Comenzó a ejercer su profesión a los 40 años de edad, tras un divorcio y dos hijos. Y decidió llevar su trabajo a las zonas más vulnerables del país, uno que actualmente vive una fuerte crisis social, económica y política.
Aracelis del Carmen González González se casó a los 23 años. Desde entonces, consideró que estar en casa y cuidar a sus dos hijos, era suficiente. Pero después de varios años de matrimonio, un hijo de 15 años y una hija de 5, empezaron las diferencias y llegó el divorcio. En ese momento Aracelis tuvo que buscar una forma de ser el sustento económico de su casa y al tener una familia materna donde la mayoría son educadores, no lo pensó y empezó sus estudios como técnico en educación preescolar, nombre que recibe la carrera en su país, a los 37 años.
Ahora tiene 57 años, un título en educación preescolar (parvularia), un magíster en gestión de la educación y suma más de 16 años trabajando en las zonas más vulnerables de su ciudad natal: Caracas. Una que se encuentra en el radar internacional no solo por ser la capital de un país que actualmente vive una grave crisis política, social y económica, sino la ciudad más peligrosa del mundo en 2017, según un estudio realizado por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal de México.
En esa ciudad, Aracelis se ha dedicado a trabajar en zonas vulnerables como la barriada de La Vega, que es un sector caraqueño donde las viviendas están construidas sin planificación en un cerro. Ahí, trabajó durante 8 años como educadora. Después, llegó como directora al preescolar Alí Primera, un establecimiento que se encuentra en la parte más alta de la barriada de Carapita, otra población construida sobre un cerro, donde el narcotráfico, los asesinatos y la prostitución son parte de la cotidianidad. Ahora, con un nuevo cargo que asumió el año pasado como supervisora, recorre durante todo el año varias de estas instituciones para velar por el cumplimiento del programa escolar.
“Al pasar por todas estas etapas, por tener esas experiencias, siento que puedo ayudar a otros a adquirir las herramientas necesarias. Porque sé cuáles son las dificultades, los nudos críticos. Sé cómo los puedo ayudar (…) Por la experiencia que tuve en estas instituciones, yo veo la supervisión como un proceso de acompañamiento humano, no punitivo, en el que debemos hacer que la gestión escolar se lleve como debe ser”, cuenta.
Involucrar siempre a las familias
Cuando Aracelis aceptó su primer trabajo como educadora en La Vega, recuerda que al llegar se asomó por la ventana de la escuela y se sorprendió con un paisaje lleno de casas con techo de zinc, unas encima de otras, endebles. “Es una imagen que nunca olvido. En ese momento me di cuenta de que estaba dentro de lo que es un barrio (favela, población) de Caracas. Después uno se va acostumbrado, va conociendo a la gente, los de la comunidad te saludan, te ofrecen café, te invitan a sus casas. Te haces parte”, dice.
Al llegar a este sector, lo primero que hicieron todas las educadoras del jardín infantil -que trabajaban con niños de 3 a 5 años- fue visitar las casas de todos los alumnos. Esto servía para estar conscientes de la distancias que debían recorrer hasta el establecimiento, la realidad familiar y conocer el entorno en el que vivían. “Además, ellos se emocionaban porque la maestra los visitaba y muchas de las representantes (apoderadas) apenadas, porque sus casas son muy humildes. Pero los niños se ponían muy contentos”, recuerda.
En los contextos que ha trabajado Aracelis, la realidad familiar suele ser de madres adolescentes, padres encarcelados o involucrados en narcotráfico y separaciones conflictivas, entre otras. Razón por la que la educadora considera que es importante trabajar desde la escuela la importancia del afecto, debido a que es fundamental crear una relación y comunicación directa, para que los padres entiendan la importancia de la educación inicial. “Es lo que marca el futuro, es lo que puede cambiar el rumbo de esos niños”, considera Aracelis.
Cuando llegó como directora al jardín infantil Alí primera en Carapita, su trabajo también se enfocó en involucrar a las familias. Se dedicó a planificar diversas actividades culturales y estar en constante contacto con las madres. “Me tocó estar hasta de psicóloga, de abogada. Toca ser muy mediadora, para tratar de que el menos afectado sea el niño o la niña”, explica.
De todas los bailes, comidas y eventos que organizó para tener presente a algún familiar de sus estudiantes, hay una historia que la marcó y le demostró a Aracelis la importancia del afecto. “Teníamos una actividad por el día de la madre y siempre me acuerdo de un niño, porque su mamá no llegó y eso fue un golpe muy terrible para él. De ahí en adelante el niño no lo superó, se puso incontrolable. Ese niño lo que quería era la atención de su mamá. Hablamos con la madre, pero ella prefirió llevárselo que cambiar su actitud.”, cuenta.
Desarrollar lo humano
En su rol como directora, para que las educadoras pudieran trabajar el constante lazo con los familiares de los niños y niñas del establecimiento, buscó trabajar el lado más humano de cada una. Para lograrlo, realizaba constantes reuniones para revisar las situaciones que estaban enfrentando. “No nos íbamos a revisar los libros, sino que veíamos lo que estábamos haciendo. Muchas conversatorios, mesas de trabajo y ahí se revisaban los nudos críticos, las situaciones particulares con un niño o una niña. Lo interesante es que entre todas buscábamos la solución (…) así logramos sacar adelante ese lugar que también tenía problemas de estructura, con aguas negras, falta de mobiliario. Una planta física con muchos problemas. Ahora, es un lugar muy lindo, muy acogedor y agradable para toda la comunidad”, dice.
Aracelis cuenta que el trabajo de ella junto a las otras educadoras, del plantel Alí Primera, llegó a ser tan mediador que llegaron a ser el punto de reflexión de varias familias que estaban pasando por situaciones difíciles de divorcio o familiares encarcelados. “Otras veces muchas madres nos contaban que no querían que sus hijos vieran más a su padre, por distintas razones, todas muy difíciles. En esos momentos nos tocaba velar siempre por el derecho superior del niño, nos correspondía ser respetuosas”, recuerda.
Trabajar por el futuro
El hijo mayor de Aracelis se fue en 2016 del país, la menor está pensando en tomar el mismo camino, para buscar mejores oportunidades y más seguridad. Pero ella no se plantea tomar nuevos rumbos en otras fronteras. “Pienso que muchas veces nuestras crisis son internas, con nuestra falta de valores, de principios, hacen que la crisis sea más profunda. No me voy de mi país porque me gusta y estoy dando lo mejor de mi para que podamos superar este momento tan difícil que estamos pasando (…) es mi forma de trabajar por el futuro del país”, explica.
“Para mi trabajar en esos barrios me desarrolló como persona. Para mi trabajar en ese tipo de lugares hace que el docente desarrolle la parte humana en su máxima expresión. Quien no pase por una barriada popular y no sepa de verdad lo que es el trabajo, lo que es la necesidad del estudiante, pues pienso que le falta, le falta descubrirse”, considera.
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