profesor le ponía una voz a estas. “Así se ayuda a dotar lo paraverbal”, cuenta este docente.
“En la educación las técnicas para mi se basan en un precepto básico que supera todas la cuestiones de pedagogía y didáctica, se llama sentido común. Al conocer un niño uno sabe sus gustos y cómo puede aprender a partir de ese gusto o construir un recurso didáctico. Son cosas simples, a mi me gusta lo simple”, cuenta.
Por el trabajo en las escuelas ambulantes que lo llevan a viajar constantemente en la profundidad del nordeste argentino, no cobra. Sobrevive con el sueldo que cobra con el trabajo que realiza como Docente Auxiliar Integrador (DAI) con un niño. Por esa labor filantrópica se ha ganado varios reconocimientos como el Premio Misionero de la Paz del Movimiento Mundial Acción de Paz y el Premio Internacional llamado “The Best” del Programa Internacional Escuelas Hermanas, por los logros de su labor docente, entre otros.
“Al trabajar por fuera de los marcos formales de la educación puedo reinventar muchas estrategias. Al no tener obligaciones curriculares o calendario escolar puedo innovar, descubrir y probar. Hago muchos talleres y conferencias a los maestros y lo que más trabajo es la forma lúdica, porque capté que en los procesos del lenguaje todo lo que tiene que ver con temas corporales y presentaciones, ayudan mucho a la incorporación y reconocimiento. No es jugar por jugar, sino que me propongo líneas de acción y planifico en base al juego (…) Y toca siempre tener en cuenta las condiciones y que los alumnos asistan”, reitera.
Por eso, durante la conversación, entre mensajes y notas de voz, Pereyra repite: “Yo soy solo un paso en el camino”
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