Esta es la historia de Felipe Fernández, un ingeniero que después de un largo camino, descubrió su más grande pasión: ser profesor.
Antes de convertirse en profesor, Felipe Fernández recorrió un largo camino. La primera carrera que eligió fue teatro, una opción que no aceptaron sus abuelos. Ellos lo criaron y siempre tuvieron la ilusión de que su nieto, terminara sus estudios… al menos hasta cuarto medio (bachiller). Felipe lo hizo, salió del colegio, pero además se empeñó en llegar a la universidad. Quería ser profesional. Cuando fue a dar la prueba de actuación para ingresar a la carrera, descubrió que uno de los requisitos para ser aceptado, era tener un respaldo económico (aval). Sabía que sus abuelos se negarían, entonces se rindió y dejó la idea del teatro a un lado.
Saliendo de la universidad donde iba a presentar la prueba, encontró un organigrama. En la cabeza de éste estaba el director, un Ingeniero Civil Industrial.
Esta imagen lo llevó a cambiar el teatro por la ingeniería. Un giro drástico, pero creía que al estudiar esta carrera, tendría la posibilidad de tener su propia academia de artes y no estaba tan equivocado. En el tercer año de universidad, Felipe se ganó un fondo que le permitió cumplir este sueño. Abrió su academia de artes en la comuna de Renca (Santiago de Chile) y ahí, por primera vez, tuvo la posibilidad de enseñar. “Yo era el profesor de piano y me di cuenta del impacto que generaba enseñar, de la ilusión, la esperanza, el cariño, la entrega, pero por sobre todo del amor que tienen los niños hacia las personas que están frente a ellos enseñando. Ahí me di cuenta que me gustaba enseñar y poco a poco lo fui descubriendo cada vez más”, cuenta Felipe. Gracias a este primer encuentro con la enseñanza, también empezó a hacer tutorías en la universidad, dando clases de matemática a los estudiantes de primer año de ingeniería.
En su último año de universidad, Felipe ya tenía claro que la educación era una prioridad para él. Después de hacer su práctica en Anglo American, una compañía minera global que tenía un vínculo con la organización Enseña Chile, Felipe empezó a involucrarse mucho más en el tema. Investigó, leyó, se informó y se emocionó con historias de estudiantes resilientes; con historias de profesores que a través de la comunidad, han transformado la realidad de muchos niños y niñas.
Así llegó al mundo de la educación y hoy, después de haber dejado el teatro y de haber estudiado Ingeniería, ES PROFESOR.
Actualmente, Felipe está estudiando Pedagogía en Enseñanza Media en el programa de Licenciados de la Universidad Andrés Bello. Además, es profesor de matemática y profesor jefe de Primero Medio A en el Instituto Cumbre De Cóndores Poniente, una escuela en la comuna de Renca (Santiago). “Cuando le comenté a mi familia, específicamente a mis abuelos, tuvieron dos reacciones, mi abuela estaba emocionada porque ella quería ser profesora de historia, mi abuelo quería verme con un casco, ganando millones… hubo mucha discusión al respecto, sobre todo por la cantidad de años que estudié ingeniería (6 años), pero yo estaba decidido de que quería ser profesor. Entré a trabajar como profesor y realmente mi vida cambió, aprendí a escuchar, pero escuchar de verdad, a comunicarme, a analizar a personas, a reconocer la injusticia, me involucré con mis estudiantes, conocí sus historias, sus familias, y en conjunto, comenzamos a construir comunidad. Lo mejor es el impacto que se genera, no sólo del profesor hacia los estudiantes, sino que de ellos hacia ti. Tengo en mi mente varias frases”, cuenta Felipe.
“Profesor, hoy se ve triste, ¿qué le pasa? Profesor, hoy aprendí. Profesor tengo pena, ¿le puedo contar porque no quiero trabajar? Feliz cumpleaños profesor, LO QUEREMOS MUCHO. Profesor, entré a la Universidad a estudiar lo que yo quería”.
Estas frases son parte del repertorio de recuerdos que Felipe ha archivado desde que empezó a enseñar hace cuatro años. Pero no sólo son las frases, también son las acciones… “Cuando trato de sacar lo mejor de ellos, ellos sacan lo mejor de mí”, afirma el profesor. Además, rescata la positiva influencia de otros profesores, aquellos que día a día, además de luchar contra el sistema, le han mostrado cómo entender la pedagogía y generar acciones para cambiar las cosas dentro y fuera de la sala de clase.
“No sólo se trata de pasar tiempo y luego retirarse del sistema, es necesario involucrarse e ir más allá para que los cambios sean trascendentales. Hay varios desafíos en la profesión, pero frente a ellos, hay un grupo de personas que te apoyan. En mi caso: los profesores y mis estudiantes. Ellos me han ayudado a salir adelante, a darlo todo por la educación”, cuenta Felipe.
Para él, la pedagogía es la carrera más hermosa, dinámica y desafiante de todas y lo mejor, como dice él, es que está llena de amor. “Trabajando como ingeniero nunca sentí lo que siento ahora trabajando como profesor. Hay días difíciles, pero cuando llego a la sala y el 8º básico comienza con sus chistes todo cambia; cuando al finalizar la clase dicen ‘profe aprendí’, te vas con el corazón llenito. Yo creo que algún día todos los niños y niñas de Chile van a tener una educación de calidad y a partir de eso van a tener las opciones para cumplir sus sueños. En conjunto con los profesores, alumnos, directivos, apoderados, y futuros profesores, podemos transformar nuestro país, podemos generar estudiantes críticos y que sean capaces de perseverar, amar y aprender. Sin duda, si tuviera 18 años de nuevo, mi primera opción sería Pedagogía”.
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