Esta actividad, explica la profesora Elena Aguilar, es una herramienta para construir comunidad resaltando los elementos positivos que ocurren al interior de un grupo.
En sus primeros años como profesora, Elena Aguilar descubrió un libro llamado Tribes, una guía para construir comunidades de aprendizaje seguras y afectuosas al interior de las aulas. En Tribes, cuenta Elena en Edutopia, encontró muchas respuestas en torno a su labor y además, una actividad clave que decidió probar en su sala de clase. Ésta consistía en que, en un círculo en la mañana, cada estudiante escribiera el nombre de un compañero de clase. A lo largo de todo el día, cada uno debían convertirse en admirador secreto de esa persona que había elegido.
Las reglas incluían no decirle a nadie el nombre, observar a ese compañero todo el día, tener acciones positivas hacia esa persona e identificar dichos comportamientos positivos por parte de otros alumnos. Al final del día, los alumnos de Elena volvieron al círculo y los estudiantes revelaron a la persona que habían estado viendo y también hablaron de aquellas acciones o comportamientos que identificaron como positivos. Algunos dijeron, por ejemplo, que un niño le había dado una pelota a otro niño durante el recreo. Otros, aseguraron que una estudiante había ayudado a otro en la clase de matemática.
A medida que los estudiantes ofrecían y recibían apreciaciones por parte de sus compañeros (apreciaciones relacionadas con las acciones que habían realizado a lo largo del día), sus expresiones cambiaban.
Se sentían orgullosos, alegres y conectados. Para Elena fue una sorpresa esto, y además, el ver cómo unos estudiantes de tan sólo 7 años habían podido observar e identificar buenas conductas en compañeros de clase que no necesariamente eran sus amigos. Luego de la dinámica, todos pidieron que se repitiera la actividad al día siguiente. Y así lo hicieron… Al final del segundo día, los estudiantes pidieron realizar la actividad a diario y a profesora aceptó. La actividad de “admiradores secretos” fue realizada día tras día.
Si bien la primera vez escogían el nombre de un compañero, más adelante debían sacar nombres de un sombrero, para que fuera mucho más al azar. A veces, incluso tenían “Días de Desafío”, en los cuales todos debían sacar dos o tres nombres del sombrero. Otros, eran días de “¡Yo también!” y en éstos, los estudiantes debían identificar sus propios comportamientos, aquellos que según ellos, merecían un reconocimiento.
A raíz de estos ejercicios, Elena y sus estudiantes crearon y publicaron una listas de conductas estudiantiles, aquella de las cuales estaban más orgullosos o las que disfrutaba observando. Usualmente, eran conductas que reflejaban bondad, cooperación, responsabilidad personal, coraje, entre otros valores.
Antes de salir a vacaciones y luego de un periodo donde realizaron la actividad varias veces, Elena hizo un ejercicio de reflexión con sus estudiantes.
La profesora les preguntó qué actividades querían para sus futuras clases y que sugerencias tenían. La actividad de los admiradores secretos fue respaldada por unanimidad. Sus alumnos estaban muy entusiasmados y comentaban que gracias a esa dinámica, ahora disfrutaban mucho más el colegio. Mientras Elena observaba su emoción, notó que su tabla de registro de comportamiento, no había sido utilizado desde antes de que comenzaran la actividad.
“Siempre había tenido sentimientos encontrados sobre este dispositivo de administración del aula: cada vez que le pedía a un alumno que volteara su tarjeta naranja o roja, sólo parecía exacerbar su comportamiento, y el elemento de vergüenza pública me hacía sentir incómoda. Cuando entré en mi clase el primer día después de las vacaciones de invierno, lo saqué”, cuenta Elena en Edutopia.
Al regreso de vacaciones, siguieron realizando la actividad de los admiradores secretos. Lo hicieron a lo largo de todo el año y los niños no parecían estar aburridos. ¿Lo mejor? El tema del comportamiento seguía sin mayores cambios y los problemas entre pares que algunas veces se dieron en el aula, disminuyeron considerablemente. “En ese momento, no sabía por qué la actividad funcionó tan bien, pero estaba emocionada”, cuenta la profesora.
Pero entonces, ¿por qué fue tan exitosa la actividad? Porque se enfocaron en las fortalezas, en los puntos positivos, en las acciones.
“Este es un enfoque ampliamente investigado en psicología, gestión del cambio organizacional y neurociencia”, explica Elena. “Y los investigadores en todos esos campos coinciden en que centrarse en lo positivo, no sólo se siente bien, sino que funciona cuando intentas cambiar o quieres que otros cambien”. Admiradores secreto, explica Elena, es una herramienta para construir comunidad resaltando los elementos positivos que ocurren al interior de un grupo. Puede funcionar con niños, con adolescente e incluso con adultos, pero lo más clave, es no olvidar la reflexión que surge de la actividad. Esto permite entender qué sienten los estudiantes con respecto al ejercicio y sobre todo, entender qué elementos podrían cambiarse o mejorarse.
Para Elena, “jugar” a los admiradores secretos fue ideal para hacer frente a los problemas de comportamientos y para otros profesores, también puede ser una oportunidad para evaluar lo que sucede al interior del aula… lo que sucede en términos de relaciones. Analizar esto es clave para construir comunidad, una comunidad saludable donde todos se apoyan, se valoran y se respetan para poder seguir aprendiendo.
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